Algunos herejes como Lutero o Calvino intentaron encontrar algún pecado de la Virgen María en el Evangelio. Por ejemplo, la Madre de Cristo habría sido negligente durante la pérdida del Niño Jesús en el Templo y habría perdido la paciencia después de haberlo encontrado.
Pero la Virgen no fue negligente al pensar, como San José, que el que acababa de adquirir la condición de adulto ante la Ley, estaba con sus familiares en la fila de la peregrinación. En cuanto a las palabras que la Madre de Dios dirige a su divino Hijo, son la expresión de su asombro, su amor y su dolor.
Por el contrario, es preciso decir que la enemistad absoluta y perpetua entre la Santísima Virgen y Satanás expresada en el Génesis (Gen 3, 15) afirma implícitamente la inmunidad al pecado, al menos mortal.
Además, el saludo del Arcángel Gabriel, “llena de gracia” es fundamental. En lo que respecta al pecado mortal, este queda excluido porque esta plenitud implica la confirmación en la gracia. Y en cuanto al pecado venial, como dice San Alberto Magno en su Mariale: “Donde hay pecado venial, hay una cierta falta de gracia; pero María estaba llena de gracia; así que no había pecado en ella”.
También es conveniente citar este texto del Cantar de los Cantares que la Santa Iglesia aplica a la Santísima Virgen: “¡Toda tú eres hermosa, amiga mía, y no hay mancha en ti!”
Los Padres de la Iglesia son el eco de la palabra sagrada. San Agustín proporciona un motivo teológico: “Exceptuando a la santa Virgen María, acerca de la cual, por el honor debido a nuestro Señor, cuando se trata de pecados, no quiero mover absolutamente ninguna cuestión, porque sabemos que a ella le fue conferida más gracia para vencer por todos sus flancos al pecado”.
San Bernardo también afirma la inmunidad al pecado actual: “Pienso que descendió sobre ella una abundante bendición de santificación, que no solo santificó su nacimiento, sino que preservó su vida de todo pecado; cosa no concedida a ningún otro nacido de mujer. Por tanto, era conveniente que la reina de las vírgenes, por el privilegio de una santidad singular, llevara una vida sin pecado alguno, ella que daría a luz al Redentor del pecado y de la muerte y obtendría para todos el don de la vida y la justicia”.
La voz del Magisterio hace resonar la misma verdad. Por tanto, el Concilio de Trento afirma que “nadie puede en su vida entera evitar todos los pecados, ni siquiera los veniales, si no es por un privilegio especial de Dios, como lo enseña la Iglesia sobre la Bienaventurada Virgen”.
El Papa Pío IX, en la bula Ineffabilis Deus, que proclama la Inmaculada Concepción de la Virgen, también afirma: “Así, la colmó tan maravillosamente con los tesoros de su divinidad, más que a todos los espíritus angélicos, más que a todos los santos, con la abundancia de todas las gracias celestiales, y la enriqueció con una profusión maravillosa, para que estuviera siempre exenta de toda mancha, completamente exenta de la esclavitud del pecado, toda bella, toda perfecta y en tal plenitud de inocencia y santidad que no se puede, exceptuando la de Dios, concebir una mayor, y ningún entendimiento que no sea el del mismo Dios puede medir tal grandeza”.
La teología no hace más que retomar esta tradición afirmando que la Virgen no cometió ningún pecado actual. Esta perfección es sumamente conveniente por varias razones, como dice Santo Tomás:
El deshonor de los padres repercute en sus hijos. El deshonor del pecado repercutiría en el Hijo de Dios.
La maravillosa proximidad de María con el Verbo lo prohíbe: “¿qué entendimiento puede haber entre Cristo y Belial?”
Finalmente, el doctor angélico cita el libro de la Sabiduría: “La sabiduría [en este caso, el Verbo] no entrará en el alma malévola ni en el cuerpo sujeto al pecado.”
Dejemos la última palabra a San Efrén que nos habla de la Virgen “inmaculada, sin mancha, incorrupta, y enteramente modesta, completamente ajena a toda impureza, a toda mancha, la esposa de Dios, nuestra señora”.
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