No cabe duda de que el momento que estamos atravesando en nuestra España, otrora “evangelizadora de la mitad del orbe; martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…” como la definiera Menéndez y Pelayo, está sumergida en el caos porque ha perdido el rumbo, ya no camina para encontrar a los individuos y a las naciones, andando desalentada y en descomposición.
Sufrimos un fenómeno social de tal descomposición en los caracteres y en las instituciones, absolutamente tan vasto, tan profundo, tan violento, que se nos asemeja a estar pasando nuestros últimos días. Amén de que esta agonía se agrava además por las agitaciones sociales.
Una persistente y nueva leyenda negra ha conseguido borrar de la memoria de los españoles los magníficos frutos de cultura y convivencia que produjo la España católica denostada como nacionalcatolicismo, cuando estando unidos el Estado Español y la Iglesia Católica proporcionaban el bien material y espiritual a todos los españoles. Y que hoy están en desuso, primeramente, por el silencio de los “perros mudos”, incapaces de ladrar, que efectivamente deben guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque, así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos Prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos, o por otras causas que desconozco; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.
Y también se dice de ellos en Ez. 13, 5 que “no acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel”, para que resistiera en la batalla, el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a las grandes amenazas que se cernieron en nuestra Patria al votar la Constitución del 78, y que debieron hablar con entera libertad para defender a la católica España; y resistir y luchar en un frente común y no apoyar sin amor a la justicia contra los malvados que acechaban la civilización cristiana promulgando una Constitución atea, implantándose la democracia.
A partir de ahí, porque democracia y laicidad son dos las dos caras de la misma moneda, se perdió la Unidad Católica de España, y consecuentemente el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo. Y, ¡así nos va!
Por otra parte, la democracia con su “libertad sin ira”, ha propiciado que los españoles pudiesen elegir el mal, trayendo consigo las consecuencias que hoy padece el pueblo español: abandonar a Dios, fuente de agua viva, y cavar sus propias cisternas, cisternas rotas que no retienen ese agua y carecen de Él. Este estar vaciados de Dios nos ha llevado a una gran inestabilidad moral, económica, política y social, repitiéndose continuamente si encontrar salida a la crisis sin tener en cuanta a Dios. Cuando una nación abandona a Dios y tiene como fuente de la moralidad los deseos del hombre; la codicia y la injusticia campea a sus anchas en ricos y en pobres, llegando a tener una sociedad donde todos practican el engaño. Por lo tanto, no importa quién tiene el poder político, si las izquierdas o las derechas, todos están pervertidos, porque las leyes inicuas que se han implantado por unos y aceptadas por otros, son contra natura y no tiene tras de sí a alguien digno de reverencia como lo es el Dios.
Amén de que existen consecuencias negativas en todas las acciones de quienes egoístamente viven de espaldas a Dios y siguen al mundo “sembrando para la carne”, buscando en otras cosas y personas su satisfacción y la razón de sus vidas. El que siembra para sí mismo de sí mismo cosechará corrupción y temor al futuro.
También muy democráticamente se han encargado de arrasar a nuestra juventud, con una enseñanza laicista, para en el pleno desarrollo de la libertad de conciencia busquen su propia autonomía moral, reivindicando un ateísmo, no teísta, y a posicionarse al margen de Dios provocando en unos un anticlericalismo radical, y en otros un posicionamiento servicial del nuevo orden jerárquico liberal.
Al mismo tiempo, se ha inculcado la soberanía, ciudadanía y Derechos Humanos en menoscabo a los Derechos de Dios, sobreponiendo a sus Mandamientos un egocentrismo particular y disoluto, capaz de corromper, degenerar, envilecer y degradar en todo tipo de excesos hedonísticos. Consecuentemente, la satisfacción se ha convertido en el único fin y fundamento de la vida de la ciudadanía, como hoy gusta nombrar a los españoles.
