“La verdadera libertad es un estado de obediencia. El hombre se libera de la corrupción de la carne obedeciendo a la razón, se libera de la materia sujetándose al perfil diamantino de una forma, se libera del efímero, atándose a un estilo; de lo caprichoso, adaptándose a los usos; se libera de la fecundidad solitaria obedeciendo a la vida, y de su misma vida caduca y mortal, se libera perdiéndola en la obediencia a Aquel que dijo: ‘Yo soy la Vida’”.
Estas palabras pertenecen a Leonardo Castellani, sacerdote, teólogo, filósofo, ensayista, novelista, escritor y periodista argentino, hijo de emigrantes italianos. Fue un luchador infatigable en su combate contra la caída del espíritu del hombre en tiempos modernos.
Si hablamos del pensamiento católico universal hablamos de Castellani, y como bien lo llama Juan Manuel de Prada, hablamos del Chesterton de la lengua española.
La pluma del jesuita fue el azote de lo que hoy llamamos lo políticamente correcto. Consecuente con su fe, su vida estuvo marcada por el compromiso con la Verdad con mayúsculas, por la justicia, por el amor a la Patria y la Tradición, en un combate sin tregua contra la decadencia y el despropósito generalizado de la modernidad.
El padre Castellani poseía un estilo único, vivaz, original y vibrante, que transmitía sus ideas incendiarias, desacomplejadas y hasta temerarias en muchos aspectos, denunciando siempre el fariseísmo y la hipocresía que veía a su alrededor. Escribió poesía, novela, cuentos, teatro, ensayos políticos, filosóficos y teológicos. Fue también uno de los pioneros del género policial en su país.
En esa Argentina de mediados del siglo pasado, la pluma de Castellani condeno la ideología que consideró responsable de la perdición: “El Liberalismo antes de ser un mal sistema político y un mal método económico, es una mala teología, es una herejía, una cosa espiritual, que no se puede conjurar del todo sino en su propio centro, que es la región de la estratósfera donde combaten invisiblemente los espíritus”. Según sus palabras, en ello está el origen del auténtico problema que sufre el mundo actual, ya que los dirigentes del liberalismo “cayeron en la tentación que ahora llaman ‘progresismo’; o sea, de vender el alma al diablo y las riquezas del país a los Malditos, a cambio de un aparatoso progreso técnico, al cual pagamos escandalosamente caro y no conseguimos entero, pues todavía estamos subdes, según nos echan en cara”.
Castellani fue un rebelde, un pensador a contracorriente, casi temerario, ya que su amor por los suyos y la defensa de sus ideas, siendo sacerdote, lo llevo a presentarse en las listas de la Alianza Libertadora Nacionalista como candidato a diputado nacional para las elecciones de febrero de 1946.
Sus palabras y su pensamiento sacudieron inevitablemente las conciencias dormidas de quienes inmersos en la mediocridad de la época han tenido la fortuna de adentrarse ellas: “Donde el loco, el esclavo, el preso y el plebeyo dicen libertad, el noble dice: honor, belleza, amor, sabiduría. La máxima libertad nace del máximo rigor; porque el hombre es más libre a medida que es más fuerte, y la obsesión de la libertad, prueba la máxima debilidad de la mente”. Cuanto más fuerte es la conciencia más auténticamente libre se es, y por el contrario la obsesión por la libertad per se termina acabando con la razón. Castellani continua: “La obsesión de la libertad vino a servir maravillosamente a las fuerzas económicas que en aquel tiempo se desataron; y el poder del dinero y de la usura, que también andaban con la obsesión de los dejaran en paz. Los dejaron en paz y se inauguró en el mundo una época en que nunca se vio tanto de libertad, y nunca el hombre ha sido, en realidad, menos libre”. En definitiva, una “herejía” como el liberalismo y su aberración progresista acabaron esclavizando al hombre bajo la fachada de una falsa libertad por carecer de alma y trascendencia en un mundo regido por el materialismo.
El compromiso del Castellani con el nacionalismo católico tuvo consecuencias que lo llevaron por el derrotero del sufrimiento personal y la expulsión de la Orden Jesuita. Tuvieron que pasar más de tres lustros para que el polemista y apologeta pudiese volver a oficiar los sacramentos y a ser llamado nuevamente padre Castellani. Siempre se mantuvo en pie gracias a su fe irrenunciable que fue su guía para no perderse en la oscuridad de una era de falsedades, traiciones y maldad.
Para Castellani la libertad es un estado de obediencia a lo sagrado, a lo divino a lo trascendente, a Cristo. El hombre es verdaderamente libre cuando mediante la razón desprecia lo efímero para abrazar a Dios, quien es el auténtico camino, la verdad y la vida.
Seamos como Leonardo Castellani, seamos atrevidos, busquemos la verdad trascendente, tomemos el compromiso con la Patria con sus consecuencias, seamos libres, pero de verdad.
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