Andrés Solero y Crespo. (Alcalá de Henares, c. 1830 – Madrid, 10 de marzo de 1895)
La historia del carlismo está llena de personajes que fueron muy populares en su época pero que cayeron en el olvido, y de los que la historia perdió su memoria. Este es el caso de Andrés Solero, personaje popular, e incluso de cierta importancia dentro del Carlismo madrileño, del que nadie se acuerda hoy.
Salvo error, no aparece siquiera mencionado en la Historia del Tradicionalismo Español, de Melchor Ferrer, y solo aparece citado en la página 412 el libro La Bandera Carlista en 1871 del Vizconde la Esperanza (Imprenta del Pensamiento Español, Madrid, 1871), pero solo con su nombre y primer apellido, mencionando que fue vocal del distrito del Centro (Madrid) en 1870… y no se dice nada más. Y de allí copió exactamente tales datos Antonio Pirala en la página 710 de su Historia Contemporánea: Anales Desde 1843 hasta la conclusión de la actual Guerra Civil (Imprenta y fundición Manuel Tello, 1876). Y no aparece nada más.
Sin embargo, el carlismo madrileño si le debe un recuerdo, pues fue mártir de la tradición, sufriendo, exilio, embargo y prisión, y por eso procedemos a consignar su biografía.
Andrés Solero Crespo nació en Alcalá de Henares alrededor de 1830, y murió en Madrid, en su casa de Preciados número 3, el 10 de marzo de 1895, siendo enterrado en la Sacramental de Santa María.
Era hijo de Bonifacio Solero y de Josefa Crespo Bartanar (c. 1800- Madrid, 12 de marzo de 1890, enterrada en la Sacramental de Santa María). Aquel matrimonio tuvo cinco hijos: nuestro biografiado; Manuel Solero y Crespo, también sastre y fallecido en Madrid en enero de 1872; Paz Solero y Crespo; Gabina Solero y Crespo, nacida alrededor de 1828, casada con Joaquín Moreno Rivas – teniente coronel de caballería- y fallecida sin descendencia el 14 de enero de 1902; y Casta Solero y Crespo, fallecida en Madrid el 15 de junio de 1885, a las 10 de la mañana y enterrada en San Justo.
Ignoramos el nombre de su primera esposa, si bien la segunda fue Gertrudis Algara, de la que no tuvo descendencia. Si la tuvo, en cambio, de su primera esposa, pues fueron padre de una hija (la única descendencia que tuvo): María de la Paz Solero y Font. Su hija contrajo matrimonio en Iglesia de San Ginés, el 24 de octubre de 1885, con el periodista Pedro Ruiz Ávila, que primero defendió la monarquía desde La Prensa y La Iberia, y luego se hizo republicano, pasando a ejercer de redactor en El Porvenir y El Manifiesto. Fue seguidor de Ruiz Zorrilla. En 1887 le dio un ataque de locura y fue ingresado en el manicomio de Carabanchel, donde falleció el 29 de octubre de 1887, dejando un hijo habido de su matrimonio.
Se trasladó con toda su familia a Madrid siendo niño. Y de hecho a los 18 años vivía en la calle San Dimas, 9, bajo, y ejercía ya la profesión de Sastre, en la que su hermano era maestro. En 1861 tenía su sastrería en la Calle Caballero de Gracia, 16 y finalmente, a finales de los 60 o muy principios de la década de los 70 pasó a la Calle Preciados, 4, en donde se mantuvo la sastrería hasta su fallecimiento, momento en el cual pasó a regentarla su hija, que la trasladó a la calle San Bernardo número 3, traspasando finalmente el negocio en 1934.
La sastrería estaba especializada en togas, uniformes militares y civiles, condecoraciones de toda clase y todo lo perteneciente al profesorado y la magistratura. La hija, en cualquier caso, debió introducir otras “variedades” pues en tiempos de la II República empezó a anunciar el negocio en el Boletín del Gran Oriente Español… ¿quién se acuerda si empezó a vender mandiles y demás disfraces para los masones?
Volviendo a nuestro biografiado, Andrés Solero, fue Caballero de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro y en 1881 fue admitido como Caballero de la orden de Cristo de Portugal.
Desde luego, ya desde joven era hombre de fuertes convicciones, pues en 1855 se negó a incorporarse a la Milicia Nacional del Ayuntamiento de Madrid cuando fue llamado para ello.
Su importancia en el tradicionalismo no se reduce simplemente a ser vocal de la Junta del Distrito del Centro en 1870. Además, fue vocal del Casino Carlista de Madrid (de efímera vida) de la calle Corredera baja de San Pablo, 12 en su primera y única Junta de Gobierno, habiendo sido elegido para el cargo el 10 de junio de 1870 (día de Santa Margarita). Es más, su sastrería, como luego veremos por una anécdota muy interesante, se convirtió en una especie de nuevo Casino Carlista clandestino, en donde se conspiraba y se esperaba el triunfo próximo de Carlos VII.
