Autor: P. Custodio Bielsa
En enero de 1414 el papa Luna era consciente de que había que abreviar la Disputa de Tortosa. Hacía casi un año del inicio de aquella asamblea y habían sido ya muchas las conversiones judías a la fe cristiana. Por ello, los rabinos asistentes, bastante maltrechos en sus argumentaciones y en sus emolumentos -decían- por la prolongación de la Controversia, suplicaban al rey Fernando la clausura del evento. Sin embargo, Benedicto XIII no quería dejar a medias su proyecto… Así pues, constituyó unas comisiones de información para tomar las medidas adecuadas sobre cinco cuestiones: 1) falsedades, herejías y abominaciones del Talmud; 2) la usura ejercida por los judíos; 3) las sinagogas que habían sido construidas sin licencia de la Santa Sede o que habían sido ampliadas, ornamentadas y embellecidas; 4) el trato con los cristianos;5) los oficios públicos.
Jerónimo de Santa Fe, judío converso y médico personal del pontífice, factótum de la disputa con el apoyo incondicional del papa Luna, lo puso todo negro sobre blanco con el opúsculo Errores y falsedades del Talmud. La Disputa había pasado ya su ecuador… La argumentación desarrollada por Jerónimo ante los rabinos más notables de Aragón, basada en su Tratado para probar que el Mesías ya ha venido y que en Jesús se cumplen las profecías mesiánicas, había dejado sin argumentos a sus oponentes, que llegaron a admitir la certeza de la venida del Mesías, de la cual se retractaron poco después, desprestigiándose así ante los suyos.
La denuncia de los errores del Talmud -tardía obra fechada en Babilonia durante la diáspora-, que los judíos consideran revelación oral de Dios a Moisés aún por encima de la misma Escritura, centró la segunda parte de la controversia. Ya apenas comenzadas las sesiones, Benedicto XIII declaró, ante unas palabras de un rabino llamado Matityahu ha-Yislari consideradas injuriosas, que en el Talmud hay falsedades y al final (de la convención) se proveerá lo que hay que hacer al respecto. Por ello, en la sesión 63 (15 de junio de 1414) Jerónimo de Santa Fe les expuso pormenorizadamente las falsedades del Talmud reducidas a seis especies:
Contra la caridad humana y la ley de la naturaleza, el Talmud da ocasión a la idolatría, a maldecir a Dios, a golpear a los padres y maldecirlos y también a la sodomía.
Contra la esencia y perfección divina, reputan a Dios como impotente, ignorante, inmundo, pecador y corpóreo.
Contra la ley de Moisés, se da más autoridad a las palabras de los sabios que a las palabras de Dios en la Biblia; consideran a los santos padres (patriarcas y profetas) como inicuos y pecadores; justifican a aquellos que la Escritura reputa por pecadores.
Contiene cosas vanas, sucias y nefandas, que dan ocasión de pecado a quienes las oyen.
Contra la fe católica dice cosas abominables y torpes contra Cristo, contra la Virgen, contra los santos y contra la Iglesia.
Contra los cristianos, considera lícito apropiarse de los bienes de los cristianos; considera lícito el engaño en las cuentas de los cristianos; favorece el daño físico del cristiano (la muerte).
El converso Jerónimo también usó de argumentos talmúdicos para mover a conversión a los rabinos y al público hebreo asistente y, con gran inteligencia bíblica y espiritual, impugnó luego el Talmud para vencer los obstáculos que a la fe cristiana se oponían. Les recitó las falsedades de su libro; e interrogados los judíos sobre cómo los excusaban, no dieron respuesta alguna… A pesar de entregarles copia de las objeciones y dejarles tiempo para deliberar, finalmente los rabinos afirmaron delante de la asamblea que no sabían defender el Talmud, pero que creen que no contiene nada deshonesto, ya que sus autores fueron santos y sabios: si ellos vivieran, ellos sabrían declararlo. Y se quedaron tan anchos… El orgullo herido pesaba más que todas las razones aducidas por Jerónimo de Santa Fe.No es precisamente la razón la que encuentra razones insuperables para creer, sino la voluntad, ya que la fe es don de Dios y respuesta libre del hombre.
El papa Luna no aceptó esta respuesta judía ni la juzgó buena ni razonable, pero los rabinos insistieron en que esa era su respuesta, y que nada más sabían decir. Como la respuesta se basaba en la ciencia y la santidad de los sabios del Talmud, Jerónimo hubo de probarles que eran ignorantes y pecadores, y que eso constaba en el mismo Talmud.
Fue una tarea ingrata, pero necesaria, pues el fundamento de la respuesta de los rabinos era la erudición y la virtud de los talmudistas.
