¿Qué es lo que celebramos hoy, 12 de octubre de 2021? Dos acontecimientos de la mayor importancia en la historia universal. Por su antigüedad, hoy celebramos que hace aproximadamente 1.980 años, la Virgen María se apareció sobre un pilar a orillas del Ebro, cerca de la antigua ciudad de Cesaraugusta, al apóstol Santiago que, cumpliendo el mandato de Jesús, había ido anunciando el Evangelio hasta el confín del mundo, entonces Finisterre, con tan escaso éxito que volvía desolado a su Galilea natal.
Desde el pilar, María prometió al sufrido discípulo de su Hijo, bendecir sus trabajos y hacer de los rudos hispanos un pueblo de cristianos, no por ello menos rudo. La promesa se cumplió, y con el paso de los siglos, y mucha sangre de mártires derramada, la vieja Hispania se transformó en la tierra de María, a la vez que los herederos hispanos del cansado Apóstol continuaban la misión por él empezada, llevando el Evangelio, quince siglos después, hasta el confín del mundo, cuyas verdes costas se dibujaban al otro lado del Atlántico.
Y este es el segundo acontecimiento que celebramos hoy, la llegada de Cristóbal Colón a América. Cuando yo era niño me contaban en el colegio que la trascendencia de aquel momento nunca sería del todo cuantificada. El encuentro entre dos culturas, entre la humanidad largamente separada por un océano hasta entonces insalvable. Muchas cosas pasaron en los siglos siguientes, buenas y malas: esclavitud y defensa de los derechos humanos, racismo y mestizaje, avaricia y generosidad… Pero siempre me lo habían presentado, en el balance final, como algo positivo.
La cosa cambió, al menos para mí, en la celebración del quinto centenario del Descubrimiento, en 1992. Junto a las celebraciones festivas se daban manifestaciones de rechazo a España y de condena por los agravios y crímenes cometidos contra los pueblos americanos. Se difundían grabados de la época mostrando a colonos castellanos torturando a los indios; se acusaba a España de destruir civilizaciones enteras, introducir enfermedades, esclavizar y esquilmar los recursos de todo un continente. España era culpable.
La respuesta de los españoles era de esperar: sentimos vergüenza. Y nos empezamos a excusar diciendo que “eran otros tiempos”, “yo no estuve allí, mis antepasados se quedaron”, y cosas por el estilo. Una noche, en una fiesta Erasmus a la que fui, había allí tres mexicanos. En aquel entonces no había casi latinoamericanos por España, por lo que aquellos tipos despertaron nuestra curiosidad juvenil, y enseguida se vieron rodeados por jóvenes españoles que, de acuerdo con la moda, comentaban con gravedad, como disculpándose y a la vez acusándose, los desmanes que los viejos españoles habían hecho por las Américas.
Todos asentíamos, menos los mexicanos, aquellos pura sangre mexica, extremeña, vasca y castellana, hicieron frente a las acusaciones que vertíamos contra nosotros mismos, y enarbolando la bandera con la Cruz de san Andrés, nos dijeron estar orgullosos de hablar en castellano, de la cultura que por medio de los españoles les había llegado, el derecho, la filosofía, que se fueron traduciendo en los sucesivos avances en la libertad, dignidad de la persona y un largo etcétera. Todos les escuchamos espantados, pero nuestras bocas terminaron por enmudecer cuando, por último, declararon que lo más grande que les llegó de nuestras costas fue el cristianismo y el amor a la Virgen, la Virgen de Guadalupe.
Pocos españoles volvieron a dirigirles la palabra a aquellos valientes.
Esto pasó hace ya veinte años, y en este tiempo he tenido oportunidad de conocer a muchos hombres y mujeres de América y puedo constatar que el discurso ha calado. Pocos hablan ya como aquellos tres mexicanos. El discurso que se impone es el fácil, el del victimismo, el de achacar todos los males de América, doscientos años después, a lo que los españoles hicieron allí, el buscar enemigos fuera para no enfrentarse a los problemas de dentro, el de destruir los lazos de sangre y amistad entre los pueblos, volviendo a levantar el Atlántico como muro de división entre la humanidad.
Siempre hay quien destruye, pero también quien construye, como aquellos mexicanos de la fiesta Erasmus; siempre hay quien, sin negar las sombras de la historia, pone la mirada en lo que ilumina. Como símbolo y resumen de esa actitud constructiva, los tres mexicanos pusieron a la Virgen María, la cual es símbolo de todo lo bueno que de Europa a América y de América a Europa se está intercambiando. Del Pilar español saltó al Tepeyac mejicano, para alentar y prometerle, esta vez al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin, que América sería cristiana. La historia se repite, aunque nunca de la misma forma, avanzando hacia su fin.
Así, al final ¿Qué celebramos hoy? Muchos nada. Los católicos, claramente, a la Virgen. Y siempre, con esperanza, la oportunidad de seguir luchando lo que fue y el sueño de lo que pudo haber sido, una alternativa Hispana, esto es, católica, al cruel orden mundial que nos gobierna.
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