A mis queridos carlistas:
Hoy, 10 de marzo, celebramos la Festividad de los Mártires, instituida por mi antecesor Carlos VII para honrar a los carlistas que dieron su vida por las Españas. Una conmemoración así no debería ser una más del calendario, sino un momento excepcional para expresar que los que nos precedieron siguen en nuestro recuerdo, en nuestro afecto y en nuestra oración. Y debe ser también un momento para que, siguiendo su ejemplo, reafirmemos nuestro compromiso y reflexionemos sobre cómo poner nuestro talento y esfuerzos al servicio del bien común.
Estamos en un mundo cambiante. El multilateralismo parece estar dando paso a un nuevo escenario bipolar. La pandemia nos ha recordado nuestra fragilidad, haciéndonos ver que solos no podemos nada. Y en nuestras Españas sigue sin recuperarse la concordia, porque algunos quieren tensionar la sociedad para obtener réditos políticos desde el partidismo unilateral, mientras que otros confunden unidad con uniformidad. A todo ello se une la crisis económica, que se ceba de forma inmisericorde en las clases medias y en los más necesitados. Sin amistad fraterna, como recuerda el Papa Francisco, no puede darse un verdadero desarrollo.
El Neoliberalismo quiere reducir al ser humano a un mero consumidor, aislado del resto de personas, para poder instrumentalizarlo. Y los modelos comunistas quisieron ahogarle, no en su comunidad, sino en el Estado, concibiendo la sociedad como un enfrentamiento entre grupos antagónicos. Es precisamente en ese escenario de crisis del liberalismo, posterior a la caída del comunismo y anterior a la aparición de los modernos populismos, donde el Carlismo debe emerger como una categoría propia, diferenciada, que aúne la trascendencia, el comunitarismo, la participación desde la base y la monarquía. Lo que tradicionalmente hemos expresado como Dios, Patria, Fueros y Rey, nuestro viejo lema, más actual que nunca en estos tiempos.
Efectivamente, el ser humano no puede ser reducido a su condición meramente biológica, sino que adquiere su plenitud cuando es consciente de que ha sido creado por Dios, lo que nos lleva a defender la vida, y su dignidad, a lo largo de toda la existencia. Y, al reconocerse criatura, debe recordar también que forma parte de la creación, cuya sostenibilidad es esencial para garantizar esa misma vida humana. Es nuestra obligación como carlistas garantizar el fundamento cristiano de nuestra sociedad como un bien del pueblo a proteger, y también preservar nuestro medio ambiente. Las futuras generaciones nos pedirán cuentas por ello.
Continuando con el compromiso de mis predecesores insisto en que, hoy más que nunca, debemos proponer la búsqueda del bien común, único camino para superar la actual dicotomía entre liberalismo y populismo. La persona se desarrolla plenamente viviendo, implicada, en una comunidad. Dicha dimensión comunitaria, social, resulta además esencial para fortalecer nuestros lazos. Tal es el papel histórico que los fueros han tenido en la construcción de nuestro tradicional modelo federal de convivencia, y que la legalidad vigente debería recoger.
Solamente armonizando las necesidades personales con las colectivas, y esas identidades colectivas entre sí, lograremos devolver a las Españas al lugar que merecen en Europa e Iberoamérica.
Junto con mi esposa Ana María, mi hijo y heredero Carlos Enrique, mis hijas Luisa y Cecilia y el resto de los miembros de la Familia, reitero nuestro compromiso con el pueblo español.
No quiero despedirme de vosotros sin recordar en estos oscuros momentos al admirable pueblo de Ucrania, que frente a quienes pretenden subyugarlo, resiste de forma valerosa ante la ocupación de las tropas rusas. Una agresión absurda, injusta e inmoral que, vulnerando todos los principios del Derecho Internacional, busca perpetuar, por medio de la muerte y el terror, épocas pasadas del estalinismo, que pensábamos que la historia y la sociedad habían superado.
En La Haya, a 10 de marzo de 2022
Carlos Javier
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