Eugenio Trujillo Villegas – Director: Sociedad Colombiana Tradición y Acción
Colombia elegirá presidente el próximo 29 de mayo. Esta no será una elección cualquiera, pues es mucho más que escoger al mejor de los candidatos. Colombia va a decidir si desea seguir viviendo en un sistema de respeto a las libertades, de protección a la libre empresa y de promoción de la propiedad privada. O todo lo contrario, al escoger la dictadura marxista que nos impondrá todos los males inherentes a esa forma de gobierno, que ha sido el horror más grande de la historia. Nos conducirá al colectivismo, a la expropiación de las empresas, a la abolición de la propiedad privada, a la persecución política de los opositores, al totalitarismo de estado y a los peores extremos de corrupción.
Cuando los dictadores marxistas llegan al poder no lo sueltan jamás, precipitando a sus respectivas naciones en la más oscura noche de la pobreza, de la injusticia y del colectivismo. Como es el caso de Cuba, de Nicaragua y de Venezuela, en donde los déspotas que las gobiernan se roban todas las riquezas de esos países.
Esto no es ninguna novedad y todo el mundo lo sabe. Sin embargo, por un misterioso proceso de decadencia y de confusión mental, generado por modernas técnicas de guerra psicológica revolucionaria, la opinión pública ve el peligro con claridad, pero no se asusta. La gente sabe que está al borde de una tragedia, pero no toma ninguna medida para evitarla. Los líderes de la sociedad que podrían hacer algo para impedir el desastre, se hacen los idiotas y optan por la inacción.
A esta situación incomprensible se le suman algunos factores, que crean un conjunto de situaciones alarmantes. Por ejemplo, el papel fraudulento de la Registraduría, que fue evidente en las pasadas elecciones del 13 de marzo. Dos días después encontraron 500.000 votos del partido del candidato Petro, que supuestamente estaban perdidos y que modificaron en forma importante el Congreso de la República. Es evidente que el Registrador es una ficha de Petro, que no inspira ninguna confianza. Y fue elegido en ese cargo por las Altas Cortes, que conforman el Cartel de la Toga y que tampoco son confiables.
Otro elemento que debería preocupar a Colombia es el adoctrinamiento perverso que FECODE, el sindicato de los maestros, ejerce sobre toda la población estudiantil de los colegios y las universidades. Ellos han creado una gigantesca maquinaria política a favor del marxismo, de tal forma que a los estudiantes solo se les enseña revolución social y lucha de clases, dejando de lado las materias que deberían ser su principal obligación educativa. Pero, lamentablemente, nadie del actual gobierno se pronuncia, ni mucho menos hace algo para evitarlo, de tal forma que este adoctrinamiento político es cada vez mayor.
En consecuencia, los estudiantes reciben una pésima formación académica, pero se saben de memoria el discurso perverso del comunismo. La educación se convirtió en una plataforma de acción política a favor de Petro.
Ante la embestida radical de la extrema izquierda, el vecindario latinoamericano se deteriora cada vez más. Chile, Perú, Bolivia y Argentina escogieron el camino del suicidio y con seguridad en pocos años habrán liquidado el progreso y la prosperidad conseguida a lo largo de generaciones.
Las voces que se deberían escuchar están silenciadas
Con ese peligro inminente, es de esperar que Colombia no escoja el mismo camino. Pero las voces que deberían resonar para evitar la tragedia están totalmente silenciadas.
Una de ellas es la voz de los obispos. Como Pastores deberían alertar al País, pero guardan silencio. La dirigencia empresarial también debería denunciar el peligro, pero también guarda silencio. Y la voz de los políticos se escucha aún menos, pues han llegado al más absoluto descrédito, porque ellos y sus partidos ya no representan a casi nadie. Solo les interesa la inmensa corruptela en que se ha convertido la administración pública.
Si llega a ganar la extrema izquierda, que no se diga en el futuro que Colombia fue engañada. Ellos le han dicho al País con claridad que van a expropiar al sector agropecuario, lo cual generará un desabastecimiento de alimentos; que prohibirán la exploración petrolera y minera, que es la mayor fuente de recursos del Estado; que imprimirán billetes dizque para combatir la pobreza, lo cual desde hace siglos se sabe que es una locura; que expropiarán los fondos de pensiones, que son el ahorro de los trabajadores; que estatizarán el sistema de salud, que es bueno a pesar de los problemas que tiene; que pondrán a los aliados de las FARC y del ELN en puestos claves del gobierno; que reformarán la Policía, desmantelando al ESMAD (Escuadrón anti disturbios), para reemplazarlo por la Primera Línea terrorista que destruyó a Colombia el año pasado.
Por último, cuando el sentido común aconsejaría que la persona escogida por Petro para la vicepresidencia fuera alguien que espantara estos temores, pasó exactamente lo contrario. Escogió a una mujer que ha sido militante radical de las FARC y del ELN, que promueve un discurso más comunista que el de Petro, y que además carece de las más elementales cualidades intelectuales y culturales para ocupar ese cargo.
Este será el futuro de Colombia que viene siendo anunciado por Petro. Estamos ante un panorama de extremo peligro, aunque muchos consideren que no está pasando nada grave. Colombia queda en las manos del Sagrado Corazón de Jesús y sólo podemos esperar que Él la salve una vez más, porque sus dirigentes han resuelto destruirla, en contra de lo que quiere la mayoría de los colombianos.
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