Por Diego Fusaro. Traducción: Carlos X. Blanco.
La tesis que quiero articular es la siguiente: el orden neoliberal tiende a reducir la cultura a un know-how [saber hacer] y, por tanto, a un «conocimiento» supeditado al principio del beneficio. El ensayo de 1945 de Von Hayek titulado El uso del conocimiento en la sociedad (1945) es emblemático y profético. La tesis fundamental es que conocer, aprender, educarse, no significa acercarse a la verdad y tomar conciencia de uno mismo y del mundo. Significa, por el contrario, adquirir los conocimientos técnicos pertinentes, que mejorarán la posición del individuo en el mercado.
El individuo educado – argumenta von Hayek – tiene un capital cultural del que puede beneficiarse, compitiendo con éxito con aquellos que no lo han acumulado. Tal pedagogía del utilitarismo nihilista, que anticipa la actual destrucción liberal de la escuela y la educación (reducidas respectivamente a un negocio y a un conocimiento útil), es retomada con entusiasmo por Lyotard en La condición posmoderna (1979), según un insospechado entrelazamiento que revela la profunda afinidad entre los razonamientos liberales y posmodernos.
En la era posmoderna -explica Lyotard- el estudiante y la institución educativa en la que se encuentra no tienen que preguntarse qué es verdad, sino qué es útil: «La pregunta más o menos explícita que se hacen el aspirante a profesional, el Estado o la institución de enseñanza superior ya no es: ¿es verdad? Sino: ¿para qué sirve? En el contexto de la mercantilización del conocimiento, esta pregunta significa en la mayoría de los casos: ¿se puede vender? Y en el contexto del aumento de poder: ¿es eficaz? Pues bien, la formación en competencias performativas parece ciertamente vendible en las condiciones descritas, y es eficaz por definición. Lo que ya no es así es la competencia definida según otros criterios, como verdadero/falso, correcto/justo, etc., y también evidentemente la escasa performatividad en general» (La condición posmoderna).
En esencia, la tarea principal y exclusiva de las escuelas y universidades es formar competidores eficaces que sean capaces de competir con éxito en la arena del beneficio que es la sociedad, redefinida como mercado integral.
Para que esto ocurra, es necesario -para von Hayek como para Lyotard- desprenderse de la idea de la cultura como fin en sí mismo y de toda posible referencia del conocimiento a dimensiones no inmediatamente prescindibles en el mercado, como las relacionadas con lo verdadero, lo justo y lo bueno. De este modo, se crean las condiciones para esa «negación del concepto mismo de cultura» que, en sus Escritos sociológicos, Adorno veía como la base del avance del capital en las escuelas y universidades. La búsqueda de la verdad es desplazada por el know-how orientado al beneficio y, al mismo tiempo, se disuelven la autonomía, la espontaneidad y la capacidad crítica.
Por el contrario, prevalece el conformismo del puro cálculo y la adaptación cadavérica a las normas, con vistas no a la crítica de la sociedad alienada, sino al éxito individual en sus espacios blindados. De este modo, tenemos el triunfo de la razón liberal en la esfera que más se había resistido a ella, a menudo incluso erigiéndose en lugar de elaboración crítica contra la mercantilización en curso.
No nos cansaremos de repetir que el razonamiento liberal no anula el conocimiento, sino que lo produce, en un sentido claramente liberal. Por esta razón, favorece un ideal utilitario toto genere de la educación: ya no tiene como objetivo, como en el pasado, la formación de ciudadanos integrales, sino la generación de un «capital humano» performativo que pueda gastarse fácilmente en el mercado laboral. La educación deja así de entenderse y practicarse como formación y como cultivo de uno mismo: empieza a concebirse como una inversión de mercado, llamada eo ipso a expresarse en resultados económicamente apreciables, por tanto cuantitativos y calculables a través del negocio generado.
En este horizonte desolador de sentido se explican, entre otros, fenómenos como la prevalencia de la formación profesional sobre la generalista, el triunfo de la enseñanza tecnológica sobre la puramente humanística, y la redefinición general del alumno como «capital humano», como «consumidor de formación», como «recurso» llamado a hacer malabares con las tres sagradas «i» (N .del T. : las tres “i” sólo es inteligible en su original italiano, impresa, inglese, internet, es decir, empresa, inglés, internet). No es de extrañar, por tanto, que la financiación de la investigación se oriente puntualmente en esta dirección, con la definición de todo lo que se sale de este paradigma, elevado a la categoría de lo único digno de ser perseguido; por ello, el léxico de la educación sigue colonizado por sintaxis económicas (consumidores de formación, deudas y créditos, managers, etc.) y cualquier referencia más general a la cultura clásica es vista con recelo.
Artículo original publicado en italiano en https://avig.mantepsei.it/single/liberismo-e-riduzione-della-cultura-a-know-how
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