A medida que se acercan los comicios electorales, se torna más patente la hecatombe para nuestra amada Patria.
Al parecer, ni la clase dirigente ni la opinión general se han percatado de que la caída de Colombia en las garras del social-comunismo está a la vuelta de la esquina.
Siguen primando los afanes electoreros de quienes aspiran a las mieles del poder para continuar usufructuando prebendas y privilegios, mientras el resto del país se debate en medio de la pobreza, la inseguridad y el desempleo.
El desconcierto total, al que sabiamente se refiere el Padre Mario García Isaza en reciente columna, se alimenta del banal discurso de una multitud de candidatos dedicados a decir lo ”políticamente correcto” por temor a perder votos, o a la venta de una imagen sustentada en astronómicos presupuestos de publicidad.
Con excepción del guerrillero que se ha empeñado en sembrar el odio de clases, en destruir el aparato productivo y en promover para Colombia el proyecto socialista fracasado en el mundo entero, los demás carecen de propuestas concretas en torno a los grandes temas de interés general.
Nadie se atreve a defender los valores de la civilización cristiana y del sistema democrático, único baluarte serio y contundente frente al avance de las materialistas ideas del marxismo-leninismo.
La despenalización del aborto y de la eutanasia, la enseñanza del marxismo y de la ideología de género en las escuelas y la aparición de toda clase de supremacías (LGTBI, negritudes, indigenistas, feministas, veganos, ambientalistas, etc.) para crear ficticias polarizaciones, son los caminos escogidos por la izquierda radical para que abandonemos el orden establecido por la ley natural .
Se inventan cartillas con programas de cajón para engañar incautos, mientras los grandes problemas del país continúan a la deriva, como si no existieran.
¿Acaso no es una amenaza real e inminente la estrategia trazada por el Foro de Sao Paulo para la toma del poder en Colombia, utilizando todas las formas de lucha, la cual comenzó a aplicarse con el infame acuerdo de La Habana?
¿Puede tener futuro un país que abandona las ciudades durante varios meses para que unas bandas de delincuentes destruyan su infraestructura, paralicen la economía y propaguen a sus anchas el virus chino con sus incontroladas aglomeraciones?
¿Cómo es posible que el mantenimiento del orden público se delegue en unos alcaldes que comparten ideología con los vándalos financiados por el dictador Maduro y las guerrillas de FARC y del ELN?
¿Por qué se unen los poderes públicos para consolidar el negocio del narcotráfico, a sabiendas de que es la causa de la proliferación de la violencia, de la enajenación de las conciencias y de la corrupción de la juventud?
¿Se puede esperar algo de un país donde en vez de Justicia impera la impunidad, donde no se respeta la separación de poderes y donde 9 magistrados concentran el máximo poder estatal?
Mientras la mitad de la población sobrevive en medio de la pobreza, los detentadores del poder y sus cómplices nadan en la abundancia que les proporciona la corrupción y los desproporcionados salarios de magistrados, congresistas y altos directivos del Estado.
Tenemos un Estado gigantesco e ineficiente, que crece con cada nuevo presidente. Lo que necesitamos es reducirlo en un 50%, lo que permitiría atender al funcionamiento estatal sin tener que apelar a nuevas reformas tributarias.
Nos comprometimos a pagar 150 billones de pesos para implementar el fatídico acuerdo de La Habana, a pesar de que el dichoso acuerdo fue rechazado por el pueblo soberano. ¿No es mejor dedicar esa enorme suma a generar empleo y convertir a Colombia en una potencia, líder en la exportación de alimentos?
Para evitar el desastre, lo primero es tomar conciencia del problema, y lo segundo, actuar de conformidad. Como vamos, estamos dando firmes pasos hacia la más grande catástrofe de nuestra historia. Y lo peor, es que todavía algunos creen que lo que ha ocurrido en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Perú no puede suceder en Colombia.
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