La presente obra que vamos a proceder a reseñar, De Covadonga a la nación española, de Carlos X Blanco, ya posee un título lo suficientemente sugerente que invita a la lectura y despierta un gran interés, y especialmente cuando leemos el subtítulo que le viene aparejado como «La hispanidad en clave spengleriana», en cuya introducción Robert Steuckers, destacado intelectual del movimiento de la Nueva Derecha francesa, nos empieza a esbozar algunas de las ideas que se irán desarrollando a lo largo del libro. Ya de entrada queda de manifiesto una dualidad que ha sido decisiva en la actual configuración de España en el devenir de los siglos, una impronta indeleble que ha condicionado el desarrollo de la nación más antigua del occidente europeo, y es la existencia de dos polos o almas, dos cosmovisiones opuestas y enfrentadas: por un lado aquella que representan los pueblos del Noroeste peninsular, pioneros y artífices de las primeras etapas de la Reconquista desde el Reino de Asturias, marcado por la presencia de un importante elemento celtogermánico, también romanizado pero sin el lastre decadente y crepuscular de las civilizaciones precedentes, y por otro lado los pueblos hispanorromanos del Levante y el Sur peninsular, que caerán bajo la dominación árabe y se configurarán bajo un modelo de civilización diferenciado, marcado por la influencia de civilizaciones caídas o en franco declive, como es el caso de la romana, bizantina o la arábiga. Es precisamente esta antítesis la que se convierte en el eje vertebrador del libro, en el que su autor, Carlos X Blanco, se sirve de las teorías e interpretaciones del notable filósofo de la historia alemán Oswald Spengler y su monumental obra La decadencia de Occidente.
No obstante, este ensayo no se queda en un mero análisis de opuestos, sino que a través de sus páginas nos muestra un bosquejo de ideas bastante preciso para delinear la historia de España desde sus comienzos hasta la actualidad en función de las categorías del pensamiento spengleriano. Asimismo nos advierte que hay que entender los planteamientos del filósofo e historiador alemán en su contexto con toda su terminología y métodos interpretativos aunque teniendo en cuenta las limitaciones y errores en los que pudiera incurrir en su obra a lo largo de su trayectoria intelectual. También conviene destacar cómo a través de la última parte del libro se utiliza como referencia a Ortega y Gasset, que nuestro autor califica como «el Spengler hispano» por su visión más elevada de las problemáticas y posibles soluciones al problema de España y por «su comprensión de lo nacional».
Volviendo a la antítesis entre esos dos modelos de civilización que arraigaron en la España de la Antigüedad tardía y los inicios del Medievo, en una suerte de duplicidad que a la luz del pensamiento Spengleriano nos permite distinguir perfectamente el concepto de cultura y civilización tan característico de su planteamiento. La cultura representa el estado de apogeo vital, de las grandes conquistas y realizaciones históricas que determinan un tipo humano audaz y especialmente dotado, que vendría ser el arquetipo de la cultura fáustica, que en el caso hispano vemos reflejado en el Noroeste peninsular, en los territorios comprendidos por el reino asturiano, y que representa la tendencia que sería hegemónica en el resto del orbe europeo bajo la Cristiandad fáustica y donde la presencia del elemento germánico sería fundamental. La base fundacional del reino astur estuvo formada por astures, cántabros y godos pertenecientes a la baja nobleza que habían huído del avance musulmán refugiándose en las montañas del Norte. De esta unión de pueblos, de esta etnogénesis, empleando la terminología del autor, nació un nuevo pueblo, una nueva cultura en sentido spengleriano. Es un pueblo ávido de conquistas, con una conciencia clara y segura sobre la necesidad de expulsar al invasor moro e infiel de la península y de ser portador del Imperium. Es a través del inicio del proceso de la Reconquista como se vehiculiza la nación española, y que tendrá su punto de arranque en tierras asturianas para después encontrar una continuidad en la acción de Castilla. Y respecto a la hegemonía castellana el autor deja entrever cierto prejuicio contra esta, representante de un «concepto mestizo y dudosamente cristiano» que vivía su multiculturalidad de modo traumático, a consecuencia del cual tendrían lugar las expulsiones de judíos y moriscos, la inquisición o la intolerancia. Todo ello debido, según nuestro autor, a la falta de homogeneidad a nivel étnico y religioso derivado de un problema de identidad. Frente a esta el Noroeste representaba una sociedad más homogénea en lo étnico y religioso, con su impronta celtogermana, mucho más homologable al resto de Europa. En este sentido, quizás habría que recurrir a ciertos ensayos que desde hace años han ayudado con una suerte de revisionismo a despejar ciertos clichés y prejuicios que oscurecían la historia de España en sus siglos áureos, como podrían ser Elvira Roca Barea o Iván Vélez, por citar a los más destacados.
