(Por Luis Miguel Benito de Benito)
Cada comienzo de año se presta a la reflexión. Analizar de dónde venimos puede ayudarnos a saber hacia dónde vamos. Si 2020 fue el año de la pandemia y 2021 el de la vacunación, quizás en 2022 tengamos que centrarnos en valorar los resultados. Y de eso va el presente artículo.
La primavera de 2020 puso en marcha el experimento social. Se desencadenó una crisis sanitaria puntual, sorpresiva, localizada pero intensa que los medios de comunicación masiva recogieron e hipertrofiaron. Pagados por los Estados (sucedió lo mismo en todos los países), los medios subvencionados se encargaron de abonar el campo del miedo social regándolo con diferentes olas a golpe de PCR. Pero acabó 2020 y los resultados globales oficiales estaban ahí, famélicos, raquíticos, en número de afectados, ingresados o fallecidos, con o por COVID. Con diferentes interpretaciones, se asuma una letalidad de 2 por cien o 2 por cien mil, las cifras epidemiológicas eran incontestables para descartar la NECESIDAD de una medida preventiva para todo el mundo, de manera universal. Nadie, en ningún ámbito de la ciencia podía sostener la NECESIDAD de una supuesta vacuna para todo el mundo. Por eso los medios de comunicación ni lo abordaron desde ese prisma: con el campo regado por el miedo, se centraron en hablar de la EFICACIA de la medida preventiva. De poco servía la reflexión de que una infección que se supera deja inmunidad, harto sabido en la ciencia médica y en la historia de la medicina, porque ahondar en esa idea supondría echar por tierra el siguiente propósito (que en realidad era un despropósito desde el punto de vista de la medicina): promover un medicamento aplicado para todo el mundo, sin excepción ni distinción.
Así comenzamos el año 2021 con una hipertrofia de las noticias sobre la magnífica EFICACIA de las vacunas para COVID. Los niveles de “protección” se situaban por encima del 95% y apenas nadie reparaba en la falacia de esas cifras. Bastaba con ver unos minutos de explicación brillante de Karina Acevedo para descubrir cuál era realmente el nivel de protección que se desprendía de los estudios preliminares de esos productos. Pero esa advertencia no se hizo tan popular como las noticias que de manera insistente se decían desde los medios de comunicación. De nada servía apelar a que las propias “vacunas” aseguraban que no inmunizaban, porque los políticos empleaban indistintamente en sus alocuciones los términos “vacunarse de COVID” e “inmunizarse”, con el mismo sentido siendo claramente diferentes. Hubo que esperar a que pasasen los meses para que los propios medios de comunicación dijesen a sus televidentes que la EFICACIA real de los productos inyectados no era del 95%, sino del 70, del 50, del 30…. incluso inferiores al 20%, siendo necesario la repetición de administraciones para “garantizar la inmunidad”. De nuevo muchos, llevados por el miedo, se lo creyeron: cuantas más dosis, más inmunidad, más protección. Era tal el miedo social que cualquier cosa que se dijese que protegía se empleaba de manera compulsiva, al igual que protege la mascarilla en el bosque.
El eje que ha permitido todo este engaño a lo largo del año pasado ha sido el miedo. Por el miedo generado con la hipertrofia del número de afectados se consiguió que la gente aclamase una protección, “una vacuna”, que les garantizase que no iban a enfermar, que si enfermaban no sería grave o que no se morirían. Por ello muchos asumieron uno, dos y hasta tres pinchazos. Conforme aumentaban los pinchazos, lejos de disiparse, el miedo se acrecentaba al ser inevitable que la prensa fuese mostrando los casos de vacunados con problemas graves. El desconcierto fue creciendo hacia final del año pasado cuando se reclamaba la tercera dosis o la vacunación de un colectivo que, desde el punto de vista epidemiológico, necesitaba de estos pinchazos menos que nadie: los niños.
