Si ―como decía Hermes Trismegisto― «Como es arriba es abajo», de esta sentencia podemos deducir que «como es en el cielo es en el infierno», traduciendo escatológicamente lo superior y lo inferior.
El sentido profundo de esta frase se trasluce en el hecho de que el Diablo es «el mono de Dios», lo cual quiere decir que gran parte de su actividad radica en la imitación de la obra divina, solo que el Maligno repta en las cloacas lo que Dios hace en las praderas celestiales.
Es así como, al igual que las actividades profesionales tienen su patrón sacado del santoral cristiano, las obras de las tinieblas tienen también sus dioses, sus demonios, trasunto infernal de los santos.
Voilá tenemos a Moloch, demonio que en la Biblia se asocia con el dios cananeo asociado al sacrificio de niños por medio del fuego, infanticidio que se hacía arrojando a los niños al interior de una estatua en bronce de Moloch ―con cabeza muy parecida a la del macho cabrío, vaya vaya― donde ardía una hoguera. Ante esto, resulta clarísimo que Moloch sea el dios de los abortos, el patrón de los abortorios, algo así como «el demonio de la guarda» de los niños sacrificados a Lucifer.
También resulta meridianamente claro y muy fácil adaptar este sacrificio a la era satánica actual, pues basta sustituir el fuego por la vakuna para tener completamente actualizado el ritual diabólico presidido por Moloch.
Y, ¿quién oficia este culto molochiano al Señor de las Moscas y los tábanos? Bueno, para responder a esta pregunta es necesario hacer un ajuste en el punto de mira con el que los rebeldes antiNOM apuntamos a los enemigos de la especie humana, ya que lo habitual es apuntar a toda la patulea luciferina causante de este horror vakunamata: políticos, medios de comunicación, plutócratas, bigtechs… Pero, amigos, quienes están ofreciendo a los niños al vakunomágnum de Moloch son sus padres, pues son ellos los hierofantes de estos rituales absolutamente luciferinos.
Son los papitos y las mamitas quienes ―ignorantes, kobardes, emekaultrados― están abandonando a sus hijos en los vakunódromos escolares, permitiendo que se les torture con malsanos bozales, creándoles traumas sin cuento, consintiendo en que los pretorianos del Averno asalten los centros escolares buscando la sangre fresca de sus hijos, inoculándoles la pócima del Anticristo.
Anticristo cornúpeta, de feroces colmillos, engendrador a través de su brebaje de niños simiescos, que cualquier día se colgarán de las lámparas de los salones donde progenitores bobos a más no poder presumen de lo espabilaos que están sus vástagos, sin advertir que estos homínidos han surgido de la semilla del Diablo.
Papitos y mamitas molochianos, que encajan a la perfección en los demonios de la obra de Milton, donde Moloch pasa a ser cualquier persona o entidad que requiera la entrega de lo más preciado a cambio de alguna recompensa y también, simplemente, como un sistema que devora a quienes lo veneran.
Moloch-Cronos, que devora a sus hijos, escena representada en tétricos cuadros, como los que pintaron Rubens y Velázquez ―por cierto, antes de que me olvide: ¿Cuándo pedirá perdón López Obrador por los sacrificios de niños tan abundantes en las culturas precolombinas?―.
Papitos y mamitas adeptos a Moloch, que acaso desconocen la historia del flautista de Hamelín, leyenda alemana que relata un suceso tremendo ocurrido allá por el año 1284 en el pueblo alemán de Hamelín.
La historia cuenta que en ese villorrio había una invasión de ratas, que un extraño personaje se comprometió a eliminar, pactando primero su pago con los aldeanos. El tipo de marras empezó a tocar la flauta, y se llevó con la música a todos los roedores hasta un río, donde se ahogaron.
Como los aldeanos no quisieron pagarle lo estipulado, volvió a tocar la flauta, pero en esta ocasión se llevó a los niños del pueblo ―unos 132―, a los que nunca más se volvió a ver.
En la Rattenfängerhaus (Casa del cazador de ratas) de Hamelin se puede ver en la actualidad esta incripción:
En el año de 1284 en el día de Juan y Pablo
siendo el 26 de junio
por un flautista vestido con muchos colores,
fueron seducidos 130 niños nacidos en Hamelin
y se perdieron en el lugar del calvario, cerca de las colinas.
Traduciendo la trágica historia a tiempos satánicos, llega un medicucho al pueblo, altavocea un maravilloso bálsamo de Fierabrás en forma de vakuna, y se lleva a los infantes, entre los aplausos y el regocijo de sus papitos y mamitas, que se los entregan con entusiasmo.
Papitos y mamitas de Moloch-Hamelín: ciertamente, no habrá suficientes tribunales de justicia en Nuremberg 2.0 para juzgar su entrega a Moloch, pero en verdad en verdad afirmo que no podrán escapar de la justicia divina, pues un día u otro deberán rendir cuentas ante el tribunal de Dios… y allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Y que estos papitos y mamitas recuerden lo que dijo Jesús, quien, a pesar de su infinita misericordia para los pecadores, dijo en cierta ocasión las palabras más tremendas de los evangelios, lanzadas contra aquellos que causan sufrimiento a los niños: «Imposible es que no vengan tropiezos; mas ¡ay de aquel por quien vienen! Mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos».
Damas y caballeros, estoy muy harto y no puedo soportarlo más…
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