Es realmente sorprendente como se nos ha ido moldeando el prisma con el que percibimos las realidades y nos han mutilado el conocimiento real de nuestra ontología colectiva, de nuestro devenir y filogenésis antropológica, nuestra forma de ser modelada por las vicisitudes y acumulación de experiencias, valores y modo de ser y vivir.
Han hecho de nosotros una tabla rasa donde el pasado está reescrito y en parte compuesto por elementos inconexos con grandes mutilaciones y tergiversaciones de la realidad histórica. Y en estos tiempos recientes eso queda tan a la luz que es imposible que no lo vea salvo el que esté dentro de ese magma de deformaciones, manipulaciones, mitos y falsas realidades, hasta llegar a lo obsceno, lo pintoresco, lo demencial. Lo más palpable es eso de la Memoria histórica transformada en memoria democrática. Ya el propio nombre designa lo deforme, la insidiosa extirpación de partes sustantivas de nuestra historia reciente.
La memoria ni es democrática ni es antidemocrática. La memoria es una facultad de la inteligencia que no tiene más adjetivos que dos: mala o buena memoria. Nadie recuerda cosas tras el tamiz estúpido de lo democrático, pues para empezar el término democracia es polisémico y hay tantas percepciones de lo democrático como sistemas políticos. Recordemos, por ejemplo, aquello que llamaban democracia orgánica de tiempos de Franco, o democracia popular de los regímenes soviéticos.
Los manipuladores de oficio saben que la ignorancia es el prerrequisito para adocenar a las gentes, para tenerlas embridadas, para modelar su comportamiento y cosmovisión a la medida de sus intereses y formulaciones de la masa como ente que desdibuja y deja sin eficacia la carta de la ciudadanía, que se basa fundamentalmente en la libertad. Sin libertad no hay democracia; y las personas para serlo deben ser libres o no son personas, sino engranajes.
Y para que haya personas libres han de tener formación, para dilucidar lo que es justo y lo que no lo es, lo que es bueno de lo que es maligno, lo que es verdad, aunque sea incompleta, de lo que es una burda utilización de troqueles cognitivos prefabricados para que las personas tengamos la mente mediatizada por intereses bastardos y dejemos de ser libres; que no seamos capaces de pensar porque carecemos de las bases de conocimiento para formar una imagen objetiva de la realidad.
Y los ingenieros sociales del moldeamiento de la conducta colectiva saben que el molde cognitivo se compone unos componentes de conocimientos, valores y mimbres con los que tejer los cestos donde se acumulan los datos de nuestros recuerdos y los tamices con los que construimos nuestras cosmovisiones particulares y colectivas.
La propaganda como herramienta de poder ha sido un clásico en los diferentes formatos de los totalitarismos, e incluso en sistemas políticos considerados modélicos como los de la historia contemporánea británica. Los eternos enemigos de España, antes fundamentalmente aquellos que querían aplicar aquello «del quítate tu para ponerme yo» (Francia e Inglaterra, con la eficaz ayuda de Holanda) fabricaron una campaña sistemática de falsificación de la realidad de los Hechos de los apóstoles en Hispanoamérica como titula su libro el sabio sacerdote José María Iraburu. O esconden lo que James Brown Scott, defensor de los derechos humanos y del Derecho Internacional cuando valora el momento en que nacieron los derechos humanos en su versión más próxima a los actuales allá por el siglo XVI, es decir en la Escuela de Salamanca «Yo, James Brown Scott anglosajón y protestante declaro que el verdadero fundador de la Escuela moderna de Derecho Internacional es Fray Francisco de Vitoria, español, católico y monje dominico», reza una placa tras la efigie en piedra de Francisco de Vitoria en mi ciudad Vitoria.
O que Isabel la Católica dictó un testamento que era como un mandato a su marido Fernando el Católico, regente de Castilla a su muerte y rey de Aragón, por el que ordenaba se cumpliera la protección de los indios en América, fuente de las Leyes de Indias, o que durante dos siglos no hubo ni una universidad en el ámbito anglosajón americano mientras que en el hispano funcionaban 22 de ellas. O que ciudades como Méjico ya tenían alcantarillado cuando en Nueva York no lo había. O que aquellos eran tan españoles como los de aquí, ya que el modelo institucional y de las ciudades construidas allí eran fiel reflejo de las existentes en la Metrópoli. O que antes de llegar los hispanos había imperios dominadores que practicaban el canibalismo y el asesinato genocida de pueblos indígenas que se aliaron a los liberadores para terminar con el sometimiento, una de las cuales muestras eran las paredes de edificios construidos con las calaveras de las víctimas a miles, etc.
No solamente no se daba esa información, sino que se adjudicaba a los llamados conquistadores el estigma de asesinos de amerindios, y todo tipo de atrocidades que no respondían a la realidad certificada por la historiografía de fuentes. Más bien al contrario, los que habían producido el exterminio de los indios fueron aquellos que practicaban la mentira sistemática convertida en la mayor arma de desinformación y de manipulación de masas jamás conocido. Los datos lo demuestran.
Pero ahora como entonces los españoles dormidos en nuestra supervivencia diaria evitábamos comprobar la realidad y verificar las cosas; desistíamos de tener interés sobre los orígenes, honores y honras de la historia colectiva de nuestra patria. Y a más ignorancia y más ingenuidad más rápido se producía la descomposición del sentido de pertenencia y el patriotismo. El orgullo de ser lo que se es y la correspondencia con el sacrificio y desvelos por sacar adelante la progenie de nuestros antepasados y conservar para progresar dejó de ser parte de nuestro patrimonio intangible colectivo.
¡Qué pena! Es por eso que unas cuantas almas inquietas, perturbadas por esta descomposición de nuestro ethos colectivo, decidimos hace algo más de un par de meses fundar una asociación llamada Unidad Hispanista, convencidos de que, ya que la clase política que no forma parte del baluarte enemigo de la hispanidad no hace lo que debe, debíamos desde el lado civil plantear la batalla cultural. Porque sin ésta no solamente seguiremos igual, sino que todo va a ir a peor y seremos esclavos de quienes desde instancias ajenas a nuestra soberanía nos quieren convertir en esclavos de sus intereses de control y dominio. Invitamos a las buenas gentes a ayudarnos en esa ingente labor.
Ernesto Ladrón de Guevara: La Hispanidad descompuesta. Letras Inquietas (Octubre de 2020)
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