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Małyński y el militarismo moderno.

Małyński rescata la belleza medieval e impugna de la manera más reaccionaria posible, la modernidad y su horrendo militarismo.

Lectura de un libro fascinante: La modernidad y el Medievo. Reflexiones sobre la Subversión y el feudalismo. 

Carlos X. Blanco.

La democracia y el parlamentarismo es el vehículo político para la civilización de las masas, la cual, a su vez, refleja el modo de producción capitalista, el triunfo del mammonismo. Que las masas se hagan la ilusión de gobernar a través de unos instrumentos que los señores del dinero han ideado para ellas, no puede dejar de ser un mal. El mal por antonomasia en el mundo moderno. Un mal que se extiende a todas las esferas: en la escuela obligatoria (y especialmente en una secundaria obligatoria) donde ya nadie aprende otra cosa que ser parte de la masa. En el censo obligatorio. En el voto obligatorio. En la leva obligatoria, donde los guerreros y los caballeros son sustituidos por reclutas exentos de ideales, “carne de cañón” en el sentido más literal del término, al servicio de los militarismos modernos:

Si la democracia con su sufragio universal e igualitario es un mal, la leva obligatoria y general, es el insuperable corolario del sufragio universal y la última ratio de la democracia-en otros términos, la democracia armada de los pies a la cabeza-, es el mal de todos los males” (pps. 103-104).

Junto con la democracia y toda la santurronería discursiva contemporánea sobre la bondad natural del hombre y la paz perpetua tenemos, en el plano de los hechos palpables y crudos, unos Estados armados hasta los dientes. Un mundo de movilización total. 

De la misma manera que se movilizan ejércitos de obreros fabriles y destacamentos de cazadores y recolectores de votos, también se pone en pie un ejército de masas armadas. Los antiguos caballeros, conocedores del valor de la disciplina y del fortalecimiento de la voluntad y los nervios, pasan de ser meros combatientes a convertirse en domadores de las fieras venidas de la masa. Serán los oficiales-domadores que describe Małyński. Unos domadores de fieras que algún día morirán devorados por ellas. La guerra ha cambiado, como la civilización toda ha cambiado. En el Medioevo, supuesta época de oscuridad y barbarie, las gentes de armas peleaban entre sí, como “peritos” en el tema que les concernía, lejos de toda movilización global que acababa siendo carnicería universal. El campesino, el comerciante, el monje… todos veían la guerra como oficio de caballeros. Pero hoy, la población civil muere en gran número en el contexto de una guerra total, sin reglas ni cuartel, una guerra en la que no hay inocentes. Todo el mundo se ve implicado, no hay inocentes, en última instancia no hay neutralidad. 

¿Quién dirige un mundo así, un planeta que parece cada vez más un manicomio? Los propios alienados están dirigiendo el manicomio: 

…los impulsivos, sugestionables, ignorantes e incoherentes se han puesto a hacer de doctores de la sociedad, transformando en morbos mortales sus enfermedades, con el pretexto de curarlas” (p. 104).

No se trata de un mero cambio de sentido de la milicia. Una mutación sociológica en la cual el caballero o guerrero se transforma en soldado (campesino o soldado armados) sino en una involución que responde a necesidades sociológicas de una civilización que ya ha roto amarras con respecto a la cultura cristiana medieval. Se trata de una “coherencia” sistémica por relación al sufragio universal y los demás elementos de lo que el conde polaco Małyński llama la subversión. Los ejércitos de masas, la leva universal y obligatoria, arrojan resultados peores en el arte militar. Son peores en calidad, pero son los ejércitos que tiene que haber en una sociedad capitalista industrial (o en su reflejo en los países de socialismo “real”, esto es, dictaduras de partido único con capitalismo de Estado). Ejércitos fabriles se corresponden con ejércitos de masas movilizadas, sin el móvil del honor y sin virtudes caballerescas, domados una capa caballeresca en rápido proceso de extinción. Este es el militarismo del mundo capitalista. Se trata de la piel erizada de espinos con que el nacionalismo da la cara a todos los otros nacionalismos, igualmente erizados en cada átomo de su piel. El capitalismo exacerba todos los militarismos y todos los nacionalismos, y sobre montañas de cadáveres los señores del dinero queman valor sobrante y amasan beneficios. 

Los armamentos corren junto a las deudas y las deudas junto a los armamentos. Los militarismos, que parecen haber alcanzado unas proporciones insólitas solamente porque las naciones se engañan y se amenazan entre ellas, siempre con mayor dureza, pueden mantener estas proporciones sólo gracias a la interdependencia de las naciones, pese a que pueda parecer paradójico, se diría que las naciones se prestan recíprocamente el dinero que rechazan los propios Estados para tener, de esta forma, miedo los unos respecto a los otros, y para que cada una de ellas sea lo suficiente fuerte como para hacer respetar su crédito en relación a la otra, y a la inversa.” (p. 109).

La guerra medieval, salvo per accidens, era guerra entre miembros de una milicia vocacional, sometida a estrictos códigos en los que no se veía envuelta “razón de Estado” alguna, criterios crematísticos, voluntad de poder. La restauración de la justicia ante los agravios infligidos no involucraba cálculos racionales, salvo de una manera secundaria, sino preservación del honor. Todavía en plena Edad Moderna, a comienzos del XVII, el Padre Suárez trataba de la guerra de la manera más actual que le era posible, dado el contexto de declive y embrutecimiento general de la Cristiandad que aconteció al acabar el medievo, en términos de lucha por el honor y preservación de un derecho natural y limpieza del honor a que el Imperio Español se veía comprometido como katehon). Pero esta teoría imperial española, ni maquiavélica al estilo inglés o francés, ni erasmiana al estilo -casi- del pacifismo cosmopolita actual, sabiamente equidistante, trató de preservar lo civilizado medieval en una selva moderna. Y es sabido que no se pudo imponer. Siglos después, Małyński rescata la belleza medieval e impugna de la manera más reaccionaria posible, la modernidad y su horrendo militarismo.

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Carlos Javier Blanco, asturiano, Doctor en Filosofía. Autor de diversos libros como "La Caballería Espiritual", "La Luz del Norte", "Oswald Spengler y la Europa Fáustica", "De Covadonga a la Nación Española".

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