Otro de los aspectos determinantes que se apuntan en relación al Noroeste es la ausencia de ciudades, un entorno predominantemente rural, dominado por el campesino libre y la vida aldeana, en lo que es el principal eje del desarrollo de la cultura spengleriana, y que arraiga y prospera sobre el territorio integrándose en el paisaje, constituyéndose entonces como una unidad viviente asimilable al elemento vegetal, son un conglomerado de pueblos productores-conquistadores. Es el claro contraste respecto al hombre antiguo y mediterráneo, el hombre meridional que vive en la urbe, un producto de la civilización, cuando la cultura pierde su hálito vital y termina por esclerotizarse. Los habitantes de estas ciudades son herederos de una civilización en pleno declive, envejecida, producto de la pseudomorfosis romana. Son el subproducto degradado de un modelo urbano, esclavista y capitalista que somete y destruye el campo. Una nueva antítesis surge precisamente de la oposición campo-ciudad, y es la que viene representada por dos tipos anímicos diferenciados como son el alma mágica, propia del hombre mediterráneo tardorromano, y aquella fáustica de los pueblos del Noroeste, que en gran parte explica la diferente actitud entre unos y otros frente a la invasión musulmana del 711. El nuevo pueblo que nace de las montañas cántabras, potenciado en su elemento celtogermánico, muestra los elementos vivos de una cultura fáustica, totalmente indoeuropea en su formulación, con la necesidad de jerarquías militares en una fase de vida muy diferente al hispanorromano meridional, y que para nada tiene que ver con ningún elemento de naturaleza quijotesca, con ningún romanticismo que es explícitamente rechazado por el propio Spengler, como quizás sí ocurriría en lo sucesivo bajo el Imperio, con la ilusión de gobernar bajo los postulados de la política ignorando otras variables económico-materiales, porque lo que importa en la historia son los hechos, materializados bajo empresas políticas de conjunto. En este caso los reyes astures sí asumieron el pasado mítico del reino godo caído para tomar conciencia de su misión como legítimos propietarios de las tierras usurpadas por el invasor sarraceno. Y la nobleza que surgió de esas tierras fue la quintaesencia de la clase aldeana a la que se refiere Spengler como base fundamental de toda cultura fáustica. Al mismo tiempo, como ocurre con toda cultura fáustica, se fundó sobre el principio dinástico y de sangre, amparada en el tiempo, el área de dominio de todo principio aristocrático propio de la clase primigenia de la nobleza.
Pero el discurso de Carlos X Blanco no se agota en los inicios de la Reconquista, sino que hay un examen de la historia de España en su conjunto, tal y como apuntábamos en las primeras líneas de nuestra reseña. El siglo XVIII, con la Ilustración y los grandes cambios y transformaciones políticas que preconizan el advenimiento de la modernidad, especialmente a partir de la Revolución Francesa, nos presentan una Europa envejecida, enferma y en plena descomposición. En el caso de España, a la que Spengler no otorga demasiada importancia en sus planteamientos, aunque reconoce que fue parte de una cultura fáustica bajo la figura del soldado y el conquistador, pero cree que ya pasó a mejor vida.
