Tenemos enemigos comunes; común debe ser nuestra militancia, común el sentimiento que nos lleve a resistir, porque, tarde o temprano (a como van las cosas, cada vez más temprano) aquellos que llevan décadas…no, qué digo, ¡Siglos enteros buscando la destrucción de occidente!, nos podrían asestar un golpe definitivo.
Pero debemos exorcisar el espíritu de pusilanimidad si es que acaso queremos resistir. Los mártires, por asentarse en la verdad, no temieron derramar su sangre siendo fieles hasta el final. ¿Hasta dónde hemos llevado nuestra propia piel? «Solo hay un combate -escribiría Camus-. Y, si no os unís a él, nuestro enemigo os demostrará a diario que es, pese a todo, el vuestro», porque hay muchos diciéndose cristianos que son indiferentes, por cobardía, por ignorancia o comodidad, a los adversarios de la civilización occidental y cristiana: Esos hasta pueden ser los traidores.
Mientras los globalistas empujan con ahínco, so capa de derechos humanos, las agendas abortistas, homosexualistas...mientras la tiranía de lo políticamente correcto es la sífilis del pensamiento y piedra angular del progresismo más sensiblero; mientras el liberalismo de mercado impone la venta de cosas que nadie necesita por puro afán de lucro: tristemente, los hombres de Dios (el Papa y muchos obispos) le han hecho el juego desde hace rato, al modernismo.
Ya dejaron entrar al espíritu mundano a los altares de los templos, donde cada vez se habla menos de las verdades reveladas pero se abandera más seguido a las minorías, sectas usadas por los globalistas para la implantación del reino de Satanás.
«¡Todos somos hermanos!», vocifera el Vicario de Cristo, «Cuidemos la casa común», «Incluyamos», «misericordiemos», «No seamos rígidos»…mientras se desprecia la Tradición y hasta al Catecismo. ¿En qué parte de la historia ha quedado olvidada la Iglesia Militante?
Dejemos la circunspección de lado, porque, en una de estas, o viene el Señor a regir con su cetro o nos vamos nosotros a rendirle las cuestas; que si somos llevados a la izquierda, no tendremos otro destino que la Gehena: ahí será el llanto y el rechinar de dientes.
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