En nuestra época, donde no pocos matrimonios suelen durar menos que lo que los novios se tardan en organizar la fiesta respectiva; vemos cada vez con mayor frecuencia, que las parejas eligen irse a vivir juntas sin estar casadas. Muchos de ellos simplemente ya no creen en el matrimonio. Otros, caen en la tentación de pensar que vivir juntos antes del matrimonio les ayudará a conocerse y fortalecer su relación. Sea la razón que sea, la cohabitación, va siendo la norma entre las parejas; aún, no pocas veces, de aquellas provenientes de círculos denominados conservadores.
En los Estados Unidos, vivir juntos en lugar de casarse se ha convertido en la norma para las parejas. De acuerdo con las estadísticas oficiales del 2018, en Estados Unidos, el 60%, de quienes contraen matrimonio lo hacen después de cohabitar, al menos un par de años. La mitad de los adultos jóvenes, de entre 20 y 40 años, cohabitan en lugar de casarse. En la última década además, la cantidad de adultos mayores de 50 años que prefieren la cohabitación al matrimonio ha aumentado hasta un 75%. Y mientras la cohabitación ha aumentado casi un 1000% desde 1980, los matrimonios han disminuido más del 40% desde 1960.
Esto tiene como consecuencia que cada vez más niños nazcan fuera de la estabilidad que sólo ofrece el matrimonio. En Estados Unidos, en 1970 sólo 10% de los niños formaban parte de ese grupo. Sin embargo, en la última década, esta situación ha aumentado un 20%.
En Hispanoamérica, la situación no es más halagüeña, las uniones consensuales han aumentado en todos los grupos socioeconómicos. En los países centroamericanos y caribeños, el índice supera el 40%. Son varios los países en los cuales, la mayoría de los niños nacen fuera del matrimonio. En México es el 64%, en Costa Rica el 69% y en Chile el 71%. Además, los llamados padres y madres solteras por elección personal o por la ruptura con su pareja, también ha aumentado, aún cuando estas “familias monoparentales” tienen un riesgo de pobreza de 47%, en comparación con el 21% de las familias donde ambos padres están presentes.
En Canadá, un estudio publicado en 1999 por el profesor Zheng Wu, de la Universidad de Victoria; concluyó que, quienes viven juntos antes del matrimonio no sólo se casan más tarde, sino que se divorcian más.
El estudio revelo que el 55% de las parejas canadienses que cohabitan terminan casándose con una media de 34 años, 5 ó 6 años más tarde que el canadiense medio. A pesar de que muchos pensarían que la edad es un factor que ayuda a la madurez y con ello a la posterior estabilidad matrimonial; el estudio reveló que las mujeres que han convivido con su pareja antes de casarse, tienen una probabilidad de divorciarse de hasta un 80% más que, quienes llegan al matrimonio directamente. En el caso de los hombres, el aumento de la probabilidad es del 150%. Además, el riesgo de ruptura aumenta si alguno de los dos vivió anteriormente con otra persona.
Otro estudio comprobó que, más del 50% de las uniones de hecho quedan disueltas antes de los 5 años. Los matrimonios que se rompen antes de 5 años representan un 30%.
Los estudios realizados en Europa lanzan resultados muy similares. De acuerdo con los datos compilados por: Nuestro Mundo en Datos (Our World in Data) en el Reino Unido el 85% de las parejas cohabitan y varias de ellas lo hacen de modo definitivo, es decir, sin dar nunca el paso al matrimonio.
En España, a finales de los años 90, la Encuesta sobre Fecundidad y Familia determinó que, de las mujeres nacidas a finales de los años 60, sólo el 3,7% de las que se casaron directamente se separaron después de 5 años. Sin embargo, las que eligieron la llamada unión libre, se separaron en un 26% de los casos, al término de ese plazo.
En Alemania, un Informe del Instituto Alemán (Deutsch Institute) determinó que los matrimonios que cohabitaron antes de casarse tienen entre un 40 y 60% de mayor riesgo de acabar en divorcio.
En Suecia, la cohabitación es practicada por una amplísima mayoría de jóvenes. Un estudio del profesor de demografía de la Universidad de Estocolmo, Jan M. Hoen, determinó que las parejas con más riesgo de separarse son las de jóvenes que cohabitan sin estar casados. En estos casos, el nacimiento de un hijo, más de la mitad de los niños nacen fuera del matrimonio, disminuye el riesgo de separación; aunque sólo durante los 18 primeros meses.
Resumiendo, las muchas investigaciones sobre el efecto que produce la cohabitación en las parejas coinciden en que los efectos son muchos y todos dañinos. Además de que aumenta, de entre un 50 y un 80% las probabilidades de divorcio en comparación con las parejas casadas que nunca cohabitaron, hay estudios que muestran que las parejas que viven en uniones de hecho están mucho menos satisfechas con su relación. Se cree que, al no estar en una relación estable y claramente definida, quienes cohabitan se comunican, negocian y resuelven problemas de maneras poco sanas mostrando una mayor tendencia a controlar y manipular a la otra parte o entre sí; lo cual conduce al resentimiento y a la desconfianza en la relación.
Encima, las relaciones de cohabitación tienden a ser frágiles y de duración relativamente corta; menos de la mitad de las relaciones de cohabitación duran cinco años o más. Por lo general, duran alrededor de 18 meses.
Sin embargo, a pesar de toda la evidencia de lo perjudicial que es la cohabitación para los jóvenes, ésta se ha convertido prácticamente en la norma entre los adultos jóvenes aumentando en más de un 1500% desde 1960. Según registros de las Naciones Unidas, la cohabitación y las madres solteras son una tendencia en alza en la gran mayoría de los países; en los cuales, además, el número de matrimonios va en franco descenso.
Esto como sociedad debe alarmarnos. La institución del matrimonio, que aún desde un punto de vista meramente natural, trae un gran beneficio a toda la sociedad, ha sido mermada constantemente. Son muchas las parejas que rechazan abiertamente la santa institución del matrimonio a la cual no tienen la menor intención de pertenecer. Y desafortunadamente, aún entre las parejas que tienen como objetivo casarse, la convivencia antes de dar el paso definitivo es cada vez más común.
La cohabitación es la forma políticamente correcta, mas terriblemente cínica de decir, vivamos juntos y veamos si funciona, para mí. Que nuestra sociedad vea con buenos ojos y fomente el que, una pareja que dice amarse se ponga a prueba a través en una relación utilitaria e inmoral, muestra lo mucho que nos falta la virtud y lo poco que practicamos la caridad.
En la siguiente entrega seguiremos analizando los efectos dañinos que tiene la cohabitación; especialmente en la mujer quien como Eva, se ha dejado seducir por la antigua serpiente que, a través de la revolución sexual, con sus muchos frutos podridos y vanas promesas, lucha por arrebatarle por completo a la mujer, ese pequeño anticipo del cielo que es el hogar cristiano.
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