Mientras caminaba por una concurrida calle de mi ciudad, un estrépito me despertó de cierto letargo que cargaba por la avenida. Era el altoparlante del anuncio de una promoción navideña que una casa comercial dirigía a los transeúntes. Fue cuando alcé la mirada y viendo a mí alrededor, noté cómo las calles y los comercios ya estaban arreglados con luces rojas, azules, verdes… que parpadeaban incansablemente. Veía los gorros rojiblancos representativos de aquel personaje gordo y barbudo, que ríe con la O desencajada de la boca, símbolo del consumismo moderno, el cual, nunca estuvo presente hace dos mil años en Belén de Judá. Fue como si hubiera visto por primera vez en toda mi vida a la gente comprando, y de tal modo que pareciera que mañana todas las tiendas y comercios fueran a cerrar…
Nos encontramos en adviento y la Iglesia nos enseña que es un tiempo de expectación en el que debemos estar preparándonos para lo que dentro de algunas semanas más, los católicos del mundo entero vamos a conmemorar. Aunque, a decir verdad, por lo menos en mi diócesis, he escuchado pocas exhortaciones a la meditación de uno de los más grandes acontecimientos de la historia humana: que un Dios haya decidido hacerse hombre. No podía ser más que el Dios Omnipotente capaz de nacer de mujer, cual indefensa criatura envuelta en pañales y cuidado por la Santa Madre elegida por Él y para Él.
Talvez la amnesia del sentido de estos días sea producto de la vorágine comercial, de ese ruido mundano que nos invita a comprar en demasía. Talvez sea que los católicos nos hemos aburrido de los misterios que celebramos o es que el mundo ya nos quitó la fe y ahora nos comportamos como quiere que nos comportemos, comprar lo que el comercio quiere que compremos y celebrar cualquier festividad pero menos la fiesta del cumpleañero, del que cada año parece que nos acordamos menos. Y así como parece que cada año olvidamos que Cristo ha nacido, es decir, que ya ha venido una primera vez a este mundo; también parece que olvidamos que su segunda venida es inminente. Es más preocupante que todos lleguemos a olvidar la segunda venida de Cristo y que no estemos preparados para recibirlo ni listos para ser llevados a Juicio si mañana viniera.
Los Padres y doctores de la Iglesia nos han hablado de la doble venida de Señor. Y ambas han sido anunciadas por los profetas:
«He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí; y de repente vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis, y el ángel de la Alianza a quien deseáis. He aquí que viene, dice Yahvé de los ejércitos» (Mal. 3, 1). Adviento es esperanza y paciencia; sobriedad y recato; es el momento de preparación espiritual de nuestro corazón para recibir a Jesucristo que nace -como dice San Carlos Borromeo– «(…) para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo».
En la primera venida de Jesucristo ocurrida dos mil años atrás, los hombres – dice San Bernardo Abad- «(…) lo vieron y lo odiaron (…)», sin embargo, 21 siglos después ¿Qué le seguimos haciendo? Hoy lo sustituímos por la comelona, la ropa y la pachanga. ¿Dónde está nuestra preparación? ¿No será que también lo seguimos viendo y lo seguimos odiando? Pero Cristo vendrá por segunda vez como ha sido profetizado:
«Pues mirad que viene aquel día que arderá como un horno. Todos los soberbios, y todos los obradores de iniquidad, serán como paja; porque aquel día que viene los abrasará, dice Yahvé de los ejércitos, sin dejar de ellos ni raíz ni rama. Mas para vosotros que teméis mi Nombre, se levantará el Sol de justicia, que en sus alas traerá la salvación; y saldréis vosotros, y saltaréis como terneros (que salen) del establo» (Mal. 4, 1-2).
«Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último dia, con gloria», nos dice San Cirilo de Jerusalén. Y San Bernardo Abad nos dice, «En la última [venida del Señor], todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron». Por eso es que nuestra vida como cristianos es siempre una preparación. Porque tenemos dos opciones. Jesucristo puede venir o nosotros podemos morir. Y ambas cosas son verdades absolutas puesto que nosotros no somos inmortales y Dios no puede mentir.
Si estamos, en consecuencia, más preocupados por lo que vamos a comer, por lo que vamos a vestir o por cuánto vamos a bailar, pero no estamos ocupados en la meditación del gran misterio que vamos a celebrar, de la conversión que en adviento podemos comenzar o por la Confesión de nuestros pecados que podemos hacer, entonces es signo de lo mundanos que nos estamos haciendo o de lo paganos en que ya nos habremos convertido.
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