Precisamente esta actuación le valió la persecución policial y la constante fiscalización de la policía del Gobierno. Por ejemplo en enero de 1873 sufrió un registro en su taller, del que El Pensamiento español en la tercera de su edición de 20 de enero de 1873 hizo chacota. Así se expresaba:
«Mucho nos ha extrañado no leer hoy en la Gaceta un parte que diga, poco más o menos, lo siguiente. “Madrid.- Ayer tarde fue copada por las fuerzas del Gobierno una partida carlista que se estaba formando en la calle de Preciados, cerca de la Puerta del Sol, habiendo sido apresados los rebeldes y un carro con efectos de guerra.”
Los liberales están de enhorabuena; los carlistas han sufrido un rudo golpe. Los agentes del Gobierno sorprendieron a las cinco de la tarde de ayer, a la puerta de la conocida tienda del Sr. Solero, un carro cargado de pertrechos y á varios conspiradores, que sin duda iban a promover una sublevación.
Cuatro o cinco hombres, que al parecer obedecían a otro, que sería el cabecilla, custodiaba el carro, para descargar con rapidez el contrabando, y como hacía un frío de dos mil diablos, habían tenido la precaución de ir embozados para disfrazarse y ocultar los trabucos que, sin duda, llevaban.
El carro, los hombres embozados, la casa de Solero, todo estaba manifestando un delito contra la seguridad del Estado. Lo advierten los espías que, por lo visto, tiene el Gobierno; corren al ministerio de la Gobernación, dan parte, se alarman los amarillos, y a la carrera acometen al enemigo con tal denuedo, que ni siquiera le dejaron defender el carro, pues fueron prisioneros en el acto.
¡A la cárcel! Y los prisioneros de guerra son conducidos ante la autoridad, sin que basten sus ruegos a hacer desistir de su empeño a los agentes del Gobierno.
Parece que el Sr. Raíz Borrilla telegrafió inmediatamente a los gobernadores de provincia, diciéndoles:
“Ha fracasado por completo una conspiración carlista, siendo apresados los reos y apoderándose de un carro los agentes de la autoridad.
Madrid está tranquilo y el Gobierno vela por la conservación del orden.
Esta noche quedará cercada la casa donde fue cogido el carro, para ser registrada por la mañana en virtud de auto judicial, pues se sospecha que se han ocultado en ella machas armas.”
En efecto, la casa del Sr. Solero ha estado sitiada toda la noche, y los agentes de la autoridad la han registrado, encontrando el cuerpo de! delito. ¡Oh dolor! Han encontrado… zapatos que ha dado el Gobierno a un acreedor suyo, pagándole en suela en vez de pagarle en dinero.
He aquí la explicación de todo.»
En septiembre de ese mismo año, sin embargo, sufrió otro registro, si bien en este caso la situación fue más grave, pues la policía del gobierno entró, además, en la redacción de dos periódicos y en más de cincuenta casas, deteniendo a varias personas. La edición de La Esperanza, del 9 de septiembre de 1873 lo llevaba en su portada, e insistía en que «la dictadura» del sr. Castelar cometió estas vejaciones solo con carlistas y sin auto judicial ninguno. Los periódicos allanados fueron La Reconquista, La Regeneración y La Verdad, de las que se llevaron a dos despendientes, a un administrador y al conserje. Y entre la casas allanadas se encontraban la Ramón Vinader Nubau (Vich, 1833 – Madrid, 17 de noviembre de 1896) ex diputado a Cortes por el carlismo en las elecciones de 1869 y las de 1871; y, como no, la de Andrés Solero, en dónde se presentó el inspector de Palacio, D. Antonio Gisbert, con un carro, custodiado por unos 30 de orden público, y la de Manuel Rodríguez Campomanes y Armesto, IV Conde de Campomanes, de la cual se llevaron dos carabinas y una escopeta, habiendo descerrajado hasta las cajas del tocador de la señora.
Los registros se practicaron entre las cinco de la madrugada y las nueve, y cada uno duró dos o tres horas.
La disculpa de todos estos registros y detenciones es que supuestamente el ministro de Gobernación sospechaba de un posible levantamiento carlista en Madrid, auxiliados por un funcionario, que, supuestamente había dado varias órdenes por su cuenta. Y que los carlistas contaban con un fuerte contingente y podrían ser acompañados con refuerzos de Toledo; y que supuestamente el movimiento estaba concertado para cuando tocaran las campanas de varias Iglesias de Madrid.
En marzo de 1871 presentó su candidatura como compromisario por Madrid, y en abril de 1872, en la elección de las mesas por el distrito de la Puerta del Sol, salió como candidato triunfante de la oposición.
Fue uno de los afectados por el Decreto de 29 de junio de 1875, de tal forma que se le condenó por su participación en la causa carlista al destierro a Estella y al embargo de sus bienes. No obstante, siempre mantuvo su carácter tradicionalista, y así, por ejemplo en marzo de 1883 firmó el Manifiesto de adhesión al Obispo de Orihuela, por los ataques sufridos.