Con la Revolución Industrial los arquetipos del proletario y el burgués vienen a sustituir los anteriores marcados por la herencia y el linaje del agro. A partir de entonces el proceso degenerativo viene marcado por el triunfo del individualismo, el liberalismo, el democratismo y de la ciudad sobre el campo. Con todos estos elementos llega el materialismo a ultranza, el triunfo de lo abstracto frente a lo concreto, el poder de las grandes masas, de la oclocracia y el discurso del marxismo, respecto al cual Spengler se deja llevar por los prejuicios ideológicos contra el proletario, en abierta oposición, según Spengler, con el campesino, una chusma envidiosa y un detritus de la urbe. El comienzo de la modernidad, a raíz de 1789, también es el fin de las naciones, comienzo del jacobinismo centralista y la desnaturalización de los pueblos cuyos integrantes pasan a ser ciudadanos, totalmente inorgánicos y atomizados. Y en este punto es importante el matiz diferencial entre pueblo y nación, tantas veces confundido en nuestra era moderna, y que en el segundo caso se corresponde con el legalismo y el barniz del constitucionalismo mientras que el primero es una unidad natural por encima de clases y formalismos burgueses. Esta deriva descendente se va agudizando con el paso del tiempo hasta llegar al capitalismo de las grandes corporaciones de nuestros días, con una Europa geopolíticamente inoperante e inexistente tras la Segunda Guerra Mundial. A partir de la Guerra Fría Europa y sus democracias liberales, que no son sino plutocracias, dan la espalda a su historia y tratan de cubrirse de ese barniz legalista a través de constituciones, leyes y de la doctrina de los llamados «derechos humanos», y aquí vendría la distinción spengleriana entre «verdades» (doctrinas, ideas etc) y los hechos que determina la propia facticidad de la historia. Este es el mundo del burgués, del que también forma parte el socialista como uno de sus subproductos más destacados, enemigos de los pueblos y naciones, enemigos de las clases primigenias señaladas por Spengler (la nobleza y el sacerdocio). Pero lo fundamental dentro de este mundo decadente y artificioso es el poder de la técnica concebida como un instrumento de dominación de la naturaleza y de sometimiento de los hombres, es la herramienta fundamental del racionalismo que impregna toda la ciencia. Hoy lo vemos más que nunca a través del poder de las tecnologías sobre nuestras vidas y en la formación de un mercado global o en el avance mismo del transhumanismo y, en consecuencia, de la deshumanización.
En el caso particular de España, que obedece al contexto fundamental del ensayo, la modernidad pone en evidencia la existencia de un Estado fallido, que no se encuentra a la altura de otras potencias europeas como Reino Unido o Francia. Somos intrascendentes en lo geopolítico, desde una ubicación que se presenta como puente o bisagra entre Europa y África, históricamente sometidos a las influencias afrosemíticas, siendo los parientes pobres de la Unión Europea en una adhesión que, como bien apunta el autor, supuso una fatalidad para España y su soberanía económica al desmantelar los principales sectores estratégicos, el sector agropecuario, y abocarnos al sector servicios y el turismo, lo cual ofrece escasas salidas laborales a nuestros jóvenes y al desarrollo de un potencial como nación. Es una España que ha renunciado a la autosuficiencia productiva, un país bajo las corruptelas políticas, la mafia sindical, una patronal tiránica y el parasitismo social sin que ningún sector de la misma pueda ejercer un papel de liderazgo moral ante tal catástrofe.
