Laureano Benítez Grande-Caballero
Un fenómeno repetitivo en la historia de la humanidad es que con frecuencia sus hechos más relevantes son protagonizados por grupos de hombres dotados de características especiales que, viviendo en la misma época –y hasta en los mismos lugares–, dedicados a las mismas actividades, producen un fenómeno multiplicador que origina un decisivo cambio de rumbo en un determinado ámbito humano.
A estos grupos se les suele conocer con el nombre de “generaciones” y “escuelas”, y al tiempo en el que viven se les denomina a veces con el nombre de “siglos”.
Suelen ser círculos de personas que incluso mantienen relaciones de amistad, y su actividad generalmente tiene que ver con el mundo de la cultura y el espíritu: así tenemos, por ejemplo, la Atenas de Pericles, con su fabulosa pléyade de artistas; el prodigioso mundo de los filósofos griegos; la Florencia del Renacimiento; el increíble grupo de los conquistadores españoles que batieron selvas y surcaron océanos procelosos; nuestro asombroso “siglo de oro”; los intelectuales de la Ilustración –el “siglo de las luces”, que solo trajo la oscuridad másonica, por cierto–; el mágico tiempo de los inventores de la segunda mitad del XIX; la explosión pictórica de la pintura francesa a partir de los impresionistas…
Actualmente, la cochambre luciferina que apesta nuestro mundo no da para ninguna pléyade de artistas ilustres, ni para ningún parnaso de filósofos, ni para ningún círculo de excelsas personalidades, ya que el feísmo espantoso que preside la historia de nuestro tiempo ha sido incubado y engendrado por la más satánica concentración de demonios que ha visto nuestro mundo, tan epatante, que el hedor pestilente llega hasta Marte… y más allá…
¿De dónde ha salido esta tremenda oleada de demonios que, encaramados a las más altas cúpulas de las finanzas, la tecnología, los medios de comunicación y la política arrastran nuestro mundo hacia las escombreras del NOM, como si fueran escarabajos inmundos empujando una horrenda bola de estiércol? Demonios haberlos haylos desde el Big-Bang, pero en el siglo XVIII hubo una eclosión apocalíptica en logias y conventículos, en akelarres y zambras iniciátikas, que, además de provocar las revoluciones “liberales” –eufemismo de “luciferinas”— desembocó en una tremebunda sucesión de órdenes esotéricas, de sectas malolientes, de cavernarios conspiradores, de movimientos bafométikos.
Salidos de sus madrigueras, de las cavernas de Monte Pelado, esos demonios han entrado con sus caballos troyanos en todas las cúpulas del poder y la riqueza, hasta el punto de que el NOM no es más que la formidable distopía con la que el Señor de las Moscas quiere robar las almas para llevarlas al Tártaro infernal.
Porque siempre ha habido chorizos, pícaros, quinquis, chupópteros, mafiosillos, tocomocheros… mas esa subclase de pecadores y delincuentes –sin desaparecer– ha sido arrollada por unas élites de inimaginable perversión, de corrupción demoníaca, cuya maldad es difícil de imaginar.
Pues por encima de los pícaros de siempre tenemos a aquellos personajes que, sin saberlo quizá, han sido abducidos, cooptados, por algún demonio de su guarda; luego tenemos a los Faustos, que hacen pactos conscientemente con los Mefistófeles, vendiendo su alma a la Oscuridad a cambio de poder y fortuna; por encima están los posesos, emekaultrados a tope; y, finalmente, tenemos a los demonios puros y duros, a los diablos con pezuñas, cornamenta y rabo, aunque revestidos de apariencia humana: que cada cual ponga nombres propios a discreción a a estos seres revestidos de inmundicia.
Que nadie dude que las élites satánicas que nos han metido de lleno en el apocalipsis preparando el Reino del Anticristo no son quienes realmente toman las decisiones, ya que son meros peones del Mal, mercenarios de Monte Pelado, cuyos chambelanes diseñan revoluciones, crisis económicas, plandemias, guerras, kambios klimátikos, abortos, eutanasias, pederastia, y toda esa basura hedionda de la ideología progre.
Pero que nadie dude tampoco que casi la práctica totalidad de los gobernantes del mundo tienen algún tipo de contacto con las esferas demoníacas, porque si no jamás podrían favorecer tantas aberraciones monstruosas: son corruptos casi todos, y un grupo no desdeñable se entrega a pederastias, orgías, drogas, ceremonias iniciáticas donde se hacen cosas que no me atrevo a decir… Y es así cómo pretenden robar el alma de sus gobernados con microchips, con ondas electromagnéticas, con inteligencias artificiales, con una degradación moral que arrastra indefectiblemente al Averno a una parte importante de la humanidad.
Es así como nuestra época es un kafkiano pandemónium, donde los montepelati abren cajas de Pandora de las que salen endriagos y anfisbenas, asmodeos, íncubos y súcubos, que se abaten sobre las masas aborregadas como una plaga de langosta, mientras lobos hambrientos aúllan en las fragosidades de Monte Pelado, mientras orcos y trolls desencadenados succionan el alma desde los palacios y los kongresos, desde los hemiciclos enmoquetados, desde los platós televisivos, para llevarlas a las cloacas del inframundo, a los vertederos infernales.
Pandemónium, horripilante concentración de demonios que baten el tambor del llano y de los bulevares con sus pezuñas bafométicas, que embisten invisiblemente a los borregati con su cornamenta cabruna… si pudiérais ver la enorme multitud de demonios que transitan por las calles, que volandean por los aires, que sacamantecan a las masas inermes, quedaríais horrorizados.
La oscuridad ha caído sobre el mundo, pero no estamos simplemente ante una noche gótika, donde andan sueltos algunos ramasantas, donde parece que Vlad el empalador está redivivo, que algunas brujas pedorras se bañan en sangre de vírgenes, que los anunnakis hayan vuelto a por sus esclavos… No, estamos en el apocalipsis zombie, en un pandemónium donde la avalancha diabólica ha abierto todas las puertas del infierno.
La prensa diaria, los noticieros y las tertulias, las sesiones parlamentarias, las asambleas vatikanas… Todo está impregnado de ese olor sulfuroso, de la fetidez montepelati, de gruñidos bafométicos, de mierda ectoplasmática… ¿No oís el grito sibilante de las brujas en sus escobas, los gritos de horror de los emekaultrados, la risa estruendosa del Señor de las Moscas, el tableteo de los vampiros, el lamento de los torturados?
¿Qué hacer? ¿Adónde ir? ¿Cómo combatir contra este pandemónium?: ¿manifestaciones? ¿denuncias? ¿cambios de gobierno? ¿desobediencia civil? ¿huida a pueblos remotos? No: Panangélicum.
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