El domingo, 7 de diciembre de 1941, a las siete de la mañana, la aviación japonesa se lanzó a un ataque sobre la flota americana del Pacifico, anclada en Pearl Harbour. Los provocadores. Rockefeller y Roosevelt vieron así resuelto su problema. Y es que Hitler había dado orden de no responder a las provocaciones de los “destroyers yankees” para no hacerles el juego. En Berlín se habían percatado del juego de Roosevelt, y consecuentemente no picaron en el anzuelo de sus provocaciones. Por ello, Roosevelt dirigió su vista hacia otra zona. Si Berlín no ha respondido a las innumerables provocaciones que se le han infligido, ya se encontraría un medio para destrozar los nervios de Tokio y obligarle a golpear espectacularmente, realizando una agresión calificada, esa agresión con la que soñaban Roosevelt, y su camarilla, para entrar en la guerra y salvar, con sangre americana, a la Unión Soviética.
Desde septiembre de 1931, el Japón se encuentra en guerra con China. Y EEUU eran los proveedores del Japón en diversas materias primas indispensables para la conducción de aquella guerra, especialmente petróleo. E Inglaterra no sólo le suministraba materiales estratégicos a Tokio sino que, en 1939, a punto estuvo de reconocer el “derecho de beligerancia” nipón en China, debido a que Hong Kong, se encontraba rodeada por tropas niponas; y en consecuencia, Inglaterra se mostró “comprensiva” y complaciente con Japón.
Por otro lado, recordemos que en virtud del pacto anti-Komintern del 27 de septiembre de 1940, Japón había firmado con Alemania e Italia el Pacto Tripartito, según los términos del cual, todo ataque contra uno de los firmantes significaría, de hecho, una agresión contra los otros dos. Pero además existía una cláusula secreta en el pacto: el previsto ataque alemán contra la U.R.S.S. sería seguido de una acción armada nipona contra la Unión Soviética en Oriente (así lo asegura J. Von Ribbentrop en “Zwischen London und Moskau”). Esto lo sabían en Washington y, en vista de la negativa alemana a responder a las provocaciones que se le habían hecho reiteradamente, Roosevelt dedujo, correctamente, que un estado de guerra oficial con Berlín podía obtenerse vía Tokio. Consecuentemente, el 26 de julio de 1941, Roosevelt ordenó congelar los valores japoneses en los Estados Unidos, poniendo bajo control gubernamental “todas las operaciones relacionadas con intereses nipones, y, como resultado de ello, queda virtualmente paralizado el comercio entre los Estados Unidos y el Japón” (“War and Peace”: documentos oficiales del Departamento de Estado norteamericano). Los Estados Unidos eran, juntamente con Gran Bretaña y Holanda, los principales exportadores de petróleo al Japón, pero… “unos días más tarde, este gobierno (el americano), de acuerdo con los de Gran Bretaña y los Países Bajos (el de los exilados de Londres) decidió suspender toda exportación de petróleo al Japón” (“War and Peace”: documentos oficiales del Departamento de Estado norteamericano). La disposición tenía carácter retroactivo, pues existía un acuerdo en firme con los japoneses para suministrarles petróleo hasta fines de 1941. Pero, además… “Con objeto de hacer más eficaces esas medidas, el gobierno (americano) presionó a los países de Iberoamérica para que rompieran sus compromisos comerciales con Tokio” (“War and Peace”: documentos oficiales del Departamento de Estado norteamericano). El mismo Churchill reconoce en sus Memorias que “la aplicación drástica de las medidas económicas – bloqueos, embargos, incautaciones, presiones sobre terceros, etc – o impuestas por los Estados Unidos y secundadas por Gran Bretaña y Holanda, produjeron una terrible crisis en el Japón… Las medidas adoptadas por Roosevelt y secundadas por nosotros (los ingleses) significaban la estrangulación económica del Japón.” Y según el ya citado documento oficial del Departamento de Estado norteamericano «War and Peace»… “… el día anterior a la entrega de nuestras condiciones a los japoneses, se discutió cómo sería posible obligar a los nipones a disparar el primer tiro, sin necesidad de correr nosotros (los americanos) un peligro excesivamente grande”.
