Manuel García Morente, es uno de los filósofos españoles más importantes del siglo XX, por lo que no puede extrañar que Tradición Viva se ocupara de su figura en varios artículos (destacamos uno que puede leer pulsando aquí), y que una vez más prestemos espacio en nuestra publicación para hablar de su figura.
En 1940, pocos meses antes de recibir la ordenación sacerdotal, Manuel García Morente escribe una carta a su director espiritual, José María García Lahiguera, en la que relata el detonante de su conversión en la noche del 29 al 30 de abril de 1937 ocurrida durante su exilio en París en 1937.
Efectivamente, como tantos otros españoles que quieren que olvidemos, García Morente se vio forzado a exiliarse para evitar las represalias del terror rojo que ya se había cobrado la vida de su yerno, y en su caso necesariamente fue un exilio doloroso, pues dejó en España a su propia hija y su nieto, por cuanto la inminencia del peligro solo le permitió planificar su propio exilio.
En «El hecho extraordinario» García Morente explica su radical conversión a la fe, su profunda y singularísima experiencia de Dios y su decisión de entregarse a las almas a través del sacerdocio.
García Morente, que era hijo de un padre anticlerical volteriano y de una madre ferviente católica, había permanecido toda su vida indiferente a la fe, circunstancia que no impidió que tras el inicio de la Cruzada de Liberación, en 1936, fuera destituido por la República de sus cargos en la Universidad Central, teniendo que pasar una penosa vida en un París que no le ofrecía posibilidades económicas para su supervivencia por lo que se vio obligado a vivir de la caridad de sus amigos. En un ambiente marcado por la soledad, el desconsuelo de estar lejos de los suyos, y la falta de esperanza en el futuro, sin embargo, García Morente supo encontrar un rayo de luz que le cambió radicalmente la vida.
La conversión es un extraño fenómeno, pues aunque algunos crean que se suele revestir de grandes acontecimientos, ceremonias o radicales estudios, sin embargo la experiencia nos demuestra que el Dios de lo grande hace uso de lo pequeño y lo sutil para encender los ánimos de los que supuestamente más alejados permanecen de la fe.
En su relato García Morente describe a su director espiritual como en la madrugada del 29 al 30 de abril de 1937, después de escuchar por la radio un fragmento del oratorio La infancia de Cristo de Hector Berlioz, experimentó una profunda vivencia de transformación interior, a la que se refirió como «el hecho extraordinario» y como esa experiencia desencadenaría su conversión al catolicismo. En su relato el autor reconoce como «si Dios no hubiera venido al mundo, si Dios no se hubiera hecho carne de hombre en el mundo, el hombre no tendría salvación, porque entre Dios y el hombre habría siempre una distancia infinita que jamás podría el hombre franquear». Efectivamente, la conversión no surge desde la gnosis o desde la intelectualidad, sino desde lo concreto, desde la maravillosa encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. El Dios verdadero no es un Dios teórico, ni filosófico, ni matemático, ni geómetra, sino un Dios concreto accesible a los humildes y desheredados, un Dios comprensible, y como el mismo García Morente reconoce «pero Dios hecho hombre, Cristo sufriendo como yo, a ése sí que lo entiendo y ese sí que me entiende. A ése si que puedo entregarle finalmente mi voluntad entera, tras de la vida. A ése si que puedo pedirle, porque sé de cierto que sabe lo que es pedir y sé de cierto que da y dará siempre, puesto que se ha dado entero a nosotros los hombres»
«El hecho extraordinario» permite al lector adentrarse en la esencia de la conversión, y en la esencia de la humanidad, pues el «acto más propio y verdaderamente humano es la aceptación libre de Dios», y esa conversión no solo es necesario para el que vive ajeno a la fe, sino para todos los que vivimos una fe apagada, rutinaria y sin obras.
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Por Carlos Mª Pérez- Roldán Suanzes- Carpegna
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