Dios quiera que alguna vez podamos ver como cada ciudad, cada pueblo, cada villa, y cada aldea de todas las naciones que un día fueron una tienen una plaza llamada de la Hispanidad, con su torre del reloj impertérrito al paso del tiempo, su campanario tocando a adoración, su cruz imponiendo con su sombra el poder del Altísimo, y sus soportales representando la protección que la hispanidad proporciona a todos sus hijos frente a la inclemencia del deicida globalismo.
La historia nos enseña que la unión no hace la fuerza, pues solo la unidad tiene la virtud de la fortaleza. La unión es el mero resultado de la mezcla de elementos, incluso heterogéneos, que se incorporan entre sí, pero la unidad es algo más, mucho más, pues supone una perfecta concordia y conformidad de los ánimos, una propiedad de todo ser que le convierte en indestructible, por cuanto en virtud de esta no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere. Por todo ello la unidad de la hispanidad, y no solo su unión, ha de ser nuestro anhelo.
Pero para conseguir esa tan deseada unidad de la hispanidad, como Lázaro, necesitábamos una voz que dijera «levántate y anda», y esa voz, sin duda alguna, ha sido el libro que hoy tengo el honor de prologar en su tercera edición, voz criolla que retumba desde Quito y se extiende hasta Rio Grande, hasta la Patagonia, hasta la lejana y querida Filipinas, y que resuena en un pequeño rincón de la sedicente Europa, hoy vencida, pero no derrotada.
Francisco Núñez del Arco dice que el libro que hoy prologamos «es una herramienta, un arma, para que usted [generoso lector] pueda defenderse», pero en realidad es algo más, pues supone el primero de los navíos que formará la flota para reconquistar nuestra historia, nuestra identidad, y catapultarnos de esta manera a la eternidad. El navío esta dispuesto para que usted se embarque y descubra la verdadera historia que algunos nos han querido ocultar, de momento la tripulación esta dispuesta, aunque aún nos falta el almirante que nos dirige, el capitán que nos mande, y el rey que nos gobierne, pero eso vendrá con el tiempo, nuestra misión ahora es alistar a la tripulación y preparar el avituallamiento.
«Quito fue España» era el primero de los libros necesario, pero no el último, pues sigue siendo necesario recordar que Lima fue España, y también Bogotá, Santiago, Buenos Aires, Tijuana, Caracas, El Alto, San Francisco, Manila …, y como no, las peninsulares Toledo, Sevilla, Barcelona, Bilbao …, pues España fue, y ya no es, pero puede volver a ser, ya que hoy la hispanidad aparece dividida, achicada, diseminada, aunque el rescoldo de esa hispanidad permanece vivo esperando un soplo de la historia para avivar sus llamas. Hoy España no existe, pues ese país al que algunos llaman España no es más que un pedazo desgajado de la totalidad, no es el todo, sino únicamente una mínima parte en la que nació un sueño que no se perfeccionó hasta que no realizó el poblamiento de las tierras americanas, hasta que no se expandió por el Pacífico, hasta que no sojuzgó a los impíos protestantes, y hasta que no clavó el madero de la Cruz de Nuestro Redentor en todas las tierras del orbe.
Francisco Núñez del Arco al reivindicar la españolidad de Quito, de los quiteños y quitenses, nos demuestra que España es América, y América es España, que no podemos entender a la una sin la otra, pues estamos ante un todo que dota de significado la lucha contra el infiel que los peninsulares entablaron en el año 722, y que continuaron en 1492. Efectivamente, la Reconquista cristiana de la Península Ibérica en realidad no fue una guerra de reconquista, sino de conquista de pueblos para la cristiandad, y esa etapa histórica no se cerró en 1492 sino que continuó, pues el pueblo peninsular era el único capaz de entregar a la cristiandad mil pueblos por cada pueblo que la revolución protestante arrebataba a nuestro Señor Jesucristo. La hispanización del mundo, que esta tanto como decir la cristianización del mundo, no quedó circunscrita al pequeño territorio comprendido entre el cabo de Machichaco y Punta de Tarifa, sino que se extendió por América, Asia, África y Oceanía, y aún hoy, más de 1.300 años después, la huella más viva y encarnada de ese pasado común, y de ese futuro por descubrir, sigue impresa en millones de almas que rezan al mismo Dios verdadero, que hablan el mismo idioma, y que enfrentan el mismo combate contra los falsos dogmas, las falsas promesas de felicidad terrena, y las falsas doctrinas filosóficas, políticas, sociales y económicas.
Querido lector tómese este viaje que va a comenzar no como un viaje al pasado, sino al futuro. A los españoles americanos les robaron su pasado español, a los españoles peninsulares les robaron su pasado americano, apréstese a reconquistar su pasado, para conquistar su futuro.
Carlos María Pérez- Roldán y Suanzes- Carpegna
Madrid, diciembre de 2021
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