Se ha producido en fenómeno curioso en los últimos tiempos en el mundo editorial español. Ha sido casi exclusivamente el interés personal de unos cuantos editores —generalmente de editoriales independientes— los que han sacado del olvido a un puñado de escritores que por diferentes motivos se encontraban en una postergación casi total y cuyos libros eran de muy difícil acceso. Uno de esos autores es el coruñés Wenceslao Fernández Flórez, escritor muy popular en su época pero que tras su muerte cayó en un súbito olvido. Uno de esos rescatadores es Jesús Alfonso Blázquez, alma máter de Ediciones 98, que se ha propuesto recuperar parte importante de la extensa obra de Fernández Flórez. Es destacable que esta editorial madrileña ha publicado recientemente tres obras de nuestro autor prácticamente desconocidas y escritas tras su traumática experiencia como refugiado en el «Madrid rojo» durante la Guerra Civil: Una isla en el mar rojo, El terror rojo y La novela número 13 son títulos que forman una especie de trilogía dolorosa, testimonial y brutal de esos años nefastos. No son, sin embargo, estos libros las más característicos de su estilo y de sus intereses literarios.
Con anterioridad Ediciones 98 había publicado el volumen de cuentos Tragedias de la vida vulgar. Cuentos tristes (Madrid, Ed. Atlántida, 1922), un hermosísimo libro que en cualquier país normal sería de lectura obligada para toda persona medianamente culta. Este recate es más que oportuno ya que lamentablemente Tragedias de la vida vulgar llevaba sin publicarse desde la edición de Aguilar de sus Obras completas en1945 (y posteriores reediciones). El contenido del Prólogo del escritor y crítico literario Fernando Iwasaki (Lima, 1961) resulta clarificador para introducirnos en la figura literaria de Fernández Flórez y en la importancia de este título. Tragedias de la vida vulgar es considerado por Iwasaki —quizás de forma algo exagerada— como «el mejor libro de relatos español», y pondera la variedad e interés de sus obras: la crónica parlamentaria y deportiva (Impresiones de un hombre de buena fe; De portería a portería); la novela netamente humorística (El malvado Carabel); el ensayo (Visiones de neurastenia); o el primer ejemplo de realismo mágico (El bosque animado). Iwasaki también afirma que su olvido es debido más a prejuicios de tipo ideológico que a razones estrictamente literarias.
EL MIEDO
Al sonar las once en el reloj, encerrado en la larga caja de nogal como en un ataúd, Felipe dejó el periódico sobre la mesa, subió hasta la frente las antiparras y se frotó los cansados ojos, en los que la vejez había ensangrentado los bordes. Doña Mariana bostezó, sacudida de su sopor por los once sonidos agudos de la campana. Hizo el signo de la cruz sobre la oquedad negra de la boca, donde amarilleaban aún algunos dientes; luego suspiró:
– ¡Ay, Jesús!
Y miró a reloj, donde el disco dorado del péndulo iba y venía, centelleando al mostrarse plenamente en el centro de la larga caja.
-Las once ya, Felipe.
La viejecita se levantó y salió. Se arrastraron sus pisadas por un corredor; se sintió, un poco lejos, el ruidillo de una cerilla que se enciende. Felipe volvió á encorvarse sobre su periódico, reanudando la truncada lectura de un suelto. Bajo la luz, su calva tenía un matiz rosado y un puntillo brillante sobre la prieta piel.
Desde el fondo del pasillo llegó la voz de doña Mariana, un poco impaciente:
– Pero, Felipe.
-¡Voy, mujer!
Alzóse; y llevó su mano enflaquecida hasta la llave de la luz. Antes de hacerla girar, devoró aún las últimas líneas del suelto, moviendo los labios como si modulase las palabras leídas, con las cejas enarcadas hasta lo sumo de la frente rugosa. Luego, arrojó el periódico, apagó la luz, marchó hacia el pasillo, advirtiendo:
– ¡Voy, voy!
