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«El terror rojo». Wenceslao Fernández Flórez describe la verdad del Madrid rojo

«La casa era entonces para nosotros una prisión, La calle, el lugar por donde iba y venía la Muerte, con su mono de miliciano»

En un mundo editorial contralado por las grandes editoriales sistémicas que ningunean a los clásicos y que patrocinan libros inanes es de agradecer que sellos editoriales como Ediciones 98 nos permitan disfrutar de una obra que ochenta años después de ser escrita por Wenceslao Fernández Flórez en portugués aún permanecía inédita en español.

Nos criamos leyendo libros, autobiografías, y periódicos sobre la Cruzada de Liberación (llamada ahora Guerra Civil, como si no hubiera habido más guerras civiles en el suelo patrio), pero no habíamos comprendido lo terrible del terror rojo hasta que no llegó a nuestras manos el libro que hoy presentamos a nuestros lectores: «El terror rojo» de Wenceslao Fernández Flórez.

«La casa era entonces para nosotros una prisión, La calle, el lugar por donde iba y venía la Muerte, con su mono de miliciano», estas palabras definen bien el espíritu de «El terror rojo». Por una fatalidad de la vida Wenceslao quedo prisionero en el Madrid republicado tras el alzamiento del 18 de julio, y desde esa fecha hasta su salida de España por la frontera francesa, su vida fue como la de tantos otros españoles una mera supervivencia.

En sus páginas el ocioso lector podrá descubrir la realidad del Madrid republicano, de ese Madrid que no gritaba ¡no pasarán!, sino que en su fuero interno deseaba que el ejército nacional pasara, y pasara cuanto antes. La memoria histórica nos ha vendido un Madrid sufriente por la ofensiva nacional, cuando la realidad es que Madrid sufría por el terror rojo. Como recordaba mi padre los aviones nacionales que cruzaban el cielo madrileño no eran vistos como un peligro, sino como una esperanza de liberación. Los sufridos madrileños aguataron la larga guerra pues sabían que las tropas nacionales, formadas por militares, carlistas y falangistas, estaban prontas para reconquistar para la civilización la capital española.

En «El terror rojo» Wenceslao Fernández Flórez nos narra autobiográficamente ese Madrid opresivo y temeroso que tenía que soportar la injusticia, la arbitrariedad y el odio de una chusma desatada y empujada por el gobierno a propalar el caos, el crimen y el latrocinio.

El autor viendo la cruel represión republicana llegó a preguntarse «¿no hay nadie que intervenga, nadie que tome el timón, nadie que aparezca para salvarnos», pues efectivamente, Madrid se había convertido en una selva en la que los comunistas, los socialistas y los anarquistas mataban, violaban e incendiaban sin ningún tipo de medida ni tasa.

La pluma del gallego supo describir la realidad de tan cruel represión, culpando a los dirigentes izquierdistas del horror provocado por el veneno de sus palabras, inspiradas en el bolchevismo ruso:

«Las ideas eran rusas, los procesos eran rusos; rusos eran los hombres llegados para dirigir las matanzas; rusas las armas, rusos los nombres que se invocaban, las denominaciones de las brigadas, los originales de los grandes retratos que presidían sus reuniones (…) Aquellas multitudes entonaban La Internacional y un himno que decía Somos los hijos de Lenin. Y su ¡No pasarán! era francés. Yo vi por las calles de Madrid, en pleno verano, milicianos orgullosos de ostentar gorros rusos de piel y blusas de mujik. Decir ¡Viva España! era un grito subversivo. Todo era Rusia. No había nada más que Rusia.»

En sus páginas podemos comprobar la hipocresía de los revolucionarios que se manifestaban «contra la pena de muerte, pero asesinaban sin formular cargos», y como su odio convirtió en imposible un gobierno republicano que ya nació ilegítimo, pero que ahora se transformaba en criminal.

Pocas veces hemos leído un relato tan vívido, y que transmite a la perfección la podredumbre moral, el ambiente opresivo, y el miedo que tenía que soportar el sufrido pueblo madrileño, y como el terror tomaba las formas más insospechadas, así el automóvil que paraba enfrente de las casas, el sonido de un ascensor que subía, y el timbre de una puerta significaban la muerte de los moradores de la honrada vivienda.

Wenceslao Fernández Flores en «El terror rojo» nos describe como era necesario cambiar de escondite, como era necesario recurrir a las casas de los amigos, de los conocidos, como una vez puesto en peligro las vidas de los allegados era necesario buscar una embajada o un consulado para encerrarse en vida, y esperar con fe en el avance nacional.

Son numerosos los testimonios de todas aquellos que amparados en la protección diplomática pudieron escapar con vida de la represión roja, no obstante pocos como Wenceslao Fernández Flórez han utilizado una pluma más precisa para describirnos la vida que miles de expatriados en su propio país llevaron hacinados en unos edificios diplomáticos que no daban mas de si.

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Pero «El terror rojo» es algo más que una autobiografía, es un alegato premonitorio, pues el autor gallego anticipa (la obra está escrita en Portugal en 1938) lo que con el correr de los años es una triste realidad: la vuelta a España de los asesinos, de sus hijos y nietos, que corrompidos por el odio pretenden borrar la historia del terror y el sufrimiento de la infame República, así en las últimas páginas Fernández Flórez nos anticipa refiriéndose a todos aquellos rojos huidos al extranjero con el dinero robado a los sufridos españoles:

«Educarán a sus hijos en colegios de Francia o de Inglaterra. Los años pasarán. Llegará un día a España una muchacha bien vestida o un joven con reputación des ser un buen turista, y se preguntarán en voz baja:

-¿Quién es?

Y alguien dirá, también en voz baja.

– Sí, hombre … ese es el nieto, o la nieta, de aquel Fulano del tal que, en la revolución de 1936, huyó al extranjero con dos cuadros de Velázquez y cuatro maletas de mano llenas de joyas.»

Efectivamente, don Wenceslao tenía razón, pues hoy sufrimos a esos nietos ricos que con el dinero de nuestros abuelos y padres, vienen a darnos lecciones de moral, pero que nunca han pedido perdón por los crímenes de sus padres y abuelos.

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Abogado, académico de la Academia Internacional de Ciencias, Tecnología, Educación y Humanidades y colaborador de numerosas publicaciones y revistas, exdirector de la sección cultura del periódico digital Minutodigital, e impulsor de numerosas iniciativas de la sociedad civil para fomentar la participación ciudadana real en la vida política y social, como el Centro Jurídico Tomás Moro, el Centro de Estudios Históricos General Zumalacárregui, o la Asociación Editorial Tradicionalista. Actualmente es director de Tradición Viva

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