Por último, apuntar que, en el transcurso de estas últimas décadas, en España se percibe una nueva forma de pensar y consecuentemente de ser. Los españoles con la “memoria histórica” en vigor, han reestructurado el proceso histórico de un pasado reciente con la variabilidad de interpretación personal, que ni expresa la verdad ni la realidad histórica. Siendo el padre de la mentira quien, se refleja, con tacha y enmienda, en la mediocridad de nuestros dirigentes, que no cesan de engañar, reinventar y falsificar el pretérito con un relato simbólico, pleno de subjetivismo y cargado de rencor y revancha por los que la promulgaron y por una cobardía inusitada de la que no la derogaron, tratando de introducir, por ambos, un pasado inexistente; pero que ha calado en nuestra sociedad a repetir mil veces la gran sarta de mentiras.
La historia no es un conjunto de memorias parciales, sino que es veracísima, en cuanto que los hechos, como los frutos, hablan por sí mismos exponiéndonos y narrando los acontecimientos pasados de forma objetiva e imparcial.
Sin embargo, ahora quieren hacernos creer que la noche es el día, que los verdugos son las víctimas, que no se ha destruido la clase media porque nunca existió, que las autonomías son nuestra fuente de riqueza, que las urnas son modelo de fiabilidad, honradez y veracidad, que el pueblo es soberano incluso confinado y con bozal, que la identidad de género es un derecho humano, que el comunismo es democracia e igualdad, que los abortos provocados son “interrupción” del embarazo y no el final o muerte anunciada, que la eutanasia o suicidio voluntario es la muerte digna y buena, en una palabra, nos quieren hacer creer que nuestra democracia es la panacea de los sistemas políticos, cuando es, el preludio de paraíso anunciado por los soviets.
Pero no solo sus causas son los esquemas religioso y político expuestos, sino que existe además una merma esencial, cual es la transformación de la familia española, que ha venido produciéndose desde que se cambió la sociedad tradicional a sociedad moderna legalizando el divorcio, desvinculándose de los parámetros estructurales católicos y pasando a ser eminentemente liberal, como se refleja en características tales como el aumento de los hijos extramatrimoniales y de las parejas consensuales, las familias monoparentales, hogares unipersonales, familias recompuestas en adulterio y las tensiones familiares derivadas del cambio del estatus de la mujer en la sociedad.
En definitiva, cabe afirmar que la familia española ha sido objeto de una importante metamorfosis, que se ha ido procesando adaptándola a las nuevas condiciones de vida secularizada y sociabilizada, y que aún continúa abierta para su descomposición.
A causa de todos los factores a los que me he referido del momento actual del abandono de Dios en nuestra España, es posible que suba la proporción de los hogares rotos, de la fragmentación familiar, del deterioro materno, de la ignorancia supina y del borreguismo, de los lavados de cerebro, del éxtasis hedonista…, y descienda la economía, el poder adquisitivo, las prestaciones y pensiones, los puestos de trabajo, la subsidiaridad, los autónomos…, etc.
Por todo ello, nos preguntamos: ¿hacia dónde podemos mirar para encontrar un camino para los españoles vuelvan a reconocer que han nacido para bienes más altos y mucho más magníficos que los fines frágiles y perecibles que son alcanzados por los sentidos, y en torno a aquellos bienes había hasta entonces circunscrito sus pensamientos y sus preocupaciones?
Comprendamos que la verdadera constitución de la vida humana, la ley suprema, el fin al que todo debe sujetarse, es que, venidos de Dios, debemos un día volver a Él.
Sobre ese fundamento, ha de renacer la conciencia de la verdadera dignidad humana, volviendo a poner a Dios en nuestras vidas, disipando las tinieblas y los vicios de esta doctrina satánica, llamada democracia, para que se opere en los españoles la trasformación del egoísmo reinante, en un sentimiento de la hermandad social, esto es, de un compatriotismo que haga pulsar sus corazones a una conducta sana de vida común, y que, a pesar de los ataques malsanos de esa revolución que hoy ha abierto la veda a la impiedad y la desmembración de la Patria, sus tradicionales costumbres tomen otro rumbo para que los derechos y obligaciones acordes a la Ley de Dios estén vigentes en sus vidas.
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