José Antonio Bielsa Arbiol
La terrorífica avalancha desinformativa que sacude, entontece y finalmente aniquila las conciencias heridas de los españoles (hoy sobre un conflicto bélico en zona eslava, ayer sobre una pandemia de diseño), nos ha llevado a releer con gran provecho las páginas destinadas a tal asunto en EL CRITERIO, todo un clásico del bien-pensar escrito por el insigne filósofo decimonónico Jaime Balmes (1810-1848), teólogo y periodista español, quien fuera el fundador y redactor de la revista El pensamiento de la nación, modelo auténtico de “periodismo con valores”.
El criterio aspiraba a ser, según su propio autor, “un ensayo para dirigir las facultades del espíritu humano”; así y todo, se trata, esencialmente, de un método para aprender a PENSAR BIEN, o sea –y en palabras de Miguel Florí–, “para ejercitar la actividad intelectual, que conviene en orden a conocer la verdad o a dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella”.
Dicho esto, y ante el curso precipitado de los acontecimientos, ante la diversidad de puntos de vista entre maniqueos y contradictorios (acertados o errados), Balmes propone varios medios para evitar el error. La suya es una crítica de la razón intuitiva, idónea para estar alerta ante la mentira sistémica que nos circunda, que si ya en su época (la primera mitad del siglo XIX) no pasaba desapercibida, hoy acusa tal grado de corrupción que sólo puede entenderse como brutal insulto a la inteligencia, tal es su perversísima miseria y maldad fundamental. Resumiendo: todo cuanto dicen o escriben en la TV o los periódicos, es una fraudulenta sarta de embustes disfrazados de veracidad.
Por si fueran de alguna utilidad para el lector, hemos seleccionado tres pasajes, harto necesarios para sopesar debidamente cuantas narrativas nos cuelen a través de los infectos multimedios lacayunos (hoy por hoy centrados en la abominable tergiversación de cuanto concierne al complejo conflicto ruso-ucraniano):
“Quien vive en el mismo tiempo y país de los acontecimientos tiene muchos medios para evitar el error: o ve las cosas por sí mismo, o lee y oye muy diferentes relaciones que puede comparar entre sí; y como está en datos sobre los antecedentes de las personas y de las cosas, como trata continuamente con hombres de opuestos intereses y opiniones, como sigue de cerca el curso de la totalidad de los sucesos, no le es imposible, a fuerza de trabajos y discreción, el aclarar en algunos puntos la verdad. Pero ¿qué será del desgraciado lector que mora allá en lejanos países, y quizás a larga distancia de siglos, y no tiene otro guía que el periódico u obra que por casualidad encuentra en un gabinete de lectura o en una biblioteca o que habrá adquirido por haber visto recomendados en alguna parte aquellos escritos u oído elogios de quien presumía entenderlo? […]
NOTA. Para convencerse de que no he exagerado al ponderar el peligro de ser inducidos en error por los narradores, basta considerar que, aun con respecto a países muy conocidos, la historia se está rehaciendo continuamente, y tal vez en este siglo más que en los anteriores. Todos los días se están publicando obras en que se enmiendan errores, verdaderos o imaginarios; pero lo cierto es que en muchos puntos gravísimos hay una completa discordancia en las opiniones. Esto no debe conducir al escepticismo, pero sí inspirar mucha cautela. La autoridad humana es una condición indispensable para el individuo y la sociedad; pero es preciso no fiarse demasiado en ella. Para engañarnos basta mala fe o error. Desgraciadamente estas cosas no son raras.
NOTA PÓSTUMA. La verdad y la veracidad son cosas muy diferentes: la verdad es la conformidad del juicio con la cosa o palabra; la veracidad es la conformidad de la palabra con el pensamiento. Está lloviendo, y Pedro dice que llueve: en su proposición hay verdad, porque hay conformidad con la cosa. Pedro lo dice y lo piensa así: hay acto de veracidad. Llueve; Pedro no lo ha visto, cree que no llueve, y sin embargo dice que llueve: en su palabra hay verdad, mas no veracidad. No llueve; pero Pedro cree que llueve y así lo afirma: entonces hay veracidad sin verdad. La verdad es a la veracidad lo que el error a la mentira. Son cosas enteramente distintas, la una puede estar sin la otra.”
Nada más que añadir. Por mi parte, mantendré apagada la TV y seguiré dando la espalda a la prensa canallesca, con sus fantoches, histriones y mentirosos pagados; mera cuestión de supervivencia mental en esta cloaca inmunda en la que devino el Occidente tecnotrónico de la Agenda 2030 y demás apéndices sinárquicos al servicio del Gran Capital.
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