Si algo agradecemos los lectores impenitentes es que el autor no engañe nuestras expectativas, y en este sentido Juan Manuel de Prada cumple sobradamente su objetivo, pues el título «Una enmienda a la talidad» es acertadísimo dado que en su última obra de Prada no deja títere con cabeza, y desmenuza a la perfección todos los errores de la revolución disolvente en la que vivimos instalados.

Juan Manuel de Prada utiliza la palabra al igual que un experto cirujano utiliza al bisturí: con seguridad, con precisión, y sin que el pulso le tiemble ante la corrección política, así en un viaje personal para desenmascarar los diferentes procesos revolucionarios (económicos, sociales, políticos y religiosos), y fuertemente influenciado por el argentino Castellani y el inglés Chesterton, nos recuerda que frente al mundo ideológico actual solo hay una alternativa: la tradición.

En el libro que hoy reseñamos, y que recoge parte de los artículos publicados por Juan Manuel de Prada en la prensa, descubrimos a un autor que con valentía defiende posiciones que «han sido por completo expulsadas del debate público», y que en lugar de guardar silencio ante lo que la corrección política establece, como un nuevo Quijote, alza su voz frente a los postulado del progresismo hegemónico, denunciando los perversos efectos de  un liberalismo que cree haberse posesionado de todo el espacio público.

El autor va desgranando todos los grandes temas, la falsa libertad, la putrefacción de las democracias, la crisis educativa, los errores del capitalismo, los nuevos derechos de bragueta dispensados como narcóticos para invalidar al ser humano, los procesos y fines de la ingeniería social, y la abolición del hombre y la instauración de una tiranía gigantesca.

Con acierto Prada perfila la falsa libertad que algunos creen disfrutar, por cuanto esta pseudolibertad es «un mero acatamiento de la voluntad general, que es soberana para decidir lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, con un poder ilimitado. Este concepto de la libertad es, exactamente, el que tienen los regímenes totalitarios». Esa falsa libertad propugnada por el liberalismo individualista ha llevado a la desfiguración del pueblo, que se ha convertido en una masa informe cretinizada, destruyendo todo el entramado social existente hasta la Revolución, incluyendo a las corporaciones y los gremios, para agrupar de esta forma al pueblo no en función de sus necesidades o intereses, sino en función de las necesidades e intereses de los totalitarios partidos políticos. Así, y citando al gran Castellani cuando afirmaba que «si a la libertad no se añade para qué, es una palabra sin sentido; y hoy en día, por obra del liberalismo, la más asquerosamente ambigua que existe» Prada llega a afirmar certeramente que «no puede haber libertad para dañar, injuriar, calumniar y ofender gratuitamente; no puede haber libertad para sembrar odio y extender la mentira; no puede haber libertad para envilecer los espíritus e inclinarlos al mal».

En este sentido podemos decir que las democracias parlamentarias no atacan al cuerpo, pues se han proscrito las penas físicas, sino que atacan al alma, aislando al disidente y haciéndoles la vida imposible. Este aislamiento del no alineado con la corrección política lo hemos podido ver a las claras con los no vacunados, que han sido declarados enemigos públicos, impidiéndoles su libertad de movimiento, convirtiéndoles en objeto de mofa, bufa y befa, y que han sido instrumentalizados por los grandes manipuladores para la división y polarización de lo poco que nos quedaba de sociedad sana.

Que no hay libertad resulta claro si consideramos que las supuestas élites intelectuales llevan siglos diciéndonos que no existe la verdad, y claro, si la libertad es ante todo amor a la verdad, y la verdad no existe, hemos de decir que la verdadera libertad está muerta, pues hemos caído en el imperio del subjetivismo primero, del relativismo después y por último del escepticismo. Pero el nuevo orden revolucionario ha hecho bien su trabajo, y ha hecho olvidar al pueblo español que si ha habido una doctrina política popular en España esta ha sido precisamente el antiliberalismo que llevó a nuestro pueblo a levantarse contra el masón francés, luchar en el siglo XIX en tres guerras civiles en defensa del antiguo orden, y vencer al comunismo en la cruzada del 36, pues nadie puede engañarse a estas alturas: liberalismo y comunismos son hijos de la misma Revolución, comparten un mismo núcleo místico, pues ambos son idolátricos del supuesto progreso, de la supuesta ciencia, e idolátricos de los pecados de la carne y el dinero. El comunismo es la última parada del capitalismo, pues si este tiende al monopolio del más fuerte siguiendo las doctrinas del darwinismo social, el comunismo supone la cúspide del sistema al crear el gran monopolio estatal. Ambos nos despojan de la identidad y de la propiedad, y aunque discrepen en los medios, comparten el mismo fin satánico: la abolición del hombre; el primero convierte a la mayoría de la población en asalariados, el segundo en administrados, el primero somete al pueblo al capricho del patrón, el segundo al capricho del Estado.

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Juan Manuel de Prada es claro al denunciar las tretas del liberalismo. Para mitigar la dominación económica y al pensamiento único, el liberalismo inventa falsas libertades, y muy especialmente las sexuales, así el divorcio como autodeterminación del sentimiento primero, y la ideología de género después. Para no defender las verdades libertades políticas, sociales y económicas, la revolución se inventa la libertad biológica frente a las leyes naturales, y así el mismo sistema que supuestamente permite cambiar de género, impide al individuo luchar por su libertad económica o social, le impide elegir la educación para sus hijos, le impide elegir si quiere que una cruz embellezca la plaza de su pueblo, o le impide afirmar su libertad de pensamiento encaminada a la verdad. 

A diferencia del antiguo orden, el nuevo orden revolucionario no es capaz de administrar la diferencia, por eso desde el siglo XIX se fomenta la uniformidad nacional a través del centralismo, y una vez conseguida esa uniformidad ahora se apuesta por un globalismo que acaba ya con cualquier diferencia.

En todo este sistema, y para engañar al pueblo, las élites se inventan el gran teatro de los parlamentos y los partidos políticos, pues lo cierto es que en Occidente hoy no existe la representación política del pueblo, por cuanto los gobernantes únicamente están al servicio del dinero, no de sus pueblos. Como bien dice Juan Manuel de Prada «la dura realidad es que la democracia vigente ya no es una forma de gobierno, sino una religión antropoteista. Su principio es una opción de carácter religioso, un acto por el cual el hombre asume al hombre como dios. Su doctrina es una teología del hombre-dios, su práctica es la realización de este principio en comportamiento, en instituciones y en obras», pues el régimen democrático se funda en la negación de la verdad de las cosas, que es sustituida por la opinión que una mayoría tenga sobre ellas, o todavía peor, por la opinión de los «representantes» de esa mayoría.

En resumen, «Una enmienda a la totalidad» de Juan Manuel de Prada ha de leerse como una cartilla antimodernista, y contrarrevolucionaria, y como tal cartilla su lectura y conocimiento deviene en obligatoria.

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• ·        Título: Una enmienda a la totalidad
• ·        Autor: Juan Manuel de Prada
• ·        Editorial: ‎ Homo Legens
• ·        Tapa blanda: ‎ 436 páginas
• ·        ISBN-13: ‎ 978-8418162909
• ·        Dimensiones: ‎ 13.34 x 2.77 x 20.32 cm
• ·        PVP: 22,50 €

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