Estoy seguro de que a Luis le han admirado y apreciado muchas personas que sin tener con él una total identificación doctrinal e incluso estando en las antípodas de su pensamiento, pudieron conocerle y apreciar en él, mucho más allá de su enorme cultura y elegancia de aspecto y palabra, algo todavía más importante como era su generosidad y su bondad. Yo le conocí hace más de veinte años y aunque nunca estuve en el círculo de sus más íntimos, seguramente porque éste era ya tan nutrido que ya muy pocos más podían caber, siempre que tuvimos ocasión de coincidir y no han sido pocas a lo largo de estos años, me trató con la deferencia e incluso el cariño que en él eran tan naturales. Y por eso entiendo que debía escribir estas líneas, porque si cuando fallece una persona de la altura personal de Luis, solo hablaran de él para dedicarle un recuerdo y homenaje sus más allegados, podrían parecer sus palabras fruto exclusivo de esa cercanía. Yo puedo decir desde esa especie de segundo círculo de sus conocidos que no nací en una familia carlista, sino en una sencilla familia católica de esa España que ahora se nos escapa entre los dedos. Pero como supieron trasmitirme además de una profunda fe y un hondo amor a mi patria, cuando mi interés por nuestra Historia me fue acercando necesariamente al Carlismo, fue el haber podido conocer a determinadas personas lo que me convenció de que en él estaba mi sitio y además utilizar su ejemplo como guía de vida, tanto en lo personal como en lo político. Entre ellas ocuparan siempre lugar de privilegio en mi recuerdo Rafael Gambra, Alberto Ruiz de Galarreta, Francisco Javier Lizarza y Luis Hernando de Larramendi. Hombres claves para mí, pues si hoy en día, ya sexagenario, puedo mirarme en el espejo si no con estúpida autocomplacencia, sí con cierto orgullo, ha sido gracias a ellos.

Descanse en paz.

José Antonio Gallego     

COMPARTE: