Cuentan que en una ocasión el gran tribuno tradicionales Víctor Pradera fue interrumpido en una tertulia por las «fuerzas del orden» al defender durante la República la superioridad del sistema monárquico frente al parlamentarismo. Nada de sorprendente tiene que los supuestos defensores de la libertad impidieran terminar su discurso al autor de «El Estado Nuevo», lo que sí fue sorprendente fue la reacción del ilustre pamplonés, que no comprendía como si toda lo que había dicho hasta ese momento era lógico se le pudiera interrumpir en el uso de la palabra.
Víctor Pradera, como buen navarro, sabía que la lógica y el sentido común necesariamente han de imperar ante las ideologías y las opiniones infundadas, pues el apego a la realidad de las cosas, y el recto uso de la razón, tienen una fuerza de convicción muy superior a la coacción, la violencia, y las falsas libertades, por lo que le resultaba incomprensible que se le impidiera hablar si todo lo manifestado había sido de una lógica aplastante.
No obstante, parece que hoy somos testigos de la muerte del sentido común, de la lógica más elemental, y del raciocino más básico, pues si algo ha confirmado la pandemia del COVID es que el largo proceso revolucionario de encanallamiento del pueblo ha culminado con éxito.
Para algunos el mayor perjuicio de la COVID, y la posterior vacunación, ha sido la exposición de los vacunos a riegos inciertos, pues las vacunas no han sido suficientemente testadas, para otros el máximo problema ha sido prescindir de la libertad, obligando al pueblo a someterse a los mandatos COVID, y para otros la pandemia ha sido el primer capítulo de un largo proceso de animalización que tan solo ha comenzado, y sin embargo, la peor secuela ha sido la pérdida del sentido común que nos permite juzgar razonablemente las situaciones de la vida cotidiana y decidir con acierto sin necesidad de tener conocimientos teóricos previos, pero aplicando siempre la experiencia y la lógica ante los problemas mas intrincados.
Que se ha perdido el sentido común resulta evidente al escuchar a algunos vacunados, y posteriormente contagiados, que la vacuna es efectiva dado que sus síntomas han sido livianos, a pesar que otros no vacunados, y también contagiados, han tenido los mismos síntomas livianos, resulta igualmente evidente al escuchar a las «autoridades sanitarias» que la vacuna es efectiva, pero que no obstante se aconseja una tercera dosis, resulta evidentísima su pérdida cuando se somete a los menores a la vacunación, aún cuando los datos de gravedad o mortandad de los mismos son insignificantes, y en fin, resulta palmaria la pérdida del sentido común cuando se obliga a portar el pasaporte COVID en poblaciones en los que supuestamente más del 90 % está vacunados.
En su día nos dijeron que la COVID podría acarrear la pérdida de los sentidos del gusto y el olfato, pero nadie nos avisó que también nos traería la pérdida del llamado séptimo sentido, incluso para aquellos no contagiados por el virus.
Por primera vez la humanidad ha visto que se confinaba a los sanos, y que se negaba la asistencia a los enfermos, y todavía algunos defienden este tipo de confinamientos como estrategia para combatir un virus que no solo está mermando nuestra salud corporal, sino que ante todo está mermando la salud espiritual de un occidente que como ya predijo Chesterton al dejar de creer en Dios, sería capaz de creer cualquier cosa.
El sentido común tiene que ser necesario compañero del pensamiento crítico y científico, sin embargo, parece que como ya hiciera Víctor Pradera nuestra obligación tiene que ser recordar a las autoridades que no se comete delito alguno cuando se rechaza cualquier medida sanitaria contrario al sentido común.
Carlos Mª Pérez- Roldán Suanzes- Carpegna
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