Según el sociólogo Andreas Reckwitz, la invasión rusa de Ucrania ha sacudido «los supuestos básicos de la filosofía liberal occidental de la historia» y el «optimismo del progreso» asociado con ella. Las «esperanzas histórico-filosóficas» de Occidente habían resultado ser «ilusiones». El «desarrollo de la sociedad mundial» obviamente no se esfuerza por una modernización cada vez mayor, sino que procede «de acuerdo con una lógica de conflicto».

El optimismo sobre el progreso es un producto de la Ilustración, que ha entendido la historia como el «despliegue de la razón». En el siglo 20, la idea se desarrolló en las ciencias sociales de que el mundo entero se desarrollaría inevitablemente de acuerdo con el modelo occidental. Rusia fue ingresada por los partidarios de la teoría de la modernización como un «candidato central de la modernización de la recuperación» y predijo que el país se acercaría cada vez más a Occidente.

Con la guerra en Ucrania, «esta ilusión finalmente se ha hecho añicos»:

• El «modelo occidental» «aparentemente no se puede exportar fácilmente a otros contextos socioculturales», como tuvieron que experimentar los Estados Unidos en el Medio Oriente, por ejemplo. China también ha dado un «giro antiliberal agudo» y se ha posicionado «como un sistema alternativo a Occidente»; «como una combinación de capitalismo, un estado fuerte y tradición confuciana».
• Los próximos años probablemente se caracterizarían por la «desglobalización», el aumento de la «orientación hacia la seguridad, interna y externa» y la polarización ideológica, entre otras cosas, «entre los ganadores y perdedores de la modernización», en la que «las raíces nacionales se opondrán al supuesto desarraigo y decadencia del liberalismo».

Occidente era «un fenómeno históricamente especial sin eternidad» que había ganado la confrontación con la Unión Soviética porque todavía tenía una «homogeneidad interna bastante fuerte» y una prosperidad superior en ese momento. Esto «claramente ya no se da hoy». Por lo tanto, el resultado del conflicto actual entre las grandes potencias y sus diferentes órdenes políticos está abierto. ¹

El politólogo Herfried Münkler había presentado recientemente un análisis similar. El historiador David Engels ya había criticado las suposiciones optimistas sobre el futuro de Occidente mucho antes; así como el ex juez del Tribunal Constitucional Federal Udo Di Fabio.

El optimismo del progreso de la Ilustración difiere significativamente de la visión histórica de las cosmovisiones europeas tradicionales, que perciben predominantemente la historia como una secuencia cíclica del ascenso y la caída de las civilizaciones. El cristianismo expandió esta idea asumiendo que este ciclo terminaría con una catástrofe final, que al mismo tiempo representaba el fin de la era mundial actual.

El optimismo por el progreso que Reckwitz ahora ve refutado nunca ha sido compartido por los siguientes pensadores en las cosmovisiones tradicionales. El filósofo católico Josef Pieper, por ejemplo, vio la fuente del realismo de la tradición occidental en el hecho de que estaba preparada para un «final de la historia internamente catastrófico». Sobre este punto, el pensamiento cristiano en particular es mucho más realista que la creencia ingenua en el progreso de la modernidad, «que la aparición de todo un pueblo aterrorizando a los criminales violentos (‘¡a mediados del siglo XX!’) inevitablemente tuvo que sumergirse en un abismo de desconcierto». ² En el siglo XX, «sobre la base de un inventario de las tendencias históricas empíricamente anunciadas, los fenómenos que no se desvían tanto de esa visión apocalíptica» que parecen cada vez más plausibles que las utopías de la modernidad se han vuelto al menos previsibles. ³ 

Este artículo se publicó en alemán en https://renovatio.org/

Fuentes

1. Andreas Reckwitz: «Der Optimismus verbrennt», Die Zeit, 17.03.2022, p. 47.
2. Josef Pieper: «Die Verborgenheit von Hoffnung und Verzweiflung», en: ders.: Erkenntnis und Freiheit, Munich 1964, pp. 52-62, aquí: pp. 56-57.
3. Josef Pieper: Lesebuch, München 1981, Ibíd., S. 243 f.

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