Vivimos en tiempos cuyas circunstancias, promueven el constante desasosiego colectivo. Primero, fue la amenaza del cambio climático con sus catástrofes naturales, hambrunas y un largo etc. Luego, vinieron dos largos años de pánico pandémico; y cuando parecía que por fin podríamos respirar con libertad, el estruendo de los tambores de guerra nos mantiene en vilo. Y así, preocupados por una cosa y por otra, hemos olvidado la batalla en la cual todos estamos llamados a combatir. Esa batalla espiritual cuya trascendencia es tal; que, de su victoria, depende la salvación de nuestra propia alma y en no pocas ocasiones, la salvación de quienes nos rodean.
Así, inmersos y distraídos por los problemas cotidianos, hemos desatendido esta realidad, abandonando las sagradas prácticas espirituales que derramaban su bálsamo reparador, sobre las heridas provocadas por nuestras diarias caídas. Una de éstas, es la cada vez menos practicada, abstinencia de carne, que tiene como objetivo, distinguir el viernes de los otros días de la semana con el fin de honrar, de manera especial, el día en el cual Cristo sufre Su Pasión y Muerte, entregando Su Cuerpo y Su Sangre por nuestra redención. Este piadoso hábito que data de principios del cristianismo es mencionado de manera explícita tanto en: las Enseñanzas de los Apóstoles, como en: Clemente de Alejandría y Tertuliano. A mediados del siglo IX, el Papa Nicolás I (858-867) prescribe la abstinencia de carne durante todos los viernes del año.
Actualmente, la gran mayoría de los católicos creen que la abstinencia de carne aplica sólo a los viernes de cuaresma; sin embargo, el Código de Derecho Canónico en el Canon 1251 establece que, los viernes de todo el año son días de abstinencia de carne y sus derivados, de acuerdo con las prescripciones de la conferencia de obispos, a menos que sean solemnidades. Aún cuando en determinadas circunstancias, está permitido sustituir la abstinencia por otra penitencia, en especial por obras de caridad y prácticas de piedad, es importante cuidar que dichas obras no queden, como suele suceder, archivadas en el cajón de las buenas intenciones.
Actualmente, nuestra sociedad, experta en invertir todo orden natural, ha trastocado las más preciadas costumbres. De esta manera, ha convertido los viernes penitenciales en viernes sociales en los cuales, si dedicamos algún pensamiento a Dios, es para pedirle algo. Y el domingo, día que, aún dentro de la cuaresma permite el alivio de la penitencia para celebrar la Resurrección de Cristo, se ha convertido en el día en el cual realizamos muchas de las tareas preliminares a la semana laboral.
Curiosamente, ahora que la mayoría de los católicos desechamos la práctica de la abstinencia como si de algo anticuado e inútil se tratara, son cada vez más quienes, no sólo renuncian al consumo de la carne y sus derivados, sino que evitan todo o casi todo producto animal a través de la práctica del veganismo, movimiento que humaniza a los animales a la vez que animaliza y criminaliza al hombre.
El hombre, creado por Dios no puede saciar su sed de trascendencia en lo material y por ello busca realizar conductas que, aún por motivos erróneos, implican un cierto sacrificio e idealismo. Es por ello por lo que el mundo necesita de nuestro testimonio. El poder de éste es mayor de lo que creemos. Basta recordar que en un país secular como es Estados Unidos, la práctica católica de la abstinencia de carne los viernes, llevó al propietario de la franquicia de McDonald’s en Cincinnati, a crear el sándwich de filete de pescado debido a la escasa venta de hamburguesas los viernes.
Reflexionemos en lo que representaría para una sociedad descristianizada si al menos, la mayoría de los fieles nos uniésemos en esta santa práctica de abstenernos de carne los viernes. Este pequeño sacrificio realizado, con la recta intención y unido a los méritos de la Pasión de Cristo, traería bienes espirituales incalculables para nuestra iglesia en crisis y para un mundo que, rápidamente se sumerge en el caos. Además, los viernes serían una excelente ocasión para manifestar públicamente nuestra fe en Cristo, nuestra gratitud por Su Pasión y nuestra obediencia a la tradición de la iglesia.
Hoy que se promueve el vicio, se legalizan los pecados que claman al cielo y se acepta hasta el absurdo; necesitamos más que nunca retomar esas antiguas prácticas. Ese ciclo litúrgico que marca y guía los días del cristiano estableciendo; un equilibrio entre el tiempo de penitencia y el tiempo de celebración; una armonía entre lo sagrado y lo cotidiano; y un correcto balance entre el verdadero progreso y esas tradiciones sanas, sabias y sobre todo santas.
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