España. 7 de octubre de 2021. Día de la Virgen del Rosario. 450 años después de la Victoria de Lepanto.
Me enseñaron que en el Rosario se había incluido la letanía “Auxilio de los cristianos” como agradecimiento a la Virgen tras su intercesión en la batalla de Lepanto. Mi corazón de soldado de Cristo se alegra cuando recito esta letanía al rezar. El papa San Pío V puso a la Liga Santa bajo la protección de la Virgen y, tras la batalla de Lepanto, decidió que el 7 de octubre se celebrara la advocación de Santa María de las Victorias. El siguiente papa, Gregorio XIII (1572- 1585) lo designó como día de la Virgen del Rosario.
Ganamos, gracias a Dios, gracias a la Virgen y gracias al esfuerzo de los combatientes cristianos: españoles –en el sentido imperial- , venecianos –en sentido amplio-, napolitanos bajo Felipe II, romanos del Papa y caballeros de San Juan.
Digo “ganamos” a pesar de los cientos de años de intervalo, porque lo que somos hoy en España se ha forjado a cada golpe de Historia… Y muchos seguimos sintiendo una misma patria, recorriendo un camino común. Otros pretenden hacer olvidar qué es España y su cristianismo. La Historia es uno de los pilares de la identidad de una nación. Los enemigos de España y del Occidente Cristiano trabajan repetitivamente con la misma metodología: entremezclan el olvido, el debate manipulado, desprecian lo heroico o santo y culminan con la reconstrucción de su “historia”, nueva e incuestionable. Ensucian, vacían y rellenan. Saben los perversos que la historia es lo que queda en la mente y en los corazones. Por eso implementan la subvención y el apoyo a los que manipulan la percepción de nuestra historia: novelas falsamente históricas, oscuras y amargas; películas decadentes; videojuegos con falsos estereotipos; cátedras de historia que se zambullen en el nihilismo y la decadencia o directamente en la mentira manipuladora; redacción de libros escolares para la deformación, etc. Es así, desde fuera y desde dentro de los muros de la patria nuestra. No olvidemos que, además, en estas afrentas a nuestra historia, también hay espontáneos “supuestamente” bienintencionados. Y junto a la tarea de ensuciar, los destructores realizan previamente la sutil tarea de “hacer olvidar”, hacer perder el interés. Las “no-celebraciones-recordatorios” de la primera vuelta al mundo o su escasa presencia nos han servido de ejemplo concreto. Pues contra el vicio de olvidar, la virtud de recordar y difundir. Manos a la obra. Comento un par de libros sobre Lepanto como aportación a nuestra conmemoración:
“Gloria Imperial, la Jornada de Lepanto” de los autores Carlos Canales y Miguel del Rey. Muy acertado en lo técnico – medios, personajes, unidades-, en el desarrollo histórico y en lo divulgativo. Vale la pena.
También recomiendo “La batalla de Lepanto. Cruzada, guerra santa e identidad confesional” de Manuel Rivero Rodríguez. Denso y académico, encara la historia de la batalla desde un punto de vista político, diplomático y confesional. Entre amarguras -muy de nuestros tiempos y de aquellos- y luces, me resultaron interesantísimas las evidencias de que para la mayor parte de la Cristiandad la Santa Liga supuso una cruzada y así lo sintieron los que combatían y toda la sociedad occidental -hasta los ingleses celebraron la victoria-. Me entristeció que la política de España no agasajara suficientemente al héroe D. Juan de Austria.
De nuevo los paralelismos. Eso de olvidar o minusvalorar a nuestros héroes “en caliente” es un clásico español que debemos mejorar: El Cid, Cortés, Blas de Lezo, Cabeza de Vaca, Colón, el Regimiento de Alcántara o algunos muertos en “misiones de paz” de nuestros tiempos, por citar algunos ejemplos.
Al hablar de Lepanto es imposible no reflexionar sobre las alianzas militares. Un ejemplo muy actual es Afganistán. Siempre la distancia humana entre los que luchan en el campo de batalla y los políticos que diseñan objetivos, escogen momentos y medios, y determinan la implicación, desde la distancia, con oscuros objetivos y motivaciones. En Lepanto, uno de los mayores riesgos previos a la batalla fue el que los miembros de la Armada de la Liga Santa desconfiaran mutuamente y no quisieran sacrificar en las acciones navales más tropas y medios que sus socios, no fuesen a quedar excesivamente debilitados frente a estos en un futuro. Al final se impuso la nobleza de los combatientes de la Santa Liga –por lo menos durante la batalla-, comandados por Don Juan de Austria.
El libro de Manuel Rivero también incide en los orígenes de la visión tópica de que ”la victoria de Lepanto no sirvió para nada” –y sobre si esa sentencia es correcta. El turco se rehízo, pero dejó de expandirse por el Mediterráneo Occidental. Su última gran conquista había sido Chipre, por entonces veneciana –en 1571, antes de la batalla, había sido tomada por el Imperio Otomano-. Después de Lepanto, la actividad turca sólo se materializó en algunos puntos concretos del norte de África (Túnez en 1574, entonces española, fue recuperada por los turcos). En Europa, los otomanos enfocaron su expansión a largo plazo por tierra.
Por cierto, que uno de los mayores adoctrinadores sobre la inutilidad de la victoria fue Voltaire. ¿Para qué seguir hablando más? Es conocida su “ecuanimidad” frente a España y lo cristiano.
Quieren que olvidemos Lepanto o lo despreciemos. Odio anticristiano y antiespañol. Hoy siguen utilizando como uno de sus arietes contra España nuestra hermosa y dura historia. Cada vez que se dice en público “Lepanto” algún enemigo de España se pone a trabajar: ninguneando, tergiversando, rechazando. Pues por eso, los patriotas de España, aún con más ahínco, “a la faena”. A vencer, de nuevo, en nuestros “lepantos”. Quiero recordar a los jóvenes la grandeza de entregar la vida en la lucha por la noble –la única- causa de Dios, de la Patria, y del reinado de Cristo en ella. Pensad en los miles de cristianos que estuvieron allí el 7 de octubre de 1571, en los miles de españoles. Preguntaos:
¿Querríais haber estado en Lepanto entonces? ¿Querríais haber luchado bajo el estandarte de Cristo y bajo las banderas con las aspas de la Cruz de Borgoña?
Yo, sí. Y seguro que vosotros también. ¡Que la Virgen nos proteja!
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