Desde que empezó la basurademia, una de las palabras más usadas para describir sus perversos efectos en la población es “borrego”, vocablo que expresa la sumisión, la masificación, la obediencia servil, la esclavización de los abducidos por el “alien” informativo, de los “mascarillati”, de los “vakunati”, y, en suma, de los “gilipollati”.
Sin embargo, hay un vocablo que es otro gran protagonista de la fauna virusati, que, a pesar de su capital importancia, ha permanecido en la sombra, ejerciendo un primerísimo papel entre bambalinas, lejos de los decorati de la pudridemia: me refiero a la palabra “ratón”.
En efecto, los ratoncillos son los animales más utilizados para los experimentos médicos, más que las consabidas cobayas, con lo cual soportan todos los pinchazos, todos los electrodos, todo el probeteo, todas las descargas eléctricas, intentando como pobres “hámsteres” salir de su rueda de Faraday.
Es decir, que los borregati también son ratonati, porque a lo que prestan sumisamente su obediencia ciega es a que experimenten con ellos, poniendo sus brazos para que les arponeen con los puyazos del infierno sin rechistar, selfiando incluso. Por ese motivo, podemos elegir entre decir borrego arratonado, o ratón aborregado.
Con los pobres ratones se han hecho millones de experimentos, pero éste que les voy a contar es de antología pura y dura, de Guinness de tomo y lomo, de condecoración cum laude, ya verán ustedes por qué, pues esta experimentación es la clave que explica el objetivo y la estrategia de la gilidemia, que es el «brainwashing» ―palbro que acbo de inventar, y que se puede traducir por «lavado de cerebro», parafraseando el término «brainstorming» (tormenta cerebral, o “lluvia de ideas”, una técnica usada en la dinámica de grupos”)
La manipulación electromagnética de las neuronas cerebrales es el cometido esencial de la ingeniería genética del cerebro, también conocida como magnetogenética. Con la excusa de que esta ingeniería puede ayudar en la mejora de enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer, se ha abierto una «Caja de Pandora» que permite «leer» las neuronas, para tener acceso a las imágenes, recuerdos, pensamientos y emociones que se producen en el cerebro mediante las conexiones neuronales, y, al mismo tiempo, permiten «escribir» en ellas, implantando contenidos determinados. Por supuesto, ambos procedimientos pueden emplearse para robotizar a las personas, arruinando su privacidad y su libertad, pues suponen que se puede controlar nuestro cerebro, manipular nuestra mente y, en una palabra, robar el alma. Pero lo más grave de esta ciencia macabra es que esta manipulación se puede realizar por control remoto, es, decir, sin que tengamos ninguna conciencia de esa invasión en nuestro cerebro.
Una explicación de esta siniestra estrategia de control mental la expone la científica mexicana Miriam Hernández Morales, en la revista neuromexico.org, en un artículo fechado el 11 de febrero de 2019:
«Podemos observar o controlar las neuronas mientras cumplen alguna función específica. Por ejemplo, si se coloca a un ratón en un laberinto, al final del cual hay un trozo de queso, el ratón explorará algunas opciones, fallará algunas veces, y finalmente alcanzará la salida y obtendrá su recompensa. Si se vuelve a colocar al ratón frente al mismo laberinto, el ratón recordará algunas pistas de su experiencia previa y encontrará la salida en un menor tiempo. Si se continúa con este ejercicio, llegará un momento en el que el ratón conocerá todas las pistas y encontrará la salida del laberinto casi inmediatamente. El ratón ¡habrá aprendido!
Si observamos cuáles neuronas se activan una vez que el ratón ha aprendido a salir del laberinto, entonces podría suponerse que se ha encontrado el código neuronal cuya función es llevar al ratón a la salida para alcanzar el queso. Luego viene algo muy interesante, una vez que conocemos ese código ¿podríamos usarlo para llevar a otro ratón a la salida del laberinto desde la primera vez? ¿Es posible descubrir los códigos neuronales para cada función del cerebro? Si resolvemos estas preguntas estaremos muy cerca de entender el cerebro».
Hasta ahora, el procedimiento standard para influir en las neuronas era colocando electrodos en el cerebro, pero esta técnica invasiva es poco operativa, y ha quedado obsoleta desde hace tiempo ―y, además, no permite manipular los cerebros sin que las personas tengan conciencia del procedimiento―.
«¿Existe una forma de activar las neuronas sin abrir el cráneo? ―se pregunta la científica― La respuesta es ¡sí! Y la solución es tan sencilla que no lo creerás. Debemos activar las neuronas a control remoto. Sí, leíste bien, a control remoto. Algo así como cuando cambias de canal en la televisión, pero usando campos electromagnéticos ligeramente distintos a los que usan esos controles. Los campos electromagnéticos son ideales porque nos atraviesan sin ninguna dificultad y son inofensivos […] Sin embargo, su problema es que interaccionan muy débilmente con nuestras células. Entonces ¿cómo los usamos para controlar las neuronas? La respuesta está en la ferritina».
La ferritina es una proteína que aparece formada por veinticuatro «bobinas», que guarda hierro en su parte central, por lo cual actúa como un pequeño imán, y por este motivo, cuando se expone a un campo magnético externo ―por ejemplo, un imán―, los átomos de hierro en su corazón se alinean con ese campo. Si sometemos la ferritina a ondas magnéticas, entonces sigue esas ondas, experimentando cambios que, a su vez, activan otras proteínas.
«En particular, se acopló la ferritina a unas proteínas llamadas canales iónicos. Estas proteínas funcionan como puertas de entrada al interior de las neuronas. Cuando los canales iónicos están cerrados, no pasa nada a través de ellos. Pero cuando son abiertos dejan pasar iones como el ión sodio, el ión potasio, el ión calcio, etc. Debido a que los iones tienen carga eléctrica, su paso por los canales iónicos produce señales eléctricas en las neuronas. Entonces, cuando el complejo canal iónico-ferritina es expuesto a ondas magnéticas, la ferritina sigue el ritmo de las ondas lo que, a su vez, abre el canal iónico produciendo una señal eléctrica en la neurona. Esto es básicamente lo que se necesita para controlar una neurona: manipular sus señales eléctricas».
Mas en este punto surge el problema de cómo activar solamente las neuronas que nos interesan de entre los 86.000 millones que hay en nuestro cerebro:
«Para nuestra gran fortuna, contamos con la ingeniería genética, la cual nos permite elegir exactamente cuáles neuronas tendrán el complejo canal iónico-ferritina (un canal que detecta campos magnéticos). Así, aunque todo el organismo sea expuesto a los campos magnéticos, sólo las neuronas elegidas serán activadas a control remoto. Fue así como en el año 2016 nació la magnetogenética, la cual combina ondas magnéticas e ingeniería genética para manipular neuronas a control remoto. Si volvemos al experimento del ratón en el laberinto, ahora suena factible que “escribamos en sus neuronas” usando ondas magnéticas sin abrirle el cráneo. En este caso, las ondas atravesarán todo el laberinto, todo el ratón, pero solo controlarán las neuronas que tengan el complejo canal iónico-ferritina».
El artículo de esta científica es del año 2019. Atención, 3 preguntas: ¿Qué ondas electromagnéticas se están usando para lobotomizar a los ratoncillos? ¿Qué sustancia se está usando en lugar de la ferritina? Y la última: ¿Cómo la están introduciendo en los borregati-ratonati?
Para contactar con el canal de Telegram del autor: https://t.me/laureanobeni
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