Por Gonzalo Wilfredo Gomez Olivas.
Cuando nos estábamos preparando para recibir nuestra primera Comunión se nos instruyó ya sea por parte de nuestros padres ya sea por parte de nuestros catequistas, en que Jesús estaba real y verdaderamente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en la Hostia y en el vino consagrado, de acuerdo a lo que Él mismo dijo (Mt XXVI, XXVI. Ju VI, LVI – LXXI).
Es de entender entonces que estuviéramos tan entusiasmados con la idea de probar que sabor, olor y textura tenía la Hostia, ya que en nuestra inocencia esperábamos que tuviera el sabor, el olor y la textura de Cristo (sonrio al recordar esto). Vaya fiasco que nos llevamos cuando llegó el tan ansiado día y al recibir la Comunión no sentimos otro sabor sino simplemente el sabor del pan.
¿Por qué es esto así? ¿por que la Hostia no cambia aparentemente en nada luego de la transubstanciación que ocurre en el momento de la consagración, siendo que se convierte en el cuerpo de Cristo?
Bueno, a continuación trataremos brevemente de dar respuesta a esta curiosa e interesante pregunta.
Términos metafísicos
Lo primero que haremos es definir dos términos filosóficos que son fundamentales para entender la posterior explicación, estos términos son: substancia y accidente.
Se entiende por substancia aquello que es esencial en una cosa, aquello que si se le quitará dejaría de ser lo que es.
Por ejemplo en un vehículo lo substancial sería su motor y sus ruedas, ya que si se le quitara uno de esos dos elementos esenciales dejaría de ser un vehículo y se convertiría en un simple pedazo de metal.
Se entiende por accidente aquello que no es substancial en una cosa, aquello que si se le quitara no dejaría de ser por eso lo que es.
Siguiendo el ejemplo del automóvil diremos que lo accidental o no substancial en un vehículo es: el color, el tamaño, la forma, el peso… Ya que sin importar cuanto varíen estos elementos, el vehículo no deja de ser vehículo mientras permanezca en él lo substancial.
Esto mismo se puede aplicar a cualquier otra cosa, por ejemplo el hombre es unión substancial de alma y cuerpo, de ahí el color de piel, el color de ojos, la altura, el tono de vos… Son todos accidentes.
Aplicación en la Eucaristía
Pasemos ahora a aplicar estos conceptos filosóficos a la Eucaristía.
Se lee en el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: «en la Eucaristía permanecen el olor, color y sabor del pan y del vino; pero su substancia se ha convertido en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo» (nº 1374ss ).
Como vemos lo que permanece en la Hostia y en el vino son los accidentes del pan y del vino, mientras que cesan las sustancias del pan y del vino porque suceden en su lugar el cuerpo y la sangre de Cristo.
El término transubstanciación significa cambio de sustancia, así como el término transformación indica cambio de forma, ya que la raíz «trans» indica cambio.
Cuando alguien pregunta que es algo respondemos haciendo referencia a la substancia de ese algo y no a sus accidentes.
Por ejemplo, si alguien preguntara que es Socrates, no responderemos que Socrates es gripe, solo por que tuvo gripe de vez en cuando, algo que fue accidental en él, sino que responderemos que Socrates es una persona ya que la persona es lo substancial en él; de igual forma cuando alguien pregunta que es la Hostia luego de la consagración, respondemos que es el cuerpo de Cristo, ya que en substancia eso es, aunque en apariencia sea pan porque permanecen los accidentes: olor, sabor, textura…
Conclusión
Llegados a este punto hemos dado respuesta a la pregunta que nos ocupaba, sobre porque cada vez que comulgamos no sentimos más que simple pan en nuestra boca, a pesar de que por fe sabemos que es el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo que se ha transubstanciado milagrosamente, ¡Jesús lo dijo y Él no puede mentir!
Digamos pues con Santo Tomás de Aquino: » Praestet fides supplementum
Sensuum defectui», «la fe supla la incapacidad de los sentidos» ( Tantum ergo)
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