Salamanca 08-XII-2021 – Daniel Marín Arribas
AVE MARÍA PURÍSIMA
SIN PECADO CONCEBIDA
Hemos saludado, y hemos saludado bien mis estimados amigos. Es la salutación a Nuestra Señora que se hace como Dios lo manda.
María es purísima y María ha sido concebida sin mancha alguna de pecado original. María tuvo una inmaculada concepción. María, la madre de Dios y madre nuestra, fue purísima en todo momento. No pasó ni un nano segundo de su vida sin serlo. Esto es lo yo como católico les enseño a mis hijos cuando rezando con ellos decimos con verdad: “… bendita tú eres entre todas las mujeres…” Ella es bendita entre todas, tan bendita que nunca cometió una falta; yo les digo a mis niños: tan buena que nunca se portó mal. Y quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pues ella, siendo la única que pudiera hacerlo, y sin embargo, es la que tampoco nunca tiró ninguna. La Virgen es Inmaculada. Y esto es lo que nos congrega hoy aquí en Salamanca, ocho de diciembre del año dos mil veintiuno después del nacimiento de su Santísimo Hijo, Nuestro Señor. Sí, dos mil veintiuno. Ni hasta los ateos y peores enemigos de la Iglesia, aun distrayendo con el gordo de la Coca-Cola y el consumismo materialista y vacío del capitalismo, pueden eludir contar los años desde lo que celebraremos dentro de otros pocos días: La Navidad; la natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Sin vientre tan puro, no podría haber nacido la Salvación del mundo. Esa es María, Madre Dios y Madre nuestra, Purísima e Inmaculada.
¿Y por qué ocho de diciembre? ¿Y por qué Salamanca? ¿Y por qué nosotros?
Tenemos que viajar en el tiempo, hasta el glorioso siglo hispano, el XVI. Ocho de diciembre del año 1585; el Tercio Viejo de Zamora se encontraba mermado y arrinconado ante un ejército protestante muy superior en número y fuerzas. Su destino era rendirse o morir. Su Patria y su Fe tomaron la decisión. Respondieron: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”. Dar la vida por la Santa Fe y por la Madre Patria, esa era la honra. Los enemigos cercaron sus posiciones inundando el lugar para ser vencidos por muerte de ahogo. Ellos cavaron las trincheras para combatir… ¿o cavaban sus propias tumbas? Y entonces allí apareció el milagro; el hoy conocido como Milagro de Empel: Una tabla flamenca donde estaba pintada la Virgen María se encontraron enterrada. Ese fue su estandarte. En ese momento entendieron que no estaban solos en el combate por la Fe. Las aguas resultaron ser congeladas, y ese día, ocho de diciembre de mil quinientos ochenta y cinco, un puñado de hombres émulos de David vencieron a los gigantes de Goliat que por las leyes naturales y sin milagro sobrenatural alguno, tenían que ganar. Ese día la Virgen María adelantaba siglos antes de la proclamación decimonónica del Papa beato Pío IX a la Hispanidad que su Santo y Seña era de Dios. Sí, amigos, ave María purísima, sin pecado concebida. El Santo, de los santos: la Virgen María. Y la Seña: es concebida sin pecado original. Ese es nuestro Santo y Seña como hispanos, hijos de María Santísima y Purísima. Nuestra Virgencita.
Y esto nos tiene que llevar a la hispánica Salamanca, ciudad conocida también como la pequeña Roma, o la española Atenas; cuna de insignes hombres y mujeres, santos y doctores. Salmantica docet. Salamanca enseña. En su saber tradicional vemos la armónica y perfecta confluencia entre la Cátedra de Dios romana y el Academia de la Razón ateniense. Fe y Razón juntas en un todo para llegar al logos, del logos a María, a Cristo por María, y de ahí al Cielo.
Mirad, no se entiende una fuente sin su manantial, una rama sin su tronco, una espada sin su mango. Esto fue Salamanca: el manantial, el tronco y el mango que dieron agua, soporte y dirección a la fuente, la rama y la espada que guiaron las grandes misiones, batallas y decisiones que hicieron de Hispania la más bella, buena y verdadera de entre todas las naciones. Aquí, dentro de estos añejos muros que en lo visual no han perdido ni tacha de lustre, muchos de nuestros doctores tomistas defendieron la Inmaculada Concepción de María. Y de entre todos los doctores, una figura brilla como precursora, mi maestro, la fuente, el tronco y el mango que ha guiado también mi vida de Razón y de Fe: Fray Francisco de Vitoria. He aquí “el maestro de la Hispanidad”, que diría en el año cuarenta y siete del siglo pasado el padre dominico Manuel García Miralles. Y la Hispanidad, sin la Inmaculada Concepción no se entiende. Ave María purísima, sin pecado concebida. Ese es nuestro Santo y Seña.
Ese Santo y Seña lo defendió antes el beato Juan Duns Scoto frente a Santo Tomás de Aquino. Y nuestros doctores, aún siendo tomistas, no se encerraron ni en el relativismo ni el dogmatismo que atavían los modernos liberales y los neofariseos, aún algunos presentándose también como tomistas, sino que supieron buscar la Verdad. En su método escolástico sabían que para llegar a ésta, no se podía hacer de otra manera que mediante el dia-logos. La discusión racional guiada por la Fe para alcanzar ese logos, y del logos encontrar a María. ¡Y la encontraron!