Los sabios judíos se negaban a dar ninguna respuesta, pues decían ellos mismos que no la tenían. El rabino Astruch Levi afirmó que, aunque las autoridades del Talmud, así como el mismo Talmud, alegadas por el honorable maestro Jerónimo, suenan tan mal como mienten literalmente, en parte porque parecen ser heréticas a primera vista o van contra de las buenas costumbres, en parte porque son errores; y aunque tuve por la tradición de mis maestros que ellos lo comprendían o que podían tener un significado diferente, confieso que lo ignoraba. Por tanto, reconocían lo indefendible de la tradición talmúdica por execrable y herética, pero a la vez se aferraban a ella como ley dada a Moisés por la boca de Dios. Había pues que dejarlo ahí… Los rabinos se habían enrocado en su incoherencia provocando con ella miles de conversiones en las juderías de Aragón.El objetivo de la Disputa se había alcanzado.
En vista de ello, se procedió a clausurar la Controversia con la lectura de la Bula pontificia Etsi doctoris Gentium que ocupó las últimas dos sesiones. En ella Benedicto XIII, glosando la palabra del apóstol Pablo, afirmará con él con respecto a los judíos: “Ni han tropezado para que cayesen, sino que su delito se ha convertido en salvación de las gentes” (Romanos 11,11), dado que surgieron de la raíz santa de los Padres y los profetas, afirmará el pontífice. En caso de que dejaran de permanecer en su incredulidad, todavía podrían ser injertados en el olivo, en el Salvador Jesucristo, quien, de la tribu de Judá, asumió la carne en las entrañas sacratísimas de la Virgen, para la redención del género humano, como olivo fructífero. El papa Luna cifraba sus esperanzas en la realidad de que, con la conversión de los hebreos,la Iglesia sería fecundada con el feto de una nueva prole y aquellos a quienes tenía antes como enemigos, ahora se alegra de tenerlos como hijos en la Iglesia, hermanos de una misma familia, hijos de paz.
D. Pedro de Luna se felicitará en su Bula por haber podido realizar a través de la Disputa una acción eficaz, con la ayuda de Dios, en el injerto del pueblo judío en el olivo de la Iglesia, pues se ha logrado, con la inspiración divina, que muchísimos hayan recibido el bautismo con corazón puro y mente devota, confesando públicamente que por sus propios libros están convencidos y reconocen que Aquel, a quien sus antepasados habían crucificado, Cristo Jesús, el Nazareno, es el verdadero Mesías y su Salvador y Señor y lo adoran humildemente. Por ello, espera el papa que, si el Todopoderoso puede hacer surgir de las piedras hijos del verdadero y nuevo Israel, no sólo los tres mil judíos que se convirtieron durante la Disputa con los rabinos, sino una inmensa muchedumbre acogerá la fe católica siguiendo su ejemplo.
Benedicto XIII constata, en el decreto que clausuraba la Controversia, que la causa de la ceguera judía -así lo refiere la experiencia propia y el testimonio de los convertidos-, que endurece sus corazones y apesadumbra los ojos del entendimiento es una doctrina sumamente perversa, fraguada después de la venida del Salvador, Jesucristo, llamada entre los judíos Talmud, que se conoce bajo diversos nombres y escrita en numerosos volúmenes. Los autores de esta doctrina, para tener más autoridad entre sus correligionarios judíos, mienten descaradamente afirmando que la Ley divina fue dada por el Señor a Moisés tanto por escrito como por vía oral.
En esa doctrina -sentencia el papa Luna- se contienen múltiples errores y herejías, no sólo contra el Nuevo Testamento, sino también contra el Antiguo, como así mismo contra las buenas costumbres, contra la razón natural, que de ninguna manera pueden ser defendidos con una exposición adecuada ni pueden paliarse con ningún subterfugio, tal como hicimos examinar cuidadosamente en diversas ocasiones y en presencia de los propios judíos.
Por tanto, el pontífice, siguiendo la línea de sus antecesores Gregorio XI e Inocencio IV, que ordenaron quemar los libros del Talmud, decreta que ningún fiel o infiel de cualquier estado, condición o secta, se atreva a escuchar, leer o enseñar dicha doctrina, sea en público o de modo oculto. Para ello se ordenará la confiscación de todas las obras escritas que contengan esa doctrina, que quedarán bajo la custodia del obispo a la espera de lo que la Sede Apostólica provea. Cada dos años se comprobará en las juderías, por medio de una inspección, si se cumplen las normas y se prohíbe cualquier libro injurioso o vejatorio para la fe cristiana.
