Don Gabriel García Moreno es lejos, la figura histórica más importante de todo el periodo republicano, a quien el Ecuador debe incluso su supervivencia como unidad política independiente (como cualquier historiador lo admitirá), pero que además, consiste en la única figura histórica en quien el colectivo nacional puede encontrar un verdadero arquetipo de jefe ejemplar. Así pues, su monumental importancia para el Ecuador e incluso para la cultura universal, tiene una naturaleza tanto histórica como simbólica.
Pues, partiendo desde la mismísima integridad física del territorio nacional, pasando por sus obras monumentales de infraestructura, educación, salud e incluso, tomando en cuenta sus heroicas y titánicas tentativas por elevar la conciencia de la nación, como por ejemplo, mediante ese trabajo casi metafísico de semiótica y simbología que significó el proyecto de la consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, si el Ecuador tuvo un verdadero padre fundador, ese padre fundador, gracias a Dios, fue Gabriel García Moreno.
Pero la trascendencia de los actos de su trayecto vital, son sin embargo eclipsados por lo que la figura de Don Gabriel vino a representar en la psique del colectivo nacional. Pues, por sus dotes, sus hazañas, pero sobre todo por su dignidad espiritual, éste se convirtió en un símbolo del gran líder, del restaurador, del ordenador, del jefe arquetípico y en este sentido, una muestra de aquello puede ser identificado fácilmente, por ejemplo, en este simple pero decidor refrán popular del sur de la provincia de Manabí: “Gabriel García Moreno, quita lo malo y pone lo bueno”.
Tales fueron la excepcionalidad del ser y los actos de García Moreno y de tal contraste con los de sus antecesores y predecesores, que se podría sospechar incluso, de que estuvo influenciado a lo largo de su vida, por influjos intermitentes de una inteligencia infinitamente más profunda, más antigua y más potente que la mera conciencia humana. Una inteligencia primordial, de la cual incluso (tal como lo especuló Huxley en su momento) es muy probable que de ella emerja la propia conciencia humana. De ella han hablado también muchas otras de las grandes mentes de Occidente del último siglo, como Carl Jung, David Bohm, Niels Bohr o el mismísimo Nikola Tesla, sin embargo, en la tradición cristiana, los hombres se referían a ella simplemente como la divina providencia.
Nos referidos, pues, a ese “Algo” que existe en nosotros, que puede ser sin nosotros y que seguirá siendo después de nosotros, al que se refirió Sir Thomas Browne, y que según la psicología Jungiana, se manifiesta en esta realidad tras las profundidades de la psique de los hombres, por medio de un amplio espectro de diferentes formas y atributos, que se plasman en símbolos e ideas que perduran a lo largo del tiempo –los arquetipos-, y que en raras ocasiones, surgen en los hombres excepcionales con tal fuerza y pureza, que los transforman en un arquetipo viviente. García Moreno fue uno de estos hombres excepcionales.
Así pues, García Moreno a todas luces encarna un símbolo, un arquetipo que antaño la tradición llamó el Líder ungido por Dios, el líder por derecho natural y por tanto, por derecho divino. Pues, bajo la vieja cosmovisión tradicional, el poder supremo de la autoridad y las pretensiones de legitimidad que cualquier gobierno afirma tener, deben ser reconocidas como derivadas, directa o indirectamente, de lo Trascendente, de Dios y las Leyes de Dios.
Este Rey-filósofo, según la vieja tradición, manifiesta en su ser integral las cualidades duales de la destreza marcial y administrativa, junto con un logro espiritual personal superior, pues, el mundo antiguo reconoció que el líder verdadero debe encarnar dentro de sí mismo y al mismo tiempo, cualidades intelectuales, marciales y espirituales superiores. Haciendo de tal persona simultáneamente un pensador, un guerrero y un sacerdote. Ya que aquel político y filósofo, aquel rey y santo, tiene la capacidad de actuar con gran compasión, pero también con fuerza y autoridad implacables de forma armoniosa y equilibrada a cada momento y más aún en los momentos decisivos.
La importancia práctica de esta concepción es evidente, pues, el verdadero jefe, el aristócrata natural es siempre el ejemplo y la conciencia de la nación, así, si los gobernantes son corruptos, entonces la gente también será corrupta. Si los gobernantes son modelos de virtud, entonces la nación será un imperio de paz, justicia, belleza y armonía sobre la tierra. Y fue a este arquetipo, ni más ni menos, al que, de forma relativa e imperfecta, pero con gran gracia y dignidad, encarnó don Gabriel García Moreno como un monumento vivo para la posteridad.
Este hecho fundamental, es sin duda también la razón de fondo, del odio satánico que le han profesado y le profesan hoy sus detractores y los descendientes de sus enemigos, los esbirros de aquella subversión metafísica materializada en Europa en su vertiente política en 1789, en contra de nuestra tradición, subversión que, en su locura y maledicencia quiméricas, pretendió negar lo sagrado mediante la usurpación de lo divino por lo meramente humano.
Pero utilizando esa metáfora del gran Ramiro de Maeztu de la hiedra y de la encina, así como la hiedra no podrá nunca terminar de sofocar a la encina, esa subversión monstruosa, junto con todas las aberraciones resultantes de su desorden, no podrán nunca jamás terminar de apagar la luz de Dios en el hombre, pues como dijera con su aliento final ese gigante ontológico, ese arquetipo del caudillo hispánico, don Gabriel García Moreno, mientras pasaba de este mundo de sombras a la Inmortalidad, ¡DIOS NO MUERE!.
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