Vitoria decía: “Yerran los que tienen las afirmaciones de Santo Tomás o de Scoto como si fuera el Evangelio”. Su propio discípulo, Melchor Cano, narraba más detenidamente: “Recuerdo haber oído esto a mi maestro. Cuando comenzó a exponernos la ‘secunda secundae’, nos dijo que debíamos apreciar la doctrina de Santo Tomás de tal manera que, si no apareciera otra razón más poderosa, la autoridad de este santo nos debía bastar. Pero nos advertía que no debíamos recibir las palabras del santo doctor sin críticas y sin examen. Es más, nos daba esta norma: que, si encontrábamos en Santo Tomás alguna cosa difícil de admitir, o improbable, imitáramos en ello la modestia y la industria de dicho santo, que ni retiraba su fe a las cosas comprobadas de los antiguos, ni se ponía de su lado cuando la razón les era adversa”. Y el mismo fray Luis de León afirmaba que no había “jurado en las palabras de Escoto, ni de santo Tomás, sino en la verdad”.
“Amicus Plato sed magis amica veritas”; amigo de Platón, pero más amigo de la verdad, expresaba Aristóteles. “Amicus Sancti Thomae, sed magis amica veritas”; amigo de Santo Tomás, pero más amigo de la verdad, bien podría haber afirmado nuestro Aristóteles español, Francisco de Vitoria.
Y detrás de Francisco de Vitoria, otro Francisco; Francisco Suárez, de la Compañía de Jesús, y del que dice su biógrafo novelado Adro Xavier, que “la Madre le sonrió” al defenderla con su devoción, doctrina y saber. Cuentan que un día estando el P. Martín en oración se le apareció la Virgen y le dijo dulcemente: “Vengo, Martín, a agradecerte la honra que me has procurado ordenando a Francisco Suárez que pusiera plenamente en claro la excelencia de las gracias con que el Señor me adornó, y le agradezco la galanura y conato con que ha consagrado sus talentos para defender y loar mi gloria”.
Amigos, aprendiendo de Roma y de la pequeña Roma, Salamanca, debemos decir con amor de hijos bien fuerte: ¡Viva la Inmaculada Concepción!
Somos el Pueblo de María. Tenemos la dicha de ser el pueblo del Apóstol Santiago, al único a quien María se apareció en vida en el Pilar de Zaragoza. Y somos el pueblo en cuya insignia llevamos la defensa de la Virgen en su Inmaculada Concepción. Somos en su esencia el pueblo católico, que se distingue de los herejes y sus herejías por el amor y devoción especial a la Madre de Dios.
Hispania se puede decir sin miedo a equivocarnos que es una verdadera Madre Patria. Y no, no es una contradicción. Es una Patria, pues en paternidad es cabeza, es dirección, es simiente de pueblos, es Hispanidad. Pero a la vez lleva el sello y genio femenino de la maternidad. Es madre, es protectora, es mediadora de las gracias, es generación de otros pueblos hispanos. No se entiende Santiago sin María, como no se entiende San Juan de la Cruz sin Santa Teresa de Jesús. Cuando Juan Padilla fue asesinado por las tropas imperiales, su mujer, María Pacheco, “la leona de Castilla”, sin pensárselo dos veces se puso al mando de los ejércitos comuneros para continuar la batalla contra la afrenta de la corte extranjerizante de Carlos I. Tampoco se entiende Fernando sin Isabel, Reyes Católicos, madre patria de los pueblos hispanos de ultramar. Ya lo decía nuestra santa reina en su venerable testamento: “No consientan ni den lugar que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados”.
Esta es Hispania, madre patria donde la mujer no asume los apellidos del marido, sino que, gracias al Cardenal Cisneros, conserva los de madre y padre. Madre patria donde, en palabras de Vitoria hace más de 500 años, “la mujer no es una esclava, sino una compañera”. Hispania no es ni patria a secas, ni la nueva estupidez de “matria” diseñada por el feminismo. No nos dejemos embaucar y engañar por las modas y los errores del siglo. Hispania es una madre patria. Siempre lo ha sido. Es nuestra gloria. Mujeres y hombres bajo el manto de la Virgen conociendo, amando, abrazando y predicando la Cruz y a su Crucificado. Y he aquí nosotros como hispanos que desde Salamanca este ocho de diciembre de dos mil veintiuno debemos decir nuestro Santo y Seña para se produzca la venida de Nuestro Señor Jesucristo que celebraremos en Navidad:
AVE MARÍA PURÍSIMA
SIN PECADO CONCEBIDA
Amigos, me complazco de decirlo, pese a las acusaciones de sectario, radical, machista, o retrógrado que incluso por la vía judicial he recibido con dolor. Es el legado que en privado dejo a mis hijos y que también quiero dejar en público: ¡A Cristo, por María!
¡Viva la Inmaculada Concepción!
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