(Gaudium Press) La limpieza corporal: bueno, es algo hasta necesario para la salud, y además es un símbolo y reflejo de la limpieza del alma. Hay que erigir monumentos a ese inspirado ser que inventó el jabón, feliz complementador del Creador que creó la pura agua.
La limpieza espiritual, esa que a semejanza de la limpieza corporal, debemos hacer y con más cuidado, atención y delicadeza, porque el alma es más importante que el cuerpo: debemos tener nuestros momentos de reflexión, oración y de ‘limpieza’ en el sacramento de la confesión.
Pero de lo que nadie habla, y es también de trascendental importancia, es de la limpieza de los ‘ambientes’. Tratemos de ello.
Digamos rápidamente que un ambiente es un espacio donde se mezclan seres diversos. Por ejemplo una sala de una casa es un ambiente, la recepción de un hotel es otro ambiente, una oficina bancaria otro, el interior de una catedral gótica uno más.
Cada ambiente aporta un mensaje, emite un verbo, una palabra. Si estamos por ejemplo en una clásica oficina de un banco moderno, las luces, los desk y mobiliario, los propios rostros de los funcionarios, se conjugan para que el conjunto formado por esos elementos emita un mensaje que reúne las varias influencias de los diversos elementos.
Así también si estamos por ejemplo al interior de una Notre-Dame de antes del incendio, los vitrales, sus muros de piedra, las bóvedas, etc., emiten todos un ‘mensaje’ unificado, que es una especie de conjunción de los mensajes individuales de cada elemento.
Un nuevo elemento puede variar el contenido del mensaje.
Si imaginamos que en la oficina bancaria moderna colocamos un árbol de navidad, unas guirnaldas, tal vez un pesebre, cierta frialdad mecánica y materialista queda un tanto deshecha, el mensaje original cambia y ahora será un poco más cálido, tendrá notas festivas, algo de la alegría propia de la Navidad.
Si al interior de las bóvedas de Notre-Dame, donde podemos encontrarnos aspirando la gravedad y sacralidad de un espacio recogido y elevado, se introduce un grupo de rock con sus notas, el mensaje original cambió, el susurro serio pero suave que estaban emitiendo las ogivas y los vitrales estará ahora manchado por las cacofonías y estridencias de las baterías y las guitarras eléctricas.
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Dime con quien andas y te diré quien eres reza el adagio popular, el cual expresa no solo la verdad de que a las personas les gusta estar con quien se parece a ellas, sino que la convivencia frecuente con una persona o grupo de personas nos va haciendo semejante a ellas.
Pero esta verdad no aplica solo a las personas, también a los ambientes.
Ese mensaje que emite el ambiente, es como si fuera la psicología de una persona que constantemente, de manera muchas veces imperceptible pero muy real, está influyendo sobre la psicología de las personas que se introducen en ese ambiente.
Por eso, si no queremos que los malos ambientes nos influyan y nos dominen sin darnos cuenta, tenemos que tratar de definir cuál es el mensaje que me está dirigiendo tal o cual ambiente, y ver si ese mensaje está de acuerdo con mis convicciones, con lo que yo quiero ser. Pues si no, ese ambiente me modelará, me hará parecido o igual a él indefectiblemente y aunque en un principio no lo quiera.
En ese sentido, si construimos iglesias que más parecen bodegas de almacenamiento u oficinas bancarias, por más que ahí recemos todo el salterio de rodillas, el estilo bancario estará continuamente gritando a nuestros oídos que la vida es solo lo palpable, que la realidad es solo lo material, que el cielo y el espíritu no existen, en el fondo que Dios no existe.
Igual en un aula de clase estilo bodega en obra negra, donde por ejemplo se enseñe la suma teológica de Santo Tomás. El profesor podrá repetir y explicar ahí eximiamente el tratado de los ángeles del Aquinate, pero los muros de ladrillo descubierto, el techo sin cielo raso y con varas de acero al descubierto, la luz fría y metálica de los tubos de neón, estarán gritando a profesores y estudiantes que Santo Tomás era un soñador poeta de irrealidades, que sus ángeles no son más que figuras mitológicas, y que la realidad real no es sino la palpable con las manos.
En un mundo post-cristiano, donde los ambientes ya no tienen el sello de la fe de otrora, sino que manifiestan y proclaman el materialismo, la ignominia y el caos, es preciso que el cristiano haga la ‘profilaxis de los ambientes’, entendida ésta como un esfuerzo para definir el veneno del mensaje del mal ambiente, para que no nos influya sin darnos cuenta, pero también la necesidad de acceder buenos ambientes, que nos reposen verdaderamente, que alimenten y eleven nuestro espíritu hacia consideraciones de trascendencia, que sacien ese deseo de verdadera belleza y paz que hay en el corazón humano, que no es otro que el deseo de Dios.
Por Saúl Castiblanco
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