POR RILEY KANE

Después de dos años de cierres y coerción , el presidente está a punto de imponer un mandato de vacunación con poder de ley. La Corte Suprema pronto emitirá una decisión final sobre si el Estado tiene este poder. Independientemente del resultado, se mantendrán muchas restricciones y se pueden imponer nuevos mandatos. 

Como abogado que representa a los empleados, he hablado con muchos que sufren los mandatos impuestos por los gobiernos y las empresas que hacen las órdenes del Estado. El futuro de estas personas ha sido puesto en duda y temen no poder mantenerse a sí mismos ni a sus familias.

Todos hemos desempeñado un papel en la creación y el mantenimiento de la cultura del miedo que ha llevado a estos mandatos, y nuestro cumplimiento garantiza que todo esto continúe. Afortunadamente, cada vez más personas comunes entienden esto y comienzan a resistirse. Eso es bueno, pero no será suficiente. 

Necesitamos que nuestros líderes en el Estado y en la Iglesia estén con nosotros. Cualquiera que sea su puesto, pero especialmente si es un líder, piense en lo que ha hecho y lo que no ha hecho durante los últimos dos años. Si no os habéis opuesto abiertamente a estos mandatos, os ruego que reflexionéis sobre lo que sucede cuando los buenos no actúan.

Si bien el mandato del presidente actualmente permite que aquellos que rechacen la vacuna se enmascaren y se prueben como una alternativa, y existe la posibilidad de recibir una exención religiosa, actualmente hay muchos abogados trabajando arduamente para desarrollar argumentos para exigir la vacunación de todos modos.

Durante más de un siglo, el Estado se ha involucrado cada vez más en las minucias de nuestras vidas. Nuestras leyes han sido tergiversadas para garantizar el derecho a promover el pecado y prohibir el derecho a promover la virtud. Este mandato cruel es el más nuevo de una larga lista de perversiones.

Estos mandatos amenazan con crear una segunda clase de ciudadanos a los que se niega el privilegio de una vida normal, pero solo unos pocos líderes heroicos los desafían.

Buenos líderes en el Estado, ¿a qué mayor causa están esperando su tiempo para luchar?

Como católico, es lamentable que la Iglesia no haya tomado una posición más audaz por sus derechos o los derechos de los fieles. Cuando COVID-19 parecía más peligroso, las iglesias cerraron. Los sacramentos se retrasaron.

El peor destino que le puede ocurrir a un hombre no es la muerte física. es la condenación.

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Lamentablemente, en lugar de proclamar estas verdades, la Iglesia se unió al Mundo con miedo.

Luego, cuando se desarrollaron o probaron vacunas usando los restos de niños abortados, muchos en la Iglesia explicaron las preocupaciones sobre esa espantosa realidad diciendo que simplemente sería demasiado difícil separarnos de los frutos del pecado, o sugiriendo esta cooperación con el el mal del aborto es suficientemente remoto. 

Quizás puedan mostrar la precisión filosófica de esas posiciones. Dudo que puedan mostrar su prudencia.

No sólo tienen tales argumentos socavado la autoridad moral de la Iglesia , se han añadido a las cargas de aquellos cuyas conciencias no les impide cooperar con el mal del aborto. Esos argumentos tienen burócratas armados que actúan de mala fe con justificaciones para negar o revocar exenciones religiosas.

Puedo apreciar un poco, pero no puedo comprender completamente, la dificultad de esta posición. Los líderes de la iglesia tienen una jerarquía a la que responder y la necesidad de proteger a la iglesia del Estado. Pero, obispos y sacerdotes, les ruego que consideren también la protección de sus rebaños. 

Buenos líderes en la Iglesia, ¿dónde creen que termina esto?

Considere los ejemplos de Santo Tomás Moro y San Juan Fisher y los eventos que precedieron a su martirio.

A principios del siglo XVI, Inglaterra era un país católico. El futuro parecía prometedor, pero el rey Enrique VIII carecía de heredero. Eventualmente, el rey decidió divorciarse de su esposa y tomar otra, pero el Papa rechazó el divorcio solicitado por el rey. Eso no detuvo al rey. Tomó a su segunda “esposa” y exigió el apoyo de la nobleza y el clero.

Todo lo que el rey quería era un juramento.

El rey presionó a los nobles e incluso encontró teólogos para argumentar las justificaciones de su divorcio. Sin mucha demora, casi todos los líderes católicos de Inglaterra optaron por afirmar al rey en su pecado. Pero no Tomás Moro, el canciller, ni John Fisher, obispo de Rochester.

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Aunque sabemos el resultado, considere la perspectiva de aquellos que se pusieron del lado del rey durante ese momento de la historia: los papas y los reyes se habían peleado a menudo. Seguramente, esto también pasaría. 

Seguramente, complacer al rey era más prudente que amonestarlo y provocar su ira. Seguramente, la prosperidad del reino estaría en peligro por la disidencia de cualquier noble. Seguramente, aplacar al rey protegería la posición social y la propiedad de la Iglesia. Seguramente, una segunda esposa sería suficiente. Seguramente, la ruptura con Roma terminaría. Seguramente, el rey pronto entraría en razón. Seguramente… Seguramente, pensaron esas cosas, ¿qué más podría explicar sus elecciones?

Piensa por un momento en lo inseguros que debieron sentirse todos durante los primeros meses que siguieron a la ruptura del rey con la Iglesia. Dudo que la mayoría de los hombres que juraron lo hubieran hecho si hubieran sabido lo que vendría.

Pensaron que su cumplimiento compraría la paz.

No lo hizo.

Dejando a un lado los asuntos espirituales, los líderes de Inglaterra perdieron lo que habían buscado ganar . El rey engendró un hijo enfermizo, que reinó brevemente antes de morir. El trono luego pasó a las dos hijas del rey, pero ambas murieron sin hijos y la línea Tudor terminó. Así, el cisma del rey para asegurar su sucesión quedó en nada.

Sin embargo, el hecho de que los nobles no se opusieran al rey condujo al caos. Los monarcas católicos y protestantes intercambiaron la corona durante un siglo. En la inestabilidad resultante, Inglaterra sería atacada por España, soportaría múltiples persecuciones religiosas y sufriría una guerra civil que terminaría en dictadura.

Finalmente, la sumisión del clero destruyó la Iglesia Católica en Inglaterra. Enrique VIII supervisó el robo de monasterios y tierras de la Iglesia. Y, con el paso del tiempo, los protestantes ganaron poder en Inglaterra y el clero apostató, huyó o fue martirizado.

Inglaterra estaba perdida cuando el rey exigió juramentos de maldad; y los líderes buenos, pero cobardes, del Estado inglés y de la Iglesia inglesa respondieron aceptando las órdenes injustas de su gobernante corrupto. Imagínese si los nobles hubieran apoyado a Santo Tomás Moro y si el clero hubiera apoyado a San Juan Fisher, todos negándose a respaldar el pecado del rey y llamándolo al arrepentimiento. 

En ese momento, un simple desafío verbal podría haber evitado un siglo de derramamiento de sangre. No actuaron cuando podrían haber salvado a su país.

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Considere esta historia. ¿Dónde estarás?

Este artículo se publicó originalmente en inglés en https://www.crisismagazine.com/

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