(Gaudium Press) Que el prestigioso semanario The Economist se ocupe de religión no deja de ser relevante y curioso. Claro, lo hace a su manera, con una visión materialista y de business: es lo que se constata en la nota “Dios, Mamón y bienes raíces”, aparecida el pasado sábado 8 de enero.
“Cómo mantenerse en el negocio en un sentido material y competitivo” se pregunta The Economist de las religiones, después de las afectaciones de la pandemia, en las que muchos fieles dejaron de frecuentar los templos, para atender servicios online o simplemente dejar de ir a las iglesias.
Constata The Economist algo que ocurre en muchos países de occidente, en los que incluso antes de la pandemia el número de quienes se afirman cristianos venía decreciendo, así como su asistencia a templos. Tal vez a un ritmo no tan acelerado como quisieran algunos editorialistas de The Economist, pero sí.
Y más o menos presenta el semanario la necesidad de que las iglesias diversifiquen sus recursos y ofertas, para competir en un mercado cada vez menor y cada vez más peleado, y que de alguna manera cambió por la pandemia.
Repite The Economist los resultados hallados por Barna Group, sobre “cristianos practicantes” en los EE.UU. en el 2020: 14% habrían cambiado de iglesia, 18% estaría asistiendo a más de una iglesia, 35% estaría yendo a la misma iglesia pre-pandemia, y 32% habría dejado de ir a la iglesia. Estos datos son relevantes, y cuanto querríamos tenerlos específicamente de la Iglesia Católica.
Recuerda The Economist que en Gran Bretaña se cerraron edificios religiosos a una rata de 200 por año durante la década pasada, y que con la crisis conexa a la pandemia, muchos, cientos, deberán ser demolidos o vendidos en los próximos años. Afirma también que cerca de un tercio de las sinagogas de los EE.UU. han cerrado en las dos décadas pasadas, y que los costos de la manutención de muchos templos, hoy con escasos fieles, son prohibitivos.
Dice The Economist algo que es sabido, pero saca conclusiones interesantes si se miran desde el aspecto económico: Un sermón virtual del arzobispo anglicano de Westminster del 2020 fue escuchado por aproximadamente cinco millones de personas “más de 5 veces el número de asistentes semanales a oficios antes de la pandemia”. ¿Esto es bueno para ese culto? No necesariamente, porque si la gente se acostumbra a no ir a templos, no da ayudas, y si no da ayudas no se sostienen los templos. En cualquier caso, si el sostenimiento de los lugares de culto llega a ser insostenible, pues algo habrá que hacer con las propiedades.
Después de leer la nota de The Economist, queda la molestia de haberse sumergido en una visión de brea materialista de algo que en el caso de la Iglesia debe analizarse sobre todo desde lo sobrenatural. Es claro que si no solo de pan vive el hombre, también de pan. Pero las preocupaciones primeras deben ser las de escuchar al Hijo para que luego ocurra la multiplicación de los panes.
Primero el Reino de Dios y su justicia, decía Cristo. Si los fieles no regresan a los templos es sobre todo porque su fe y piedad no era firme. Fortalecer la verdadera fe y la sistemática piedad, debe ser el objetivo principal, que el resto se dará por añadidura; fieles convencidos, verdaderamente atendidos y ansiosos de la savia eterna, ven lo que haya que ver por internet, pero regresarán a la casa, la cual, valga decirlo, no debería cerrarse nunca.
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