En la Litúrgia de las horas del miércoles de la primera semana, para el rezo de laudes, hay un himno que siempre me ha parecido interesante no tanto por místico sino por teológico y que en este artículo interpretaré según lo que por lo general, me suscita cuando lo medito. El himno comienza de la siguiente manera:
Sentencia de Dios al hombre antes que el día comience: «Que tu pan no venga a tu mesa sin el sudor de tu frente. Ni el sol se te da de balde, ni el aire por ser quien eres...
El «Quien eres» podemos leerlo «hijo de Dios por adopción» tal y como nos dice San Pablo en Romanos: «El mismo Espíritu da testimonio, juntamente con el espíritu nuestro, de que somos hijos de Dios» (8, 17). Pero ¿Tenemos una suerte de privilegios especiales por nuestra condición de hijos? El Apóstol Pablo nos dice «(…) todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Rm 3, 23). Sin embargo Jesucristo enseña: «¿O hay acaso entre vosotros algún hombre que al hijo que le pide pan le de una piedra; o si le pide un pescado, le dé una serpiente? Si, pues, vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a los que le pidan!» (Mt. 7, 9-11). Ciertamente, es un privilegio dirigirnos a Dios aún siendo nosotros hijos que ofenden a su Padre. Pero nada de lo que recibimos lo obtenemos por mérito propio sino por la gracia divina. Por eso es que el himno sabe decir que Ni el sol se te da de balde, ni el aire por ser quien eres … no por ser hijos sino porque Dios es generoso.
Seguimos en el himno y ahora nos dice «Que tu pan no venga a tu mesa sin el sudor de tu frente». Y acá no puedo dejar de citar aquellas palabras dirigidas por Dios, al hombre: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra; pues de ella fuiste tomado» (Gn 3, 19).
Continúa el himno: las cosas son herramientas y buscan quién las maneje.
El mar les pone corazas de sal amarga a los peces; el hondo sol campesino madura a fuego las mieses. La piedra, con ser la piedra, guarda una chispa caliente; y en el rumor de la nube combaten el rayo y la nieve.
De este pasaje puedo decir que si en la naturaleza; en toda ella vemos cómo es dura la existencia para las especies y como si de una batalla se tratara ¿Cómo no será difícil para la criatura que hirió el corazón de Dios con su desobediencia atrayendo para sí misma, el dolor, la enfermedad y la muerte? Este ha sido el drama del hombre a lo largo de su historia por la tierra y el que continuará siendo, hasta la Parusía.
Continúa el himno: A ti te inventé las manos y un corazón que no duerme…
En estos dos enunciados se contienen dos ideas: el trabajo y los deseos. El Apóstol Pablo nos dice unas palabras, las que encontramos en 2 Tes. 3, 8-12:
«De nadie comimos de balde el pan, sino que con fatiga y cansancio trabajamos noche y día para no ser gravosos a ninguno de vosotros; y no por no tener derecho, sino para presentarnos a vosotros como ejemplo que podáis imitar. Por eso, cuando estábamos con vosotros, os mandábamos esto: Si uno no quiere trabajar, tampoco coma. Porque hemos oído que algunos de vosotros viven en el desorden, sin trabajar, sólo ocupándose en cosas vanas. A los tales les ordenamos y exhortamos en el Señor Jesucristo que, trabajando tranquilamente, coman su propio pan».
En Gn 3, 19 ya leíamos que el hombre debe trabajar hasta que vuelva al polvo, es decir, todos los días de la vida. En aquel estado de perfección original todo ya estaba dado por Dios para el sustento humano. En la vida eterna no habrá necesidad de alimentarnos, pues el hombre deificado no padecerá de las imperfecciones sensibles como el hambre o el sueño porque seremos como Dios es: impasibles. Pero mientras andamos por este valle de lágrimas, el trabajo es lo que al hombre le ha tocado; que no como castigo sino como camino de virtud. Los monjes benedictinos nos dieron la clave: «Ora et Labora».Ellos, con su trabajo y su oración diaria, transformaron los valles y las llanuras de sus conventos y sus alrededores en lugares donde los frutos brotaron de la tierra labrada por sus propias manos.
