Diego Fusaro (Traducción: Carlos X. Blanco)
De acuerdo con el marco teórico que esbozamos en Minima mercatalia. Filosofía y Capitalismo, el capitalismo absoluto-totalitario (o turbo-capitalismo) tal y como se ha establecido desde los años 60 del «siglo corto» procede a aniquilar cualquier límite que pueda obstaculizar o incluso frenar su lógica de desarrollo y reproducción. Su lógica es la colonización sin residuo de lo real y lo simbólico, según el ritmo de esa omni-mercantilización que no tiene como orientación teleológica otra cosa que la voluntad ilimitada y sin límites de poder y como fundamento la demolición de todo límite material o inmaterial: el turbocapitalismo se vuelve absolutus, «perfectamente realizado», cuando se «disuelve de» (solutus ab) todo límite que pudiera contenerlo, disciplinarlo e incluso detener su avance. La ruptura incesante de los límites y de los bastiones de resistencia a la omni-merización es lo que, en todas sus determinaciones, celebra como «progreso» el nuevo orden mental del nuevo orden mundial bajo la bandera del capital.
A la inversa, «retroceso» es el nombre con el que el orden discursivo dominante deslegitima cualquier figura de limitación o, más sencillamente, de no alineación con el avance omnívoro de la forma mercancía y la cosificación del mundo de la vida: y esto, en el marco post-1989, se aplica tanto a los elementos «materiales» y políticos stricto sensu, como el Estado nacional soberano (del que nos ocupamos en la obra Glebalización) como último bastión de la soberanía popular y de la autonomía de lo político, como a la dimensión propiamente espiritual ligada a las identidades culturales (en el centro de nuestro Defender lo que somos) y, de hecho, a la religión de la trascendencia. Para poder realizarse, la voluntad de poder ilimitadamente auto-potente debe colonizar todo el planeta, según la dinámica de lo que solemos llamar «globalización» (un nombre modesto para la nueva figura del imperialismo), y debe, uno motu, apoderarse de las conciencias de todos y cada uno, produciendo la destrucción de toda soberanía cultural y espiritual, precisamente la desidentificación (la aniquilación de toda identidad) y la desdivinización del mundo (la neutralización de todo sentido de lo sagrado y de la trascendencia). En este caso concreto, el cristianismo -pero en cierto modo podría hacerse un discurso análogo para el islam, salvando las importantes diferencias- es incompatible en todos los aspectos con el nouvel esprit du capitalisme, ya que, además de conservar el sentido de lo sagrado y de la trascendencia, vive históricamente en instituciones concretas que, como la Iglesia de Roma, tienen su propia autonomía y, si se quiere, su propia soberanía política además de espiritual.
Por tanto, la fórmula popular «guerra de religión», con la que el discurso posmoderno tiende a liquidar tout court cualquier religión de trascendencia como asimilable al fanatismo con implicaciones potencialmente terroristas, podría, quizás, invertirse en la expresión opuesta «guerra a la religión»: con lo que, reorientando el pensamiento, aludimos a) a la ya evidente incompatibilidad entre la religión de la trascendencia y la religión atea del mercado, entre el cristianismo y el capitalismo, y b) a la no menos adamantina «guerra» -ora abierta, ora subterránea- que la civilización de los mercados ha declarado a la religión de la trascendencia qua talis.
Artículo publicado originalmente en https://avig.mantepsei.it/single/il-capitalismo-odia-il-cristianesimo
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