Los impulsores de la Agenda 2030 han decidido en París que lo allí convenido es de obligado cumplimiento, dejando al “soberano”, que es lerdo, al margen de todo. Lo que nadie quiere ver, aunque no es difícil averiguarlo, es que los impulsores de esta Agenda son los mismos que han “deslocalizado” sus industrias de los países desarrollados para llevarlas a los países emergentes del sureste asiático (con total desprecio para el trabajador europeo), porque allí la mano de obra es muchísimo más barata. Siguen obteniendo y incrementando beneficios, porque los impuestos sobre sociedades son inferiores en esos países y los medioambientales apenas existen, por lo que polucionar y ensuciar la casa común cuesta muy poco. Lavan el cerebro a los europeos diciéndoles lo mucho que ellos, los europeos, ensucian, para lo cual muestran imágines casi siempre obtenidas de la polución de los países asiáticos y no la de los europeos (lean la famosa isla de plásticos que navega por el Pacífico), pues es aquí, en Europa, donde más se invierte en medio ambiente.
Todo va dirigido para que la emisión del carbono a la atmósfera se reduzca, por su influencia en el calentamiento global (lo que sin dudar de esa influencia –muy minorada por la misma Naturaleza que capta ese CO2 y lo convierte en madera o alimentos, vía hidratos de carbono-, nadie ha dicho qué porcentaje del calentamiento se debe a esas emisiones y qué parte se debe al cambio climático cíclico que las causas naturales producen, y han producido en la Tierra). Nadie habla de cuidar la “casa común” mediante una serie de acciones aquí en Europa, en América o África, que tiendan y ayuden a la auténtica regeneración de la tierra y supongan un auténtico cambio de vida que se refleje en las pautas del consumo, a fin de minorar éste. No, la reducción del consumo a nivel global no se considera. Sólo dicen que nosotros, no ellos -que para eso mandan-, no podremos comer ternera porque produce mucho metano, para lo cual inventan carne sintética que a ellos deberemos comprar. ¿Con qué tipo de avión volarán el 1 de enero de 2030 cuando los derivados del petróleo estén anatemizados?, o ¿tal vez se paralizará la investigación extraterrestre por la gran producción de gases “efecto invernadero” que cada lanzamiento emite a la atmósfera?
No hay necesidad de decir que la riqueza, la educación, la investigación y otras muchas cosas son necesarias en cualquier civilización, pero lo que hoy es totalmente necesario hace referencia a una revisión de los fines a los que se supone que estos medios sirven. Esto implica, por encima de todo, el desarrollo de un estilo de vida que otorgue a las cosas materiales su lugar legítimo y propio, que es “secundario” y no “primario”. ESTO NO SE TOCA.
La realidad anterior es que nos retraeríamos a la verdad si creyéramos que la fuerzas destructivas del mundo moderno pueden ser “puestas bajo control” por la simple medida de movilizar más recursos (económicos, educativos, investigación,…) para combatir la contaminación, para preservar la vida silvestre, para descubrir nuevas fuentes de energía y para concretar acuerdos más eficaces de coexistencia pacífica.
La “lógica de la producción” no es la lógica de la vida ni la lógica de la sociedad. Es tan sólo una parte pequeña de ellas y debe estar a su servicio. Las fuerzas destructivas liberadas por la “lógica de la producción” no pueden ponerse bajo control, salvo que la “lógica de la producción” misma esté controlada, de modo que las fuerzas destructivas dejen de estar desatadas. La lucha contra la contaminación no tendrá éxito si las formas de producción y de consumo continúan siendo de una escala, una complejidad y de un grado de violencia que, como se hace cada vez más visible, no encajan dentro de las leyes del universo, a las cuales el ser humano está tan sujeto como el resto de la creación. De la misma manera, la posibilidad de mitigar el agotamiento de los recursos o de conseguir la armonía entre los poseedores de la riqueza y poder, y los que carecen de ella, será inexistente mientras no exista en algún sitio la idea de que, LO SUFICIENTE ES BUENO, Y MÁS DE LO SUFICIENTE MALO.
La contaminación debe ser controlada, y la población de la humanidad y el consumo de recursos deben dirigirse hacia un equilibrio permanente y sostenible. Pero ¿de qué manera hacerlo? ¿Cuáles son las alternativas, yo diría “morales”? ¿Es sólo un asunto de decidir cuánto estamos dispuestos a pagar por tener un medio ambiente limpio? La humanidad tiene una cierta libertad de elección que no está limitada por las modas, por la lógica de la producción o cualquiera otra lógica fragmentaria. Pero está limitada por la verdad. Solamente en el servicio a la verdad existe la perfecta libertad (“la Verdad os hará libres”, dijo El Maestro), y aun aquéllos que hoy nos piden “liberar nuestra imaginación de la esclavitud al sistema existente” olvidan mostrar el camino del reconocimiento de la verdad.