Y un corazón que no duerme…Nos dice San Agustín «porque nos criasteis para Vos, y está inquieto nuestro corazón hasta que descanse en Vos» (Confe. I, 1). Ser productivo es el prototipo de vida moderna. Las empresas ofrecen bienes y servicios que muchas veces no son necesarios. Pero la gente cree que sí. La inversión en publicidad tiene por objetivo, cambiar la idea de «cosas innecesarias» a ideas del tipo «esto me va a servir y lo compro». Todo por el lucro. Pero cosas como el tiempo para la reflexión, para la tranquilidad y la quietud, hoy por hoy, son bienes escasos. Son bienes de primera mano porque solamente en el silencio y en la tranquilidad del alma es que podemos escuchar a Dios. Un corazón que no duerme es un corazón que nunca está tranquilo. En nuestro tiempo, los hombres están llenos de un sinnúmero de deseos que muchas veces no son nuestros, sino más bien, son el resultado de la influencia de toda la publicidad comercial que nos vende las idea del tipo «Tú eres el dueño de tu destino, en tí están las llaves del éxito, etc.». La búsqueda de éxito, fama y fortuna mantiene en desvelo al corazón humano. Jesucristo nos decía: «(…) allí donde está tu tesoro allí también estará tu corazón» (Mt. 6, 21).
Puse en tu boca palabras y pensamiento en tu frente… El himno ahora nos ubica en otras dos realidades: el hablar y el pensar. ¿Pero cuál es el propósito por el que Dios nos dotó de tales facultades? Se podrían aventurar varias hipótesis por las que Dios quiso que participaramos de su capacidad de hablar y pensar. Pero al modo en que he reflexionado sobre este himno, las palabras en la boca son las palabras que Dios quiere pronunciar por medio de nuestra boca: las palabras de eterna salvación, las palabras que los hombres de todo tiempo deben escuchar porque son las palabras que conducen a la vida eterna. Por otra parte, el pensamiento en la frente es el conocimiento de Dios «(…) el cual quiere que todos los hombres sean salvos (…)» (1 Tim. 2, 4). Así, juntamente, por el conocimiento de las verdades divinas y por el lenguaje que nos faculta la comunicación con los demás, se llega a todos los hombres con la predicación de la Palabra de Dios.
Luego nos dice el himno, No basta con dar las gracias sin dar lo que las merece. A fuerza de gratitudes se vuelve la tierra estéril».Como leemos en Gn 4, 3.4:
«Pasado algún tiempo, presentó Caín a Yahvé una ofrenda de los frutos de la tierra.Y también Abel ofreció de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos».
Señala el cardenal Juan Straubinger que «el sacrificio es la expresión espontánea de los sentimientos del hombre que reconoce su dependencia de Dios». En efecto, el hombre debe dar gracias al Creador ofreciéndole sacrificios espirituales agradables al Padre por medio de Jesucristo y no digamos ya el Santo Sacrificio de la Misa como la máxima forma de acción de gracias. Ahora bien; el Señor es bueno hasta con los malos (Cf. Mt. 5, 45) y hace salir el sol para todos. Para nuestro sustento nos ha dado la tierra para labrarla y por medio de todo, le debemos adorar como el único Dios verdadero que es. El hombre debe trabajar y con su esfuerzo, «compensar» de alguna manera, todas las bondades de Dios.
Sentencia de Dios al hombre antes que el día comience: «Que el pan no venga a tu mesa sin el sudor de tu frente. Ni el sol se te de da balde ni el aire por ser quien eres; las cosas son herramientas y buscan quién las maneje. El mar le pone corazas de sal amarga a los peces el hondo sol campesino madura a fuego las mieses. La piedra, con ser la piedra, guarda una chispa caliente; y en el rumor de la nube combaten el rayo y la nieve. A tí te inventé las manos y un corazón que no duerme; puse en tu boca palabras y pensamiento en tu frente. No basta con dar las gracias sin dar lo que las merece; a fuerza de gratitudes Se vuelve la tierra estéril».
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