Por otra parte, y como ya se ha dicho, el Japón, según una cláusula del Pacto Tripartito, se había comprometido a atacar a la U.R.S.S. Y Washington informó al Kremlin del ataque que contra él se tramaba en Extremo Oriente (“War and Peace”, Departamento de Estado norteamericano). El historiador norteamericano Emmanuel M. Josephsson afirmó en “Rockefeller, the Internationalist” que fueron los magnates del poderoso clan Rockefeller y el “Brains Trust” de Roosevelt quienes posibilitaron la realización del objetivo buscado, entonces, para la salvación del bolchevismo desde América.
Asimismo, el General norteamericano Charles A. Willoughby puso de relieve en “Shanghai Conspiracy“ el hecho de que la guarnición de Pearl Harbour no era solamente insuficiente, en relación a la poderosa flota que albergaba, sino que se hallaba “extrañamente desprotegida y desprevenida”. También el Almirante
Richardson, jefe de la flota del Pacifico, fue personalmente a Washington a visitar al Secretario de Marina, Stimson y al mismo Roosevelt, exponiéndoles su punto de vista, opuesto al estacionamiento de una gran flota en Pearl Harbour. Del mismo modo, el Almirante Husband E. Kimmel, comandante de la plaza de Pearl Harbour, mandó, a su vez, un informe a Washington, pidiendo baterías antiaéreas, cien aviones patrulleros, y ciento ochenta cazabombarderos, pero el Departamento de Guerra le contestó que no disponía de ese material, lo cual era una mentira flagrante pues Estados. Unidos estaba enviando aviones por millares a Gran Bretaña y a la Unión Soviética, tal y como lo reconoce el mencionado Almirante Husband E. Kimmel en “Facts about Pearl Harbour”, el cual se queja a sus superiores por la falta absoluta de defensas de Pearl Harbour, pidió personal especializado para las instalaciones de detección, pero, según el Departamento de Guerra, presidido por el inefable Marshall, los Estados Unidos no disponían de técnicos en detección. Por si fuera poco, el Vicealmirante Robert E. Theobald, uno de los jefes de la flota del Pacífico, escribe en “Last Secret of Pearl Harbour”: “…y a pesar de conocerse con lujo de detalles el plan de ataque japonés, sólo se envió un mensaje de alarma a la base (de Pearl Harbour)… pero utilizando la vía ordinaria, cuando Marshall tenía a mano el teléfono transpacífico. Esa inútil comunicación llegó a manos de Kimmel ocho horas después de haber comenzado el ataque…».
Por otro lado, Mauricio Karl relata en “Pearl Harbour, traición de Roosevelt” los subterfugios empleados por Roosevelt y Marshall para mantener en la ignorancia del ataque nipón a la base de Pearl Harbour. Marshall conocía la hora exacta del ataque y no podía ignorar el tiempo que tardaba en llegar un telegrama desde Washington a las islas de Hawaii. Y según este autor, el radiotelegrama sólo se envió, a sabiendas de que llegaría demasiado tarde,
para procurar a Marshall una coartada. De haber usado el teléfono transpacífico, el mensaje hubiera llegado bastante antes de la hora en que se había previsto el ataque nipón, y de ese modo Kimmel hubiera tenido aún tiempo de colocar a sus fuerzas en estado de alerta y mandar fuera del puerto
a algunas patrullas de observación… y a Marshall y a sus superiores les constaba que los japoneses, informados al minuto por sus agentes en Pearl Harbour – existía una red de espionaje trabajando para los japoneses en las islas Hawaii hasta el 7 de diciembre de 1941- de los movimientos americanos, darían media vuelta, desistiendo de atacar si estos se apercibían de la proyectada agresión.