El miedo de los que no querían enfermar creció hasta el pánico al comprobar que su “escudo” no era realmente un refugio sino acaso una diana. De manera compulsiva se han realizado durante el mes pasado millones de pruebas diagnósticas como si a través de ellas pudiésemos saber si realmente estamos sanos o enfermos. La sociedad asustada hizo objeto de sus miedos a la población no vacunada: “son ellos quienes han dado al traste con la frustración de mi miedo”. Reacios a reconocer que la pretendida protección (una protección innecesaria, recuérdese) no le había protegido de nada, miran con recelo el incremento de mortalidad inesperada en Europa que se ceba en personas vacunadas, y no encuentran más razón que la rabia de su engaño para culpar de ello a quienes optaron por no ponerse ninguna vacuna.
Durante los últimos cuatro meses del año que ha acabado hemos tenido ocasión de ir viendo en consulta de manera gradual numerosos pacientes con dolencias que atribuyen a efectos secundarios de los pinchazos que se han puesto a fin de disipar sus cuitas. Con mayor o menor plausibilidad causal, lo cierto es que la presencia de esos pacientes es innegable, como también lo es el innegable incremento de mortalidad inesperada e inexplicable en los registros de EuroMOMO en los últimos meses del año acabado. Los médicos poco podemos hacer con los fallecidos salvo rezar por ellos y tratar de averiguar por qué murieron. Pero son los vivos los que nos preocupan, una verdadera pandemia emergente, algo de lo que no teníamos conocimiento hasta ahora, un verdadero desafío en el ámbito asistencial, que algunos sindicatos aprovecharán para reclamar aumento de plantilla y estabilidad laboral.
Como por arte de birlibirloque, acaba 2021 y las autoridades tienen prisa por dar por acabada con esta crisis. Ya las PCR, que eran junto como las demás pruebas antigénicas el paradigma de diagnóstico de “casos” para forjar olas, parece que no tienen valor: ya se ha hecho caja. Por otro lado, la insistente campaña de vacunación, tan necesaria como agresiva, decae en intensidad, acaso porque las multinacionales no tienen interés por renovar las licencias para que se sigan pinchando. ¿Se habrán dado por vencidas? No, en absoluto, se dan por satisfechas: han cubierto su objetivo y el producto ya fluye por el torrente circulatorio de quienes decidieron inocularse. El experimento sigue su curso y ahora se trata de ver los resultados. Queda patente que era una medida médicamente innecesaria, no justificada, vendida en la esfera del miedo con una supuesta eficacia para yugular ese miedo. No ha sido así y ahora se abre una aparente tregua para evaluar los resultados: lo que tenga que ser será.
Aparente tregua digo porque los gestores de la crisis no van a soltar de su mano el miedo con el que constriñen a la sociedad: planea un clima de incertidumbre, un Omicron latente, la promesa de más vacunas en primavera porque COVID causará, según la OMS, cientos de miles de muertos. No sabemos si será una variante o los efectos secundarios de lo que se inyectó a la población durante 2021. La prensa se encargará de decir que se debe a lo primero.
Para el 2022 que comienza nos queda, en el plano médico, el análisis del tercer factor: la SEGURIDAD. Si la NECESIDAD debía ser el debate médico de 2020 y la EFICACIA fue el valor depreciado en 2021, la SEGURIDAD es lo que abre el debate de 2022. Aunque la promoción de estos pinchazos se hizo el año pasado sobre la reiteración de que eran “seguros”, nada más falaz y engañoso que hablar de que algo es seguro si no ha transcurrido tiempo para ver que realmente es seguro. Muchos pusieron su voz y su imagen para tratar de convencer a la gente de que recibir estos productos era “seguro”. Lo que parece más seguro es que quienes lo hicieron tengan que responder de ello ante la sociedad y la justicia si, con el correr del tiempo, se comprueba que esos productos no eran tan seguros como aseguraban. Nos hemos cansado de repetir que la seguridad en cualquier producto implica inexorablemente el paso del tiempo. Los datos preliminares recogidos en los últimos meses del año pasado no avalan tal seguridad. Por el bien de quienes hicieron apología de ella y, por supuesto, por el bien de quienes se inyectaron confiados en la palabra de quienes dijeron que eran seguros, ojalá el tiempo demuestre que lo son.
Necesidad, Eficacia y Seguridad. Tres aspectos que deben ser tenidos en cuenta siempre ante cualquier tipo de intervención sanitaria. Recuérdelo. Téngalo presente superando su miedo, porque no le quepa duda de que los promotores del miedo como herramienta de control social no quieren que usted lo tenga en sus reflexiones.
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