Una de las historias más hermosas que rodean a la navidad, la encontramos en Mateo 2:1-12, donde el evangelista nos narra que unos magos venidos de oriente, guiados por una estrella, viajan hasta Belén; donde encuentran al Rey de los judíos, ante quien, postrándose lo adoran.
El relato breve, con pocos detalles, y sobretodo una mentalidad anticristiana; ha contribuido a que se tome como una narración puramente simbólica. No obstante, como en todo relato bíblico, basta escarbar un poco en la tradición de la iglesia para confirmar su veracidad y conocer mejor su profundo significado; puesto que las referencias a los Reyes Magos de Oriente son bastante antiguas y más abundantes de lo que pudiésemos pensar.
Como nos dice San Agustín: “El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo” por lo que la tradición de la iglesia vio, desde su origen, en la historia de los Magos; un cumplimiento de las antiguas profecías. Algunas de estas son: la profecía de Balam que en Números 24,17 anuncia la estrella de Jacob, el Salmo 72, que habla de la llegada de reyes extranjeros quienes se postrarán y ofrecerán sus dones. E Isaías 60, que habla de la luz que resplandece en Jerusalén, por mencionar sólo algunas.
Ya en el primer siglo D.C. el historiador judío, Flavio Josefo, hace referencias de los magos de oriente. Su relato es bastante similar al del evangelista Mateo mas su narración termina cuando los magos se despiden de Herodes para seguir la estrella.
Las siguientes referencias las tenemos por parte de varios padres de la iglesia de los primeros siglos. Justino Mártir (100-165) y Tertuliano (155-220), entre otros, afirmaron que los magos que visitaron a Jesús eran astrólogos, de ahí el nombre de magos, nombre que entre los persas y caldeos se daba a los hombres que estudiaban la astronomía.
Fue, desde el siglo III, que los escritores cristianos afirmaron la majestad de los magos. San Eusebio de Cesárea y San Jerónimo, ambos en el siglo cuarto, declararon que los reyes arribaron a ver al Niño antes que Jesús cumpliese los dos años. San Agustín, mucho más especifico, afirmó que los reyes magos llegaron el día 13 después del nacimiento del Cristo; es decir, el 6 de enero del calendario actual.
En el siglo V el Papa San León conocido como León I, el Magno, habla de ellos y fija, valiéndose de la escritura y la tradición, su número en tres. La primera representación en la que aparecen los reyes magos con los nombres con los cuales se les conoce actualmente, a saber: Melchor, Gaspar y Baltasar, data del año 520 y se trata de un mosaico de la Iglesia de San Apolinar en Rávena, Italia.
San Beda, monje benedictino del S. VII, nos proporciona varios detalles sobre los Magos en uno de sus textos: «El primero de los Magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera cana y luenga barba quien ofrece oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena le ofrece mirra, que significaba que el hijo del hombre debía morir». San Bruno de Segni complementa el simbolismo de los regalos afirmando que el oro representa la sabiduría celestial, el incienso es símbolo de la oración pura y la mirra simboliza la mortificación de la carne.
A raíz de este texto, los artistas empezaron a representar a los magos de acuerdo con esta descripción. Algunos incluso los asociaron con Sem, Cam y Jafet, los tres hijos de Noé, y por lo tanto con Asia, África y Europa, los 3 continentes hasta entonces conocidos. Una tradición armenia los identifica como Baltasar, rey de Arabia; Melchor, rey de Persia; y Gaspar, rey de la India. Y, de acuerdo con otra antigua tradición, el Apóstol Santo Tomás cuando viaja a oriente se reúne con los sabios de oriente a quienes bautiza y ordena como obispos.
¿Pero, qué vieron aquellos sabios en esa estrella para dejar la tranquilidad de su tierra y emprender un largo viaje con un fin que se antojaba incierto? A los pastores el Ángel les anuncio: “encontrareis al Niño envuelto en pañales” mas, los magos, ¿qué esperaban encontrar?
San Basilio, San Jerónimo y San Cipriano, entre otros padres de la iglesia de los primeros siglos, creían probable que los magos hubiesen estado familiarizados con las grandes profecías mesiánicas que se habían ido esparciendo por el oriente. Por ello, ante la repentina aparición de una nueva y brillante estrella los magos augurarían el nacimiento de un rey, cuya divinidad reconocen al utilizar la frase: “hemos visto Su estrella y venimos a adorarlo”.
San Agustín y Santo Tomás de Aquino coinciden en que la estrella de Belén fue creada con el único propósito de preceder y guiar a los magos, por lo que ésta presentó características completamente diferentes a las estrellas regulares, por muy bellas y grandes que fueran. Algunas de estas características son: su gran brillo y resplandor que excedía con creces a las otras estrellas, su cercanía a la tierra, su presencia tanto de día como de noche, así como su repentina desaparición; en ciertas ocasiones, como cuando los magos se presentaron ante Herodes y la reaparición de la estrella en cuando los magos reanudan su viaje. El relato bíblico da testimonio de estas peculiaridades.
Santo Tomas de Aquino afirma que: “La manifestación del nacimiento de Cristo fue una señal previa de la plena manifestación, que debía tener lugar después; y así como en la segunda manifestación se anunció primeramente la gracia de Cristo por el mismo Cristo y por los apóstoles a los judíos y después a los gentiles, así llegaron a Cristo primeramente los pastores, que eran las primicias de los judíos, como los más cercanos; y después vinieron los Magos de lejanos países, ‘los cuales fueron las primicias de las naciones’, como dice San Agustín”.
Por su parte, Cornelius Lapide (1597-1637) escribe sobre la estrella: “Así como la columna de fuego y nube guiaba a los israelitas, así también la estrella se adelantó a los magos. Como Dios Todopoderoso había liberado a su pueblo Israel de la esclavitud en Egipto a través de la columna de fuego y nube; liberaba a los gentiles de la esclavitud del pecado anunciando la llegada del Redentor a través de una estrella”.
«La Epifanía del Señor», la fiesta en la cual celebramos la manifestación de Cristo a los gentiles tiene como protagonistas a unos hombres que se atrevieron a dejar la seguridad y comodidad de su hogar para seguir la estrella que anunciaba el nacimiento del Rey de Reyes, del Redentor prometido, de la Única Luz capaz de alumbrar a todas las naciones. De Dios, Uno y Trino, cuya divinidad se manifestó a los humildes y se ocultó a los soberbios.
Alegrémonos y, como los magos, aceptemos la gracia y la revelación divina. Recordemos que, en medio de tanta oscuridad, Cristo es nuestra esperanza. En medio de tanta incertidumbre, Cristo es el camino, la verdad y la vida.
¡Un Nino nos ha nacido, un Niño nos ha sido dado! Vivamos para conocerlo, servirlo, amarlo y adorarlo.
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