Me parece que la expresión Tradición viva es la más adecuada para comprender lo que significa la verdadera Tradición en la Iglesia Católica. El mismo Concilio Vaticano II habla de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Tradición Eclesial, interpretadas rectamente por el Magisterio de la Iglesia, una Iglesia madre y maestra que quiere llevar a todos la Salvación, el Evangelio, el amor de Dios, la fe, la caridad cristiana, la esperanza, una Iglesia que es definida como Pueblo de Dios, Cuerpo Místico de Cristo y Templo del Espíritu Santo y es, en medio del mundo, signo e instrumento del reinado de Dios que empezó con Jesucristo y que la Iglesia y los cristianos tenemos el deber de hacer presente.
Porque la Iglesia existe para eso: para evangelizar con obras, actos, signos, palabras, actitudes, con todo lo que es y todo lo que hace, sin dar lugar a esnobismos ni a inventos que nada tienen que ver con la fe católica.
¿O es que acaso hemos olvidado nuestro ser cristianos, católicos, miembros de Cristo y de su Iglesia, obedientes al Papa y a nuestros Pastores, formando todos un solo Cuerpo en el que el mayor en realidad es el que sirve y el más necesitado es ayudado por los demás?
Volvamos al Evangelio de Jesucristo.
Volvamos a los Santos Padres y a la viva Tradición de la Iglesia.
Volvamos al Magisterio Eclesial (pre y postconciliar)
¿Sirve de algo echar por la borda nuestro pasado del que estamos orgullosos?
¿Sirven de algo las nuevas creatividades que a la vista está no evangelizan?
Hagamos caso y respetemos y recemos por el Santo Padre el Papa Francisco, Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Pastor Universal de la Iglesia, Siervo de los Siervos de Dios.
¿O es que nos llamamos católicos pero nos permitimos desobedecer al Papa?
En realidad, lo que con más urgencia necesitamos es convertirnos al Señor, a su amor, a su verdad, a la verdadera libertad, pues la Verdad nos hace libres, la libertad con que Cristo nos ha libertado, la Redención que nos consiguió derramando su Sangre preciosa para el perdón de los pecados.
La Vida nueva que nos regaló gracias a su gloriosa Resurrección de entre los muertos, a su Ascensión, al don inefable del Espíritu Santo que nos ha dado.
Volvamos a la Palabra viva de Dios, a los Sacramentos, a la obediencia al Magisterio de la Iglesia, lo cual no significa servilismo sino verdadera libertad.
¿Quién es libre, el que hace lo que le da la gana o el que obedece a Dios y pone en práctica sus Mandamientos?
Nuestra sociedad como tal ha fracasado porque no cuenta ni quiere contar con Dios, y a la vista están todas las barbaridades que cometemos cuando prescindimos de la voluntad de Dios, son locuras propias de gentes sin razón y sin sentido común.
El mismo Señor nos traza el camino para que nos vaya bien: «Convertíos a mí y viviréis» no cesa de decirnos. San Francisco de Asís, contemplando la indiferencia de algunas personas de su tiempo lloraba y se lamentaba y gritaba: ¡El Amor no es amado!
Dios nos ha dado tanto y nosotros le pagamos con indiferencia, arrancando cruces, imágenes sagradas, profanando templos, arrinconando a los pobres, no haciendo caso al Señor que nos habla a través de su Iglesia santa, de los fieles sacerdotes y religiosos, de los buenos obispos, del Papa Francisco, etc.
¿Qué «solución» es la que nos queda?
Vuelvo a repetir: convertirnos al Señor de todo corazón y con toda el alma y hacerlo en un doble sentido que se unifica: la adoración a Cristo Dios y el servicio a todas las personas, sobre todo a las más pobres.
Esto es lo que hoy nos pide el Señor.
Como es una gracia tan grande y para que se vea que la obra es de Dios, todos los días debemos orar, confesarnos con frecuencia, participar en la Misa, pasar ratos en adoración ante el sagrario, rezar el rosario, los Salmos, la oración pública de la Iglesia, volver al Magisterio Eclesial y hacer caso a nuestros Obispos y el Obispo de Roma, el Papa Francisco.
Así la Tradición es realmente viva, no un cadáver, como algunos piensan, sino algo que nos da vida y nos empuja a caminar por el camino de la Salvación y comunicarla a otros para que el mundo creyendo se salve por medio del único Salvador, Jesucristo, el Señor, Rey de Reyes y Señor de los Señores, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y nos reconcilia con Dios y entre nosotros.
Así sea para la mayor gloria de Dios.
Padre José Vicente Martínez, Sacerdote de la diócesis de Valencia, España, enero de 2022.
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