Las prácticas cuaresmales más conocidas, son la del ayuno y la abstinencia. Sin embargo, otra práctica relacionada con este tiempo de conversión; la limosna, no es menos importante.
Si bien la ayuda monetaria es lo primero que viene a la mente cuando se habla de dar limosna, el Santo Cura de Ars nos recuerda que: “La caridad no se practica sólo con el dinero. Podéis visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso”
Así, la limosna implica todo aquello que se da para ayudar o aliviar las necesidades del prójimo y puesto que, las necesidades de la vida humana son muchas y varias de ellas no pueden atenderse con dinero, Santo Tomás de Aquino relaciona la limosna con las obras de misericordia tanto corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada al peregrino, visitar a los enfermos, socorrer al preso y enterrar a los muertos; como las espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, consolar al triste, corregir al que yerra, perdonar las injurias, sufrir las flaquezas del prójimo y rogar por vivos y difuntos.
Nuestra sociedad, experta en tergiversar las jerarquías naturales, ha privilegiado, desde hace ya varias décadas, la salud del cuerpo sobre la salud del alma. Sin embargo, el Doctor Angélico afirma que; puesto que el alma es superior al cuerpo, el bien espiritual tiene un valor superior al bien material; con lo cual, las obras de misericordia espirituales son superiores a las corporales.
Y ahora que escuchamos constantemente el estribillo de; el amor es amor y es todo lo que importa, sin reparar siquiera en el sinsentido de la frase y cuestionarnos sobre lo que de verdad significa amar, San Gregorio Magno aclara que: “Ninguno, por el mero hecho de amar a su prójimo, piense ya tener caridad, sino que primero debe examinar la fuerza misma de su amor. Pues si alguno ama a los demás, pero no los ama por Dios, no tiene caridad, aunque piense que la tiene. Es caridad verdadera cuando se ama al amigo en Dios y al enemigo en Dios”.
El gran ejemplo del amor al prójimo por el amor a Dios, lo tenemos en los primeros cristianos quienes, por la gracia de Dios fueron capaces, entre otras cosas de: orar por sus perseguidores, perdonar a sus verdugos y amar a sus enemigos.
Basta recordar la llamada plaga antonina o plaga de Galeno, por deber su descripción a este célebre médico, que afectó al Imperio Romano en la segunda mitad del siglo II d.C. acabando con la tercera parte de la población; incluyendo al propio emperador, Lucio Vero, coemperador con Marco Aurelio. Ante la peste, los paganos aterrados huían de las ciudades para evitar ser contagiados, abandonando a sus propios hijos, padres y hermanos. Quienes no podían huir, buscando ponerse a salvo, sacaban de su casa a sus enfermos, a quienes no atendían y a sus muertos, a quienes no enterraban; por miedo al contagio.
Fue en este clima de atroz desesperación y abandono, cuando la caridad cristiana brillo con la luz que sólo Cristo puede dar. Los cristianos, en lugar de huir despavoridos, socorrían a los enfermos y enterraban a los muertos, tanto de sus amigos y familiares como de los paganos que habían sido abandonados por sus familias. La actitud mezquina de los paganos que, raramente osaban arriesgar su propia salud o bienestar; fue confrontada de tal manera por la caridad heroica testimoniada por los cristianos que, llevo a exclamar a los paganos la famosa frase: “mirad cuanto se aman” siendo varios de ellos, atraídos hacia el cristianismo.
Desafortunadamente nuestro mundo, absorto por las preocupaciones terrenales, ha reemplazado la caridad, que se deriva y nutre del amor a Dios, por la llamada justicia social que, al alimentarse de la envidia y el resentimiento, busca compensar artificialmente las diferencias naturales. Como consecuencia, se crean unas condiciones arbitrarias puesto que, al promover una igualdad ficticia; en varias ocasiones se castiga el mérito y el esfuerzo a la vez que se recompensa la indolencia, así como la adhesión a las falsas causas fomentadas por el sistema.
Así nuestra sociedad, que a la vez que vive como si no tuviese alma busca crear el paraíso en la tierra; está paradójicamente, cada vez más endeudada y empobrecida. Ya que, a la vez que se auspician las ayudas y los subsidios gubernamentales se destruye la economía generando una sociedad que se va habituando a depender de un estado que condiciona, cada vez más, sus ayudas a la adhesión a determinadas ideologías que, mientras alivian momentáneamente, una necesidad material, van destruyendo a la sociedad a través de sus numerosas leyes inmorales que, además, en muchas ocasiones van contra los más pequeños, débiles e indefensos de la sociedad a la que dicen proteger y ayudar.
Frente a la filantropía fría, calculada y sin rostro regresemos a la caridad cristiana que calma, cura, perdona y da porque ve a Cristo en cada rostro. Ante la filantropía actual que ostenta, presume y busca el reconocimiento del mundo, recuperemos la limosna que se da sin que sepa nuestra izquierda lo que hace la derecha, esa caridad oculta y silenciosa que sólo ve nuestro Padre que está en los cielos. Frente a la filantropía que, gracias a una acumulación ingente de riquezas materiales quiere rehacer un mundo de acuerdo con sus propios intereses y deseos, regresemos a la caridad cristiana que da humildemente y de corazón con el deseo de agradar a Dios a la vez que se alivia al necesitado. Recuperemos esa caridad cristiana que, no persigue los bienes terrenos, sino que busca y procura el eterno tesoro que sólo nuestro Padre que está en el cielo, puede otorgar.
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