Por Diego Fusaro (traducción de Carlos X. Blanco=
Digámoslo sin perífrasis. En contra de todo derecho del mar, barcos privados encargados de realizar la deportación embarcan a seres humanos en las costas de la Libia desestabilizada por Occidente y su ciego imperialismo humanitario (2011) y los deportan en masa a Italia. Digo contra todas las leyes del mar, porque estas leyes exigen que los rescatados sean llevados al puerto seguro más cercano. Que, desde Libia, no pueden estar en Italia. ¿Por qué ocurre esto? Son barcos privados y ya sabemos cuál es la lógica del sector privado: el negocio es el negocio. No para ahorrar, sino para obtener beneficios. No se trata de integrar, sino de aprovecharse. No acogiendo vidas, sino traficando con nuevos esclavos. ¿Con qué fin? ¿A quién le interesa este inhumano neocolonialismo posmoderno? A los amos del capital, la clase dominante turbo-capitalista. Deporta nuevos esclavos de África, una mano de obra dócil y superexplotable (campos de tomate, etc.). Y al hacerlo, reduce los salarios de la clase trabajadora en su conjunto, tanto la nativa como la inmigrante. Además, la clase dominante crea enfrentamientos horizontales entre los últimos. En lugar de luchar verticalmente contra los de arriba, ahora luchan horizontalmente dividiéndose entre inmigrantes y nativos, blancos y negros. La izquierda cosmopolita, por su parte, con sus idiotas útiles al servicio del capital, añade la legitimación cultural: elogio lacrimógeno de la inmigración masiva, glorificación de los barcos de deportación, deslegitimación de toda regulación (inmediatamente tachada de autoritaria y fascista).
Está, o debería estar, claro a estas alturas. Sociedad abierta, mentes abiertas, puertos abiertos: todo abierto, para que todo se vacíe. Este es el sueño del turbo-mundo capitalista: la reducción del mundo a un mercado planetario con libre circulación omnidireccional de mercancías y personas mercantilizadas.
Hace unas semanas se produjo otro terrible e inaceptable naufragio. A 6 km de la costa libia, a 340 km de la costa de Malta y a 445 km (¡sic!) de la costa de Italia. Y los solones del progresismo, los devotos de la tercermundización de Europa y los edecanes del cosmopolitismo capitalista repiten sin cesar que lo ocurrido es culpa de Italia. La lógica se pone patas arriba, la subcultura irracional de las emociones se impone, con inevitables imágenes lacrimógenas utilizadas ad hoc. En las revistas de noticias nacionales se suceden los titulares lacrimógenos sobre el tema de los inmigrantes. Y sin embargo, cuando los trabajadores fueron masacrados sangrientamente por la Ley de Empleo y la reforma Fornero, ni una palabra. Al fin y al cabo, la propia inmigración masiva sirve para masacrar a los trabajadores con mayor eficacia: quitándoles los pocos derechos sociales que les quedan, bajando monstruosamente sus salarios y haciéndoles pensar que los enemigos son los inmigrantes y no los que los deportan para masacrar mejor a la clase obrera.
Y luego está el siempre presente Boeri, que pontifica con el sello hierático del sacerdote de la globalización del mercado: «la caída de los inmigrantes es un problema muy grave para las pensiones que hay que pagar» .
En resumen, hay muy buenas razones para deportar a los nuevos esclavos de África en barcos privados: 1) trabajan a muy bajo coste (bajando los salarios de los nativos), 2) pagan nuestras pensiones.
El rey está desnudo.
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