Tres veces al año (2º domingo de Adviento, lunes de Pascua, Domingo del Dominus flevit) -decreta Benedicto XIII en Etsi doctoris Gentium- todos los judíos de ambos sexos, a partir de los doce años, deberán escuchar un sermón sobre la venida del Mesías, sobre los errores del Talmud, sobre la destrucción del Templo y la cautividad de Babilonia, terminando el último de los sermones con la lectura completa de la Bula papal.
El decreto también prohibía la extorsión a los cristianos por deudas usurarias y todas las tretas que los prestamistas judíos utilizaban para burlar la norma. Era vox populi que el medio principal de enriquecimiento de las juderías hispanas se fundamentaba en ese negocio y enconaba las relaciones judeocristianas: la pobreza de aquellos cristianos aplastados por el peso de los intereses, y que se ponían al servicio de los judíos para pagarlas al precio de perder hasta sus mismas heredades. También la deshonra caía sobre sus hijas y mujeres porque caen e consienten en algunos pecados que no son de nombrar, presionadas por sus acreedores…
Se ordena asimismo que los obispos cierren todas las sinagogas de sus diócesis, excepto en los lugares donde haya varias, donde se puede dejar abierta la menos valiosa. La Bula limitaba el trato entre judíos y cristianos estableciendo barrios hebreos separados, prohibiendo también la venta o alquiler de viviendas a los judíos y estableciendo un signo distintivo de su condición hebrea en su atuendo habitual. Una especie de pasaporte Covid.
A partir de entonces, se decretaba que los judíos tenían prohibido ejercer oficios públicos: médico, juez, partera, administrador de bienes, formar sociedad con un cristiano por cualquier arte u oficio o tener a un judío por nodriza o familiar. También impide que se desherede por parte de sus ancestros a los judíos convertidos a la fe católica.
Sin embargo, a pesar de la dureza de tales medidas, la Bula papal exhorta a los prelados y príncipes cristianos que deben implementar estas disposiciones a que no permitan de ningún modo que los judíos sean gravados ni molestados con más cosas de las que se contienen en las predichas Constituciones o en otras sanciones, ni que sean ofendidos en sus personas o robados en sus bienes o que sean vejados de cualquier modo sin causa razonable.
Porque -continúa Benedicto XIII- “según las disposiciones de los sagrados cánones (esos que tanto transgreden los que deberían hacerlos cumplir) se obra más prudentemente si los fieles son mejor inducidos al conocimiento de la verdad y al amor de Dios informando y predicando mediante exhortaciones pías, que ejerciendo la violencia”.
La Disputa de Tortosa contribuyó así a evidenciar que el judaísmo histórico era muy diferente del judaísmo teológico cristiano. Para la Iglesia el único judaísmo verdadero es el del Antiguo Testamento. Con el nacimiento de Cristo, la fe de Israel había quedado estancada… Ahora se descubría que en el judaísmo histórico había continuado una evolución que cambiaba de modo esencial la fe vetero-testamentaria, creando un corpus sagrado de la misma categoría y la misma dignidad que las Sagradas Escrituras: el Talmud, al que se confiere la categoría de Palabra de Dios. Los sabios y los rabinos, que lo explican e interpretan, tienen tanta autoridad -incluso más- como los profetas. En la Disputa, la Iglesia consideró esto como herejía y la causa principal de la cerrazón hebrea a reconocer a Jesucristo como el Mesías esperado. Por ello,se actuó en consecuencia.
El 11 de mayo de 1415 se firmó la Bula conclusiva de la Controversia tortosina. La judería de Aragón había quedado profundamente quebrantada por el éxito de la Disputa, hasta el punto de desaparecer prácticamente en casi todo el reino. El rey Fernando, que participaba en este punto de las inquietudes del papa Luna, apoyó con entusiasmo la Controversia y aplicó sus conclusiones. Luego, su sucesor, Alfonso el Magnánimo, tras la muerte del papa Luna, hizo todo lo contrario que su padre y anuló todas las medidas de la Bula, siguiendo los consejos del papa Martin V, que quería llevar la contraria al que no pudo vencer en vida, dando así cierto alivio a las decrépitas juderías. Finalmente, fue Fernando el Católico el que tomó la decisión de expulsar definitivamente del país a los judíos que no quisieron abrazar la fe cristiana.Y ahí está todavía hoy Isabel de Castilla, su piadosa esposa, represaliada por algún poder político dominante, esperando una beatificación que, como la de Pio XII, parece necesitar de un impenetrable beneplácito que no acaba nunca de concederse. Y es que los cánones siempre parecen retorcerse en favor del déspota de turno, sea el que sea. ¡Semper idem!.
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