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IN MEMORIAM DE LUIS HERNANDO DE LARRAMENDI, CORAZÓN DEL CARLISMO, POR JAVIER URCELAY

Como su padre, Luís Hernando de Larramendi no era un pensador o ensayista, ni un historiador, ni un político, sino un hombre de acción.

Con inmensa tristeza recibimos la noticia del fallecimiento de nuestro querido amigo y correligionario Luís Hernando de Larramendi.

Tras dura e implacable enfermedad, sobrellevada con esa grandeza de ánimo que le caracterizaba, su alma ha sido recogida en los brazos de Nuestra Señora de Lourdes, cuya festividad celebramos hoy, para llevarle a las puertas del Cielo.

Sin tiempo ni ánimos para escribir ahora la semblanza que Luis merece, y que otros con más mérito sabrán trazar en los días próximos, quiero simplemente reproducir, de nuevo y sin alteración, las líneas que hace pocos meses le dediqué en esta misma revista con motivo de la concesión del Premio Hispanidad-Capitán Etayo, que con tanta justicia le otorgó la Comunión Tradicionalista Carlista. 

Descanse en paz un cristiano, un carlista y un caballero ejemplar.

Conocí a Luís Hernando de Larramendi hace ya muchos años, como uno de los nombres con solera dentro de las filas carlistas; pero no fue hasta un viaje a Venecia y Trieste, a visitar los “santos lugares” del Carlismo -el palacio Loredán y la residencia de Carlos V y otros memorabilia en la ciudad adriática- en que tuve la oportunidad de empezar a tratarle, hace ya más de una década. De aquel viaje, que dejó bastantes cosas que desear en el terreno organizativo, recuerdo la frase que Luís Hernando repetía cada vez que me acercaba a él compartiendo mi indignación por un nuevo contratiempo: “Es lo que hay”, sentencia que adornaba siempre con la expresión bondadosa de su rostro.

El trato más asiduo con Luís a raíz de aquel viaje, me ha permitido comprobar que aquél “es lo que hay”, no era demostración de una resignación con la mediocridad o una aceptación complaciente de la chapuza, sino de una actitud del corazón, comprensiva con las limitaciones humanas y siempre exculpatoria ante la buena voluntad, que Luís presume siempre de antemano en los demás.

Y es que si algo caracteriza a Luís Hernando de Larramendi es precisamente esa capacidad de empatía, de ponerse en los zapatos, las emociones, los puntos de vista y los intereses de los demás. Fruto de ello ha sido su permanente espíritu de acogida, de integración y de unidad, que le ha caracterizado siempre en el ámbito del Carlismo, tan diferente de otras actitudes excluyentes, sectarias o enfrentadas que por desgracia lastran tanto a la Causa.

Junto a esa bonhomía de corazón, o quizás otra muestra de ella, ha sido siempre la piedad filial de Luís Hernando, apreciable en ese permanente homenaje a la figura de su abuelo, D. Luís Hernando de Larramendi, el ilustre político jaimista, y de su padre, Ignacio de Larramendi, al que tanto debemos, pero en especial la creación de la Fundación que hoy lleva su nombre.

Luís Larramendi hace gala de una devoción sin fisuras a sus antepasados, de los que ha recibido una tradición y herencia que ha hecho suya como un deber sagrado, y que se ha desvivido siempre por seguir transmitiendo a sus hijos y a toda su familia. La celebración entusiasta del centenario del nacimiento de su padre, Ignacio Larramendi, con numerosos actos, ha sido una sobrada demostración de esa devoción y piedad filial, tanto que en ella creo, sinceramente, hemos visto por su parte atribuidos a su padre méritos que con toda justicia deberían serle imputados a él. Porque la Fundación Larramendi ha sido una obra benemérita, concebida como una labor de mecenazgo y compromiso con el Carlismo de su creador, pero si ha sido lo que ha sido en estas dos últimas décadas, lo ha sido por la dedicación, el fervor, la pasión y el acierto que Luís pone al frente de ella, y que la ha convertido en la piedra angular de la presencia cultural del Carlismo en los últimos años.

Como su padre, Luís Hernando de Larramendi no es un pensador o ensayista, ni un historiador, ni un político, sino un hombre de acción, un hombre cuya contribución son las obras y no las palabras, y cuyo mérito es contar siempre con los demás, poner a cada uno a que haga lo que sabe y puede hacer al servicio de la Causa, reservándose el papel de impulsor, mecenas, tutor, amigo para lo que pudiera necesitarse y entusiasta divulgador del mérito de los otros y nunca del propio.

Puede leer:  DEP Felio A. Villarubias Solanes

Porque si algo caracteriza a Luís Hernando de Larramendi ha sido siempre la pasión, el entusiasmo, el ardor, la nobleza y todas esas virtudes propias de la grandeza de corazón. Y es que Luís es, sobre todo, y por encima de todo, un poeta. De ello dan cuenta sus versos, los publicados y, especialmente, los no publicados. Las decenas de veces que ha declamado con emoción los versos de “Los demandó el honor”, de su admirado Martín Garrido. Y la ilusión con la que me anima, o comparte conmigo, su esperanza de que alguien se dedicara alguna vez a recopilar las innumerables poesías carlistas que corazones ardientes y henchidos de emoción religiosa y patriótica, como el suyo, escribieron desde los hogares carlistas, desde las prisiones, desde los campos de batalla, desde la soledad, quizás, de sus exilios exteriores o interiores.

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Por todas estas razones, y otras muchas que saben todos los que le conocen, Luís Hernando de Larramendi es desde hace ya muchos años, pero especialmente desde la muerte del inigualable Javier Lizarza, el corazón del Carlismo, o, por lo menos, del Carlismo madrileño. Sus latidos han bombeado sangre haciendo posible actos, iniciativas, publicaciones, reuniones y proyectos que sin él hubieran sido simplemente imposibles, Y que siempre han convocado a todos los que, con buena voluntad, e independientemente de matices, se han sentido atraídos por la bandera de Dios, la Patria y el Rey legítimo.

Merece Luís Hernando de Larramendi -¡vaya si lo merece!- el Premio Hispanidad/Capitán Etayo, que la CTC otorga a los que han honrado la Causa, a los que la han engrandecido con su esfuerzo, a los que han levantado o mantenido enhiesta la bandera y la han hecho reconocible a otros, los que han sabido hacerla atractiva y digna de ser amada.

En otros tiempos nuestros reyes reconocían los servicios de nuestros mejores con sonoros títulos nobiliarios, en cuyo nombre con frecuencia figuraba esa virtud distintiva -marques de la Constancia, de la Lealtad etc-, o les condecoraban con la Cruz de la Legitimidad Proscrita u otras medallas y honores. Hoy todo eso, desgraciadamente, no existe. Por eso es una feliz iniciativa el Premio Hispanidad concedido anualmente por la Comunión Tradicionalista Carlista; y por eso es un acto de especial justicia, y motivo de celebración, su concesión este año a mi querido, admirado y siempre ejemplar Luis Hernando de Larramendi.

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