Además España también tiene otro problema y es el que nos refiere su propia configuración territorial y la propia idea de nación o de Patria, y la forma de concebirla. Todos estos problemas se han evidenciado más que nunca con el actual Régimen del 78, bajo un sistema liberal que ignora por completo la idiosincrasia de los diferentes pueblos de cuya unión nació España, porque como bien apunta nuestro autor, los territorios tienen memoria y están impregnados de historicidad. Pero para conseguir aunar de nuevo a todos los pueblos hispánicos es necesario superar tanto el centralismo liberal de raíz jacobina y borbónica, aquel del «centralismo madrileño», como aquel el secesionismo periférico y provinciano para impulsar un cambio que debe venir del Noroeste de la península, de los territorios que fueron el punto de partida de la Reconquista y representan el principal foco de europeidad. La España autonómica ya se ha revelado como inviable en lo económico, lo histórico y cultural, y que además ha impedido el proceso de integración entre la población y el territorio. Carlos Blanco llega a proponer su propio modelo de organización/división territorial a partir de los territorios del Noroeste (Galicia, Asturias, León y Cantabria), las dos Castillas fusionadas en una, y otras unidades federadas como Aragón y Valencia además de unidades intermedias a nivel local y foral. Sería un modelo muy cercano en su idea a aquel del tradicionalismo hispánico, alejado de los caprichos de las oligarquías liberales corruptas y ajenas a nuestra historia. Un modelo descentralizado y avivado por la riqueza y pluralidad de los territorios que conforman lo que en su momento se denominaron Las Españas.
Atendiendo a la premisa del pensamiento spengleriano, en la necesidad de ahondar en los aspectos culturales y vitales en el desarrollo de cada alma colectiva y particular, cada pueblo debe ser juzgado por los hechos históricos y realizaciones que ha protagonizado, en sus aptitudes concretas. Es particularmente interesante la apelación que nuestro autor hace a Ortega y Gasset, que como Spengler se encuentra ubicado en posicionamientos antiliberales y antisocialistas, respecto a España y a sus problemas de «vertebración». Para Ortega lo importante era la nación por encima de cualquier pragmatismo legal, y lo esencial, como bien apunta Spengler en su obra, es la configuración étnica de los pueblos que habitan sus diferentes territorios frente a cualquier imposición venida del centralismo burgués y del modelo radial borbónico. Es interesante ver como hay una apelación a elementos de la España tradicional, a los cuerpos intermedios, a todas aquellas formas de organización social con sus propios condicionamientos socio-jurídicos como pudieran ser el Municipio y la Familia, de carácter pre-estatal. La razón histórica se convierte en la herramienta fundamental para ensamblar en un engranaje perfectamente orgánico las instituciones, la sociedad y los poderes públicos. Por ello, antes que nada, hay que considerar la constitución histórica, la existencia de formas consuetudinarias derivadas de esa experiencia histórica. De tal modo que la Historia no debe ser considerada como un elemento muerto, un objeto de coleccionismo como hizo de ella la ciencia histórica positivista, sino que es un elemento vivo del cual el hombre es portador en el presente, de ahí que las propias experiencias pasadas de todo pueblo deben ser tenidas en cuenta en la organización y funcionamiento de toda comunidad nacional y orgánica.
A modo de conclusión podemos decir que este libro nos invita a una reflexión profunda de la España actual a la luz del pensamiento spengleriano, y que busca encontrar revulsivos para revertir el curso de una decadencia y degeneración que nos conducen hacia una muerte segura como civilización en pleno estado de putrefacción a todos los niveles, o al menos es un diagnóstico muy certero de nuestra situación actual y del mundo moderno en el que nos hallamos insertos. En definitiva esta obra nos permite entender las dimensiones del problema al que nos enfrentamos desde unos parámetros interpretativos políticamente incorrectos, con un pensador fuertemente estigmatizado, pero no por ello menos certero en su metodología y análisis interpretativos.
- Libro : De Covadonga a la nación española: La hispanidad en clave spengleriana
- Autor: Carlos X Blanco
- Año de publicación: 2019
- 978-8494959646
- Editorial Eas
- 158 páginas
Fuente y autoría de la reseña: Este artículo fue publicado originalmente en Hipérbola Janus
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