El 1 de agosto de 1885 estuvo presente en el funeral que se celebró en la Parroquia de Santa Cruz (entonces interinamente en la iglesia del Carmen Calzado) por el alma de Cándido Nocedal y Rodríguez de la Flor (La Coruña, 11 de marzo de 1821-Madrid, 18 de julio de 1885). En marzo de 1887 participó en la suscripción en honor a Félix Sardá y Salvany (Sabadell, 21 de mayo de 1841-ibídem, 2 de enero de 1916). Y en mayo de 1888 mostró su indignación por el artículo que se publicó en La Fe de Emilia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa (La Coruña, 16 de septiembre de 1851-Madrid, 12 de mayo de 1921).
Finalmente en julio de 1888 siguió la escisión integrista, tomando partido activo en todas las disputas que surgían. Así en la lucha entablada por la prensa tradicionalista, contraó dos suscripciones al periódico El Tradicionalista, para así paliar la pérdida de suscriptores que mantuvieron la fidelidad a Carlos VII. En noviembre de 1888 fue una de los primeros integristas madrileños en protestar por las «injurias» realizadas a Ramón Nocedal y Romea (Madrid: 31 de diciembre de 18421 – 1 de abril de 1907).
El 27 de marzo de 1889 fue uno de los que estuvo presente en el domicilio de Ramón Nocedal para proceder a la organización del Partido Integrista, que en aquel acto quedó constituido con Ramón Nocedal como presidente; Juan Manuel Orti y Lara (Marmolejo, 29 de octubre de 1826 – Madrid, 7 de enero de 1904) como vicepresidente; Javier Rodríguez Vera, José Pérez de Guzmán, Fernando Fernández de Velasco, Ramón María Alvarado y Carlos Gil Delgado como vocales; y Liborio Ramery como secretario.
Desde entonces pasó a ser miembro de la Asociación integrista de Madrid. Y muy activo. Así por ejemplo en 1890 atendía en su tienda de la calle Preciados a todos aquellos integristas que se hubieran visto excluidos de las listas electorales.
Ya dijimos que su sastrería de la calle Preciados era el círculo oficioso del carlismo antes de la III Guerra. Y es que, en efecto, allí eran frecuentes las reuniones de los carlistas de Madrid. Un habitual de aquellas tertulias era Miguel de Elices, que había sido Guardia Real y que al estallar la Primera Guerra Carlista se trasladó a las provincias vascas para ofrecer sus servicios a don Carlos, llegando a alcanzar el grado de Teniente de Caballería. Su grado le fue revalidado en junio de 1844, pues aceptó el Convenio de Vergara. Era tío materno de Rosario de Acuña y Villanueva (Madrid, 1 de noviembre de 1850-Gijón, 5 de mayo de 1923), la famosa escritura republicana y feminista, que no obstante le recordaba siempre como un anciano cariñoso, noble y bueno para todos… aun siendo carlista.
Tras la Guerra Carlista se sumió en la pobreza, por lo que tuvo que ser ayudado por otros correligionarios de Madrid. Y fue precisamente en su sastrería donde Andrés Solero le presentó a quien fue uno de sus protectores durante los años anteriores a la III Guerra Carlista: Manuel Ortega Morejón (Jaén, 7 de octubre de 1833- Madrid, 6 de marzo de 1917). Don Manuel fue doctor en Medicina, académico y senador y padre de José María Ortega y Morejón (Madrid: 15 de octubre de 1860- 17 de mayo de 1948), jurista, escritor y periodista español, presidente del Tribunal Supremo entre 1930 y 1931; y de Luis Ortega-Morejón y Fernández (Madrid: 9 de julio de 1862 ‒ 22 de mayo de 1923), famoso médico madrileño y director del Dispensario de la Santa Hermandad del Refugio. En cualquier caso debemos hacer notar que don Manuel debía ser hijo o hermano de Luis Ortega Morejón, contador principal de correos de Jaén durante la I Guerra Carlista y agente y espía de Carlos V.
Pues bien, don Manuel Ortega Morejón, invitó a cenar en su domicilio, diariamente, a Elices, que le «pagaba» entreteniendo a sus hijos con sus anécdotas de la guerra y llevándolos todos los días de paseo por El Retiro, y es que debemos señalar que los niños se quedaron huérfanos muy pronto, pues su madre, Matilde Fernández Labandera, falleció el 1º de marzo de 1864.
Precisamente en casa de Manuel Ortega, y con participación de Elices, se preparó una de las huidas del también médico, y conspicuo republicano José Guisasola y Goicoechea (Madrid, 1833-París, 1884). Y es que efectivamente allí se le cortaron las patillas y se organizó el viaje de tren que le debía llevar a Francia, huyendo de la persecución policial por la conspiración contra el general Juan Prim y Prats, que fue asesinado el 30 de diciembre de 1870. Y es que, en efecto, parece que Guisasola ni era favorable a tal proceder ni estuvo implicado en su asesinato.
Acompañamos una foto de Andrés Solero, con el uniforme de caballero del Santo Sepulcro en 1876, un anuncio de su sastrería y un anuncio de los que publicaba su hija en el Boletín del Gran Oriente.
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