El intercambio con China se ha convertido en el pilar del comercio exterior de Chile en las últimas dos décadas, hecho que se ha hecho aún más evidente durante la pandemia y la situación actual del país. Así lo reflejan las cifras de agosto sistematizadas por el Departamento de Estudios del Servicio Nacional de Aduanas, que muestran un aumento sin precedentes del 99,3% en las importaciones y del 55% en las exportaciones, en comparación con el mismo mes de 2020.
En el octavo mes del año, las compras de bienes chinos sumaron 2.252,8 millones de dólares, mientras que las ventas de productos chilenos en el mercado del gigante asiático ascendieron a 3.198,3 millones de dólares. Las cifras del periodo de enero a agosto también son positivas: las exportaciones a China ascendieron a 23.654,8 millones de dólares, lo que supone un aumento del 40,7% respecto a los mismos ocho meses de 2020. Las importaciones alcanzaron los 15.449 millones de dólares en el mismo tiempo, lo que supone un aumento del 63,3%.
Esta alta concentración en el comercio exterior de Chile crea una dependencia que debe analizarse tanto en términos económicos como geopolíticos.
No se trata de dejar de comerciar con China, pero parece razonable considerar la necesaria diversificación de riesgos y tomar medidas que nos permitan entrar en nuevos mercados. Uno de los países más atractivos es la India, que hoy representa menos del 2% de los envíos chilenos.
El potencial de la India es inconmensurable. La mitad de sus 1.300 millones de habitantes son menores de 25 años. La mano de obra, numerosa y cada vez mejor formada, aumenta la productividad e impulsa la economía, y existe una clase media con poder adquisitivo que, aunque actualmente sólo representa el 19% de la población, se espera que alcance el 70% en los próximos 30 años. Según Teodoro Ribera Neumann, rector de la Universidad Autónoma de Chile y ex ministro de Relaciones Exteriores, “el creciente peso de India en lo económico, militar, cultural y tecnológico a nivel regional y mundial es evidente y hace que muchos ya la tilden como la próxima superpotencia”.
Chile lleva varios años incrustado en la llamada zona Asia-Pacífico, pero estamos asistiendo a un cambio en el equilibrio de poder, a una pugna por el liderazgo geopolítico en las distintas regiones del mundo y a un cambio gradual hacia una mayor influencia de la región del Indo-Pacífico. El origen del término se remonta al geopolítico alemán Karl Haushofer, que lo utilizó en su obra de 1924 “Geopolítica del Océano Pacífico”. En la historia más reciente, el término cobró importancia tras un discurso del entonces primer ministro japonés Shinzo Abe en el Parlamento indio en agosto de 2007, en el que declaró: “Hemos llegado a un punto en el que la confluencia de los dos océanos se hace evidente. Los océanos Pacífico e Índico están desarrollando ahora una conexión dinámica como mares de libertad y prosperidad”.
Si bien algunos observadores creen que el concepto Indo-Pacífico no es más que un intento de contrarrestar el ascenso de China, su creciente importancia es consecuencia de la cambiante dinámica de las interacciones económicas en la región en general y del ascenso de la India en particular. De hecho, en la actualidad no puede haber un enfoque para toda Asia sin la inclusión de la India como potencia económica y militar.
La India y China, ambas con enormes ejércitos y armas nucleares, se disputan abiertamente vastos territorios en el Himalaya. En junio de 2020, se produjo un importante enfrentamiento entre los dos países en esta zona fronteriza en el que perdieron la vida varios soldados de ambos bandos. En 1962, incluso libraron una breve y sangrienta guerra en la frontera de la región. Durante años, China ha presionado a la India para que retire sus tropas de la zona, pero los indios han ignorado hasta ahora las amenazas.
Incluso en la lucha contra el SARS-CoV-2, la India –a diferencia de Occidente- no ha cedido a las presiones chinas y ha utilizado abiertamente las opciones de prevención y tratamiento precoz en lugar de confiar exclusivamente en la vacunación masiva de la población. Lo que empezó de forma experimental en el estado de Uttar Pradesh y que al principio fue ridiculizado por el establishment político-sanitario internacional, se está conociendo fuera de la India como un “milagro” y demuestra que la India es uno de los pocos países del mundo que tiene el poder geopolítico de trazar su propio rumbo.
Los desafíos y oportunidades que plantea el ascenso de la India y la expansión de su esfera de influencia sólo valdrán la pena para Chile e Hispanoamérica si seguimos su ejemplo en esta materia y realizamos una política exterior soberana, estratégicamente planificada y cuidadosa, dejando de lado los intereses cortoplacistas de algunos políticos y empresarios que, por ignorancia o ambición, han permitido que nuestro subcontinente se convierta en un satélite de China y del entramado de organizaciones internacionales en las que influye.
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