Parece poco probable que el hombre del siglo XXI esté llamado a descubrir una verdad que jamás antes se hubiera descubierto y aquí la agricultura juega un papel, casi axiomático, indiscutible. El principio fundamental de la agricultura (verdad indiscutible) es que trata con la vida, es decir, con sustancias vivas. Sus productos son el resultado del proceso de la vida, y su medio de producción es el suelo viviente. Al contrario, el principio fundamental de la industria moderna es que trata con procesos inventados por el hombre y es aplicable sólo a cosas inventadas por el hombre, no a cosas vivientes. El ideal de la industria es la eliminación de las sustancias vivas, las materias hechas por el hombre son preferibles a las naturales, porque nosotros podemos hacerlas a medida y aplicar un control de calidad perfecto. Las máquina hechas por el hombre trabajan con más precisión y se las puede programar, cosa que no se puede hacer con las sustancias vivas como el hombre. El ideal de la industria es eliminar el factor vivo, incluido el ser humano, y transferir el proceso productivo a las máquinas, pues para ellos –los que nos dominan- la vida es “una ofensiva dirigida en contra del mecanismo repetitivo del universo”. Y el que tenga oídos para oír que entienda.
Así pues, podemos definir a la industria moderna como “una ofensiva en contra de las características de imprevisibilidad, impuntualidad, indocilidad y caprichos de la naturaleza viva”, incluido el hombre. En otras palabras, no hay duda alguna de que los “principios fundamentales” de la agricultura y de la industria, lejos de ser compatibles el uno con el otro, están en contradicción.
¿A QUE LOS DEFENSORES DE LA AGENDA 2030 NO NOS HAN HABLADO DE PARAR E INCLUSO FRENAR ESTOS PROCESOS? ¿Acaso no nos siguen hablando de la sustitución del hombre por la máquina (robots) y los sindicatos hablan de que las empresas deberían pagar impuestos por estos robots para contribuir a las pensiones?
Por otro lado, de igual manera que la vida no tiene sentido sin la muerte, la agricultura actual no tiene ningún significado sin la industria, pero sigue siendo verdad que la agricultura es lo más importante, mientras que la industria es lo secundario, lo que implica que la vida humana puede continuar sin la industria, pero no ocurriría lo mismo sin la agricultura.
Cabe deducir que, en vez de buscar todos los medios para la aceleración del abandono de la agricultura, debiéramos buscar las políticas para la aceleración de la cultura rural, facilitar la tierra para la ocupación plena de una mayor cantidad de la gente, con una dedicación total o parcial. La agricultura no puede “ennoblecer y humanizar el hábitat del hombre” a menos que se ciña fiel y constantemente a las verdades reveladas por los procesos de la naturaleza. ¿Cómo van a revertir la industrialización y despersonalización a la que tiende la actual agricultura? ¿Cómo van a revertir la especialización y concentración, a la que se tiende, contrarias a la descentralización que permite el aprovechamiento de recursos inferiores que no sería “racional” a largas distancias? Estas preguntas no son respondidas por los promotores y partidarios de la Agenda 2030. Por las auténticas respuestas a estas cuestiones vendrían, de nuevo, buena parte de las soluciones a la llamada España vaciada.
Son los hombres de la ciudad, marginados de la naturaleza viva, quienes imponen su propia escala de prioridades, argumentando en términos económicos que: no podemos permitirnos hacer otra cosa. En realidad, cualquier sociedad puede permitirse cuidar su tierra y mantenerla con salud. No hay necesidad de consultar a los expertos económicos cuando las cuestiones son cuestiones de prioridad. Hoy día sabemos demasiado acerca de la ecología como para no tener excusas por los muchos abusos que están ocurriendo en el cuidado de la tierra y de los animales (y que los expertos de la Agenda 2030 no informan, porque han decidido imponer su criterio alejado de lo hasta aquí expuesto), en el almacenamiento de alimentos y en su elaboración, y en una urbanización imprudente. Ni nosotros como comunidad ni ellos –los impulsores de la Agenda 2030- tenemos una creencia firme en un valor meta-económico, por eso se impone siempre el cálculo económico.
Para iniciar mi conclusión empezaré diciendo que ellos nos impondrán cómo debemos comportarnos en nuestro quehacer cotidiano, fomentando aún más el individualismo hedonista y consumista, que ha convertido la “felicidad” en consumir y no en compartir. Pero esos mismos no moverán un dedo para cambiar su comportamiento y abordar, así, una economía al servicio del hombre, que se oponga a su “economía impersonal” caracterizada por el gigantismo empresarial y la racionalidad tecnológica de las economías de escala que destrozan la naturaleza. No harán el menor guiño que sirva de antídoto ante la “monstruosidad de la organización” moderna, que tiende a alienar el individuo, a supeditar su creatividad y a cercenar su libertad.
Nuestra forma de vida está implicada en la simple cuestión de cómo tratamos la tierra, que es, después del ser humano, nuestro más preciado recurso. Debemos amar el mundo porque es hechura de Dios y por amor a Dios (siguiendo a San Agustín) ¿Nos han dicho acaso cómo desean lograr esto, creen en Dios, aman a Dios? Sólo nos hablan de un calentamiento y de unas medidas más que dudosas para evitarlo, pero no nos hablan de cómo cuidar la casa global que además de estar más caldeada de lo deseable, está sucia como un muladar. Pero esto último no se trata.
Ellos, “los iluminados o ilustrados”, los herederos de la Revolución, lo harán por nosotros y contra nosotros, como lo llevan haciendo unos 250 años.
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