El biógrafo de Roosevelt, John T. Flynn, en “El mito de Roosevelt” relata que: “… el presidente le dijo a Stimson que la mejor táctica era obligar a los japoneses a descargar el primer golpe. Esto conduciría automáticamente a la guerra con Alemania e Italia. Y el problema se resolvería de la mejor manera posible…”. Y añade Flynn: “Roosevelt consiguió lo que hacía años buscaba afanosamente”. Como es natural, el ataque japonés unió a toda la nación alrededor del Gobierno. La conclusión la ofrece el propio Flynn: “Los japoneses atacaron. Norteamérica se encontró en guerra. Y Roosevelt vio así resuelto su problema”.
Cuando se produjo el ataque japonés, tal día como hoy hace 80 años, el 7 de diciembre de 1941, las pérdidas japonesas fueron mínimas. En los primeros días de diciembre, y antes del ataque japonés a Pearl Harbour, buques americanos arrojaron cargas de profundidad contra submarinos japoneses en el Pacifico, por lo menos en dos ocasiones comprobadas, según relata Charles
A. Lindbergh en “Memorias de Guerra”. Por lo tanto, ¿cómo es posible que el ataque japonés fuera un ataque por sorpresa? A la misma hora en que se iniciaba el ataque, la agresión soñada por Roosevelt y los suyos, el embajador japonés en Washington notificaba, oficialmente, al Gobierno de los Estados Unidos, la declaración de guerra. Y, aproximadamente a la misma hora, un millón y medio de soldados soviéticos empezaban a ser transportados de Siberia y Mongolia hacia la Rusia europea. Esta doble maniobra de la Casa Blanca – meter a los Estados Unidos en la guerra e impedir un «segundo frente» contra el comunismo en Asia Oriental – había sido coronada por el éxito. Y Roosevelt pudo anunciar, triunfalmente, al Congreso: “A pesar de que Alemania e Italia no han hecho todavía, una declaración «formal» de guerra, se consideran tan en guerra con los Estados Unidos como con Inglaterra y Rusia”.
En efecto, al día siguiente, Alemania e Italia, amparándose en las “constantes violaciones de la neutralidad cometidas por el Gobierno de los Estados Unidos”, enviaron sendas declaraciones de guerra. En realidad, esa declaración de guerra no tuvo más efecto que permitir a los submarinos alemanes responder a los ataques de los buques yankis, toda vez que el estado de guerra existía, en realidad, desde seis meses atrás. La única variante consistiría, ahora, en la participación efectiva de tropas americanas en la lucha, pero Hitler confiaba en que los japoneses distraerían una buena parte de tales tropas americanas en el área del Pacifico. En cualquier caso, en Berlín se dieron cuenta de que la guerra sería larga y difícil, pues mientras era evidente que el Japón se limitaba a hacer “su guerra” e Italia resultaba ser más un lastre que un aliado, Alemania se encontraba prácticamente sola frente a la mayor coalición que los siglos han visto: el Imperio británico, la Unión Soviética y los Estados Unidos, más sus innumerables «satélites», unidos todos ellos bajo el signo de una “cruzada por la democracia”.
Lo cierto es que mientras los aliados planificaban sus ofensivas de forma coordinada, las potencias del Eje no actuaron así sino que cada uno hacía su guerra, y esa falta de coordinación les resultó muy cara.
A los 80 años de Pearl Harbour, no hay duda de que dicho ataque se trató de una trampa que le sirvió a Roosevelt y su camarilla belicista para meter a EEUU en la guerra y a la vez evitar un ataque japonés a la Unión soviética que le abriera un segundo frente en plena ofensiva de la Wehrmacht. Pero Japón no cumplió con el Pacto Anti-Komintern, y se limitó a hacer su guerra en el Pacífico. A la larga ese incumplimiento del Pacto tripartito resultó fatal también para Japón.
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