España nació en una Cueva. Una Cueva Santa en la que un puñado de guerreros astures y godos, junto con sus mujeres, resistieron al ejército del mayor imperio de la época, el del imperio mahometano.
Allí fue vencido el ejército sarraceno que, a las órdenes califales -en última instancia- estaba presto a hacer su expedición de castigo a los rebeldes del norte hispano y así garantizar la hegemonía peninsular completa, una operación clave para poder pasar a las antiguas Galias, someter en ellas a los francos y asfixiar la Europa cristiana en pleno. El reino de Toledo había caído, pero el primer reino y la primera nación de España (Asturias) ya se había alzado. Y así vemos como Pelayo, sobre un pavés, reina sobre cristianos no sumisos. A la usanza germánica, un pueblo unido en armas, más unido que nunca lo estuviera con los reyes toledanos, quiso que Pelayo fuera subido sobre un escudo y proclamado “prínceps” de los astures, y de su linaje y del de don Pedro, duque de Cantabria, nacerían los primeros monarcas astures, vale decir, españoles.
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Fue en la Cueva de la Santina, la morada donde habitó el numen de la Señora, la Virgen de Covadonga, y también fue el escenario bélico y sacro en que la Providencia quiso salvar a España, rescatándola de la herejía traída por los moros y devolviendo a nuestra gente a la Fe católica, única verdadera. Esa Cueva que casi me vio nacer, y a la que siempre regreso con emoción y fervor, fue el útero que acogió a la nación de los astures de nuevo independiente, tras haber resistido heroica a Roma y a los godos. Y esa nación bien pronto se fundió enriquecedoramente con los hermanos cántabros y godos que quisieron vivir bajo amparo de sus montes y lanzas, dueños de sus vidas y libres bajo el Reino de Cristo. Pelayo fue príncipe siendo servidor del Rey del Universo, Cristo, y de su linaje entrecruzado con el de los godos y cántabros, nace la más Alta Casa de reyes de las Españas. Tengo para mí que el útero (La Santa Cueva) y el embrión (el pequeño reino creado por el rebelde Pelayo) son el anuncio de la Empresa que Dios reservó para las Españas, a saber, crear un Orden de justicia y hermandad católicas -universales-, hacer reflejo aquí en la tierra del Orden divino que a todos nos aguarda. La misma Reconquista iniciada por Pelayo no finalizará en la Toma de Granada de 1492: prosigue en las guerras contra el moro interior (morisco) y el exterior (berberisco norteafricano), contra el turco y sus amigos (el francés), etc. La Reconquista iniciada en Covadonga, en esos montes a caballo entre las antiguas jurisdicciones de los astures y de los cántabros, es una empresa para durar más de mil años, es la forja de las mismas Españas, y prosigue en su guerra contra el Mal en la expansión americana. La Conquista de América es la prolongación de la Reconquista medieval: expulsar al moro al otro lado del mar, y la evangelización de todo hijo de Dios, viva donde viva y sea cual sea el color de su piel.
Marcelo Gullo, el gran Campeón en la guerra contra la Leyenda Negra, ha visitado Covadonga, y ante la Santina y ante nuestro primer rey de Asturias y de las Españas, Pelayo, ha hincado sus rodillas. Hermoso gesto de un hermano, español de Argentina, español de las Américas. El gesto propio de quienes saben ver en ese enclave verdísimo y rocoso, en esas alturas de la España más nórdica, el punto de arranque de una empresa universal, civilizadora. Bramarán los Kamen y los demás autores de quincalla pseudohistórica, escupirá la izquierda “nacionaliega” (nacionalista) contra el primer Rey, contra el rebelde en armas y del lado de Cristo, rebelde que fue don Pelayo. Cambiarán la fiesta del Principado (8 de septiembre, día de la Santina) por cualquier otro día, y esconderán la intercesión mariana y el significado católico de nuestras viejas victorias. Quizá traduzcan el Corán al bable y hablen del Santuario, en un futuro no muy lejano, como de un “espacio de encuentro de culturas” … Todas estas burradas se harán (y ya se hacen), pero el germen de un Imperio de Orden bajo la Ley de Cristo estuvo ahí, en la bienamada Covadonga. Y algunos, a ambos lados del Océano, no lo olvidaremos jamás.
Los Conquistadores de América fueron, en realidad, sus libertadores. Esto es lo que el profesor Gullo defiende con brío y ciencia. Gente de la misma sangre y vocación que Pelayo.
Leamos a Sánchez-Albornoz, y leamos a Gullo Omodeo. Es de sabios saber de dónde venimos y sabio es amar la verdad.
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