Los filamentos de la bombilla quedaron luciendo como rayitas rojas en la oscuridad del comedor; después fue amortiguándose su tono; después se desvanecieron en la negrura. Por una contraventana mal ajustada entró entonces, en una estrecha faja, la difusa claridad de la noche.[…]
Desde luego la mayoría de los diecinueve cuentos de Tragedias hacen honor al subtítulo de Cuentos tristes —de hecho, puedo decir que algunos de ellos son de los más deprimentes que he leído—. El propio autor lo explica perfectamente en su Carta al editor: «He querido únicamente poner en estos cuentos ternura, una gran ternura; eso que vale mucho más que el amor. Son, casi todos ellos, episodios de vidas humildes […] lo que constituye la tragedia de la existencia habitual, la tragedia sin sangre, que a veces es hasta un poco grotesca». Afanes y estrecheces de gentes pobres, de criadas o de emigrantes, amores fallidos, desengaños íntimos, dramas ocultos, son los protagonistas y los argumentos de estas Tragedias. Por fortuna, para atemperar tanta tristeza unos cuantos relatos incursionan de manera brillante en el mundo de los espíritus, del miedo y la fantasía. Por ejemplo, La fría mano del misterio, es desde mi punto de vista uno de los mejores cuentos españoles de fantasmas; o el maravilloso El claro del bosque y el terrorífico El miedo, dos cuentos dignos de aparecer en cualquier antología.
Fernández Flórez hace gala de una escritura pulcra, clara, de sintaxis sencilla, perfectamente adaptada al género narrativo del cuento (y a cualquier género, pienso) que se antoja perfecta y cuya lectura es una delicia. Por último, tengo que resaltar también esta cuidada edición, que además se enriquece con numerosas reproducciones de láminas antiguas de varios dibujantes españoles de principios del siglo XX que han sido seleccionadas por el editor para esta ocasión.
Después de leer Tragedias de la vida vulgar me pregunto cómo es posible que un libro de esta calidad haya estado poco menos que acumulando polvo en las estanterías de las librerías de viejo. No quiero insistir… Sólo queda recomendar este melancólico libro, especialmente a aquellos que todavía no conozcan al gran Wenceslao Fernández Flórez.
Puntuación: 5 (de 5)
Ediciones 98 (2021)
Prólogo: Fernando Iwasaki
240 págs.
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Tragedias de la vida vulgar. Cuentos tristes, una de las mejores obras del autor de El bosque animado,ofrece veinte relatos de diversa índole: dramática, fantástica, mágica y de terror, no exenta de algún matiz humorístico. El común denominador de todos ellos es la gran calidad de su prosa y la perfecta estructura de sus tramas. Las caracterizaciones psicológicas de los personajes y las estampas sociológicas resultan inigualables. Estamos ante un magistral cuadro no solo de la vida e inquietudes de la gente humilde del campo y de la ciudad, sino también de las que sentían las clases medias, a menudo en una situación de pobreza vergonzante. La gran calidad literaria de esta obra la convierte en un reflejo imperecedero de la condición humana. Caracterización atemporal que se basa por igual en las situaciones sociales que se reflejan tanto en las historias como en los miedos, preocupaciones, inquietudes, esperanzas y anhelos de sus protagonistas. (Sinopsis de la editorial)
Wenceslao Fernández Flórez (La Coruña, 1885 – Madrid, 1964) inició su carrera como escritor en los periódicos gallegos a los quince años de edad. Alcanzó la fama, cuando se trasladó a Madrid, gracias a las crónicas parlamentarias que publicaba en ABC, recogidas luego en Acotaciones de un oyente. Compaginó su labor periodística con su vocación literaria. Publicó relatos cortos, novelas y pequeños ensayos. Sus historias fueron llevadas al cine, en diversas ocasiones con los guiones que él mismo escribía. El carácter humorístico de sus creaciones más famosas ha sido el más destacado por los críticos. No obstante lo cual, también cultivó con gran fortuna la ficción dramática, fantástica, mágica y de terror.
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