Por Padre Ángel David Martín Rubio
I. Con la Encíclica Quas Primas de Pío XI (1925) la realeza de Cristo entró de lleno en la Liturgia universal de la Iglesia (institución de la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey el último domingo de octubre) y en la categoría de las verdades declaradas por el Magisterio de la Iglesia como parte de la Revelación[1].
– Ya en el AT es vaticinada la Iglesia con las características de un reino (el reino mesiánico) fundado por Cristo, Hijo de Dios. En los salmos aparece constituido Rey de todos los pueblos sobre el monte santo de Sión, para administrar justicia a los humildes y humillar a los soberbios; su imperio universal se extenderá hasta los confines de la tierra y prevalecerá contra las insidias de sus enemigos (cfr. Sal 2 y 71).
– El Arcángel Gabriel dice a María: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 32-33). Desde la profecía de Natán (2 Sam 7, 12-14) se sabía que el Mesías procedería de la casa de David y en los Evangelios el título más usual del Mesías es «Hijo de David». Por otra parte, el anuncio de la eternidad de este reinado se alude a un mesianismo trascendente, ya que las cosas temporales están limitadas y tienen fin[2].
– «En el manto y en el muslo lleva escrito un título: Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19, 16). «Rey de reyes» designa a un rey que tiene bajo su cetro otros reyes que le reconocen como soberano. Del Mesías se dice muchas veces que su imperio se extenderá por toda la tierra, y que los reyes le rendirán homenaje. El título de «Señor de señores» tiene también una significación regia y triunfal. Este título debió de ser usado por la Iglesia primitiva muy pronto, aplicándolo a Cristo para expresar su divinidad y su dignidad de Rey-Mesías[3].
San Agustín recoge las afirmaciones de la Escritura y la tradición de los Padres al afirmar que Cristo en cuanto hombre ha sido constituido Rey y Sacerdote
«Aunque Mateo concentra la atención en la figura del rey y Lucas en la del sacerdote, uno y otro encarecieron al máximo la humanidad de Cristo. Cristo fue constituido rey y sacerdote en cuanto hombre, Él a quien Dios otorgó la sede de David su padre, a fin de que su reino no tuviese fin y, como hombre Cristo Jesús, fuese mediador entre Dios y los hombres, para interceder por nosotros»[4].
Esta realeza de Cristo se vincula tanto a la encarnación como a la redención:
– Cristo es Rey por derecho de nacimiento, porque es Hijo de Dios, aun en cuanto a su humanidad subsistente en la Persona del Verbo.
– Y por derecho adquirido, porque rescató con su sangre al género humano de la esclavitud del pecado que pesaba sobre todo lo creado como dice san Pablo: «Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8, 19-21)
II. Cristo anhela ser Rey de nuestros corazones pero también ha dicho: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28, 18), término bíblico con el que se expresa la universalidad y plenitud del poder. Es el eco de la profecía: «A Él se le dio poder, honor y reino. | Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. | Su poder es un poder eterno, no cesará. | Su reino no acabará» (Dn 7, 14). Por tanto, quiere ser también el Rey de las sociedades.
Ahora bien, en el desarrollo histórico del cristianismo no asistimos a la realización de un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino a una progresiva irradiación del mal.
«A lo largo de estos últimos siglos se ha desencadenado un complejo proceso de descristianización. Negación de la Iglesia verdadera, ante todo, con la Reforma protestante. Negación de Cristo, luego, en el deísmo y racionalismo del siglo pasado. Negación lisa y llana de Dios, en el ateísmo contemporáneo, sea bajo forma militante, en el marxismo, sea bajo forma de marginación, en el liberalismo. Negación, como puede verse, progresiva: Iglesia, Cristo, Dios, que concluye en la gran apostasía contemporánea, con su intento de crear un paraíso en la tierra donde el verdadero rey sea el hombre autónomo, con la desgraciada colaboración de no pocos católicos ingenuos o cómplices» ()[5].
Describiendo esta situación, Rafael Gambra hablaba de una «apostasía inmanente»: «apostasía», porque con el corazón muchos ya se han separado de la Iglesia; «inmanente», porque aparentemente siguen permaneciendo en ella. Y este pecado de apostasía atenta directamente contra la realeza de Cristo porque propugna la laicización de la sociedad (negándole su fundamento religioso) y al derivar la ley de la sola convención humana corta los lazos de la convivencia humana respecto de Dios [6].
III. Mientras Cristo Rey es discutido y falseado por hombres de voluntad perversa, es preciso reafirmar que Él es Rey universal y absoluto y que el ejercicio de su realeza es absolutamente necesario para el buen régimen del mundo, en todos los órdenes. El teólogo dominico Garrigou Lagrange (1877-1964) hablaba de cómo ya en su tiempo muchos hombres se habían alejado de Dios organizando sin Él la vida intelectual y la vida social. Y esto ha agravado los grandes problemas que siempre han preocupado a la humanidad.
Para hacer frente a esta situación es necesario plantear el problema religioso desde su raíz. No hay término medio: o se pronuncia uno por Dios o contra Dios; éste es el problema de la vida interior en su misma esencia. «El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12, 30). Esto equivale a decir que en el fondo de todo gran problema se encuentra esa gran cuestión de las relaciones del hombre con Dios. «Si el Señor no construye la casa, | en vano se cansan los albañiles; | si el Señor no guarda la ciudad, | en vano vigilan los centinelas» (Sal 126, 1)[7]. El salmista declara la inutilidad de los esfuerzos humanos al margen de la Providencia divina.
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Hagamos nuestra en la fiesta de Cristo Rey, el deseo que manifestamos cada vez que rezamos el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu reino». Que Jesús sea reconocido como Rey, en los individuos, en las familias, en la sociedad, para que se cumpla lo que le pedimos en la oración después de la comunión: que después de haber sido dignos súbditos de su cetro en la tierra, podamos formar parte de su Reino eterno en la gloria.
«Habiendo conseguido el alimento de inmortalidad te pedimos, Señor, que cuantos nos gloriamos de militar bajo las banderas de Cristo Rey, con Él mismo podamos reinar continuamente en la sede celestial. Que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos».
- [1] Cfr. Pietro PARENTE, Realeza de Cristo, in: Diccionario de Teología Dogmática, Barcelona: Editorial Litúrgica Española, 1955, 310-311.
- [2] Cfr. Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 756.
- [3] Cfr. José SALGUERO, Biblia comentada, vol. 8, Epístolas católicas. Apocalipsis, Madrid: BAC, 1965, 507.
- [4] Concordancia de los evangelistas I, 6.
- [5] Cfr. Alfredo SÁENZ, Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 299-304.
- [6]cfr. Rafael GAMBRA, la democracia como religión. La frontera del mal, in: Verbo, 229-230 (1984) 1213-1220
- [7] Cfr. Las tres edades de la vida interior», Madrid: Palabra, 2003, 4-7.
Este artículo se publicó inicialmente en el digital www.adelantelafe.com
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