Por Carlos M. Estefanía
Tuve el gusto de intercambiar algunas palabras con Manuel de Prada durante su visita al Instituto Cervantes de la capital sueca. Había venido a hablar sobre su novela “Morir bajo tu cielo”, dedicada al destacamento español, conocido como los «últimos de Filipinas». Se trata de un asunto sobre lo que tengo una opinión bien diferente a la de nuestros primos de la península, incluida la de este escritor.
Lo anterior no impidió, sin embargo, el haber tenido la oportunidad de contar con este autor en mi programa radial “La tertulia de Estocolmo”. Había sido entrevistado, en exclusiva, por el periodista Leandro Gasco para el espacio. Un verdadero lujo.
Ocurre que se trata de todo un personaje que, sin ocultar su catolicidad, más bien sacando abierto partido de la doctrina, deja su impronta en los medios y redes. Lo hace marchando siempre a contracorriente, enfrentando, muchas veces en desigual batalla (entiéndase con el moderador en su contra) a las más diversas progresías, ya sean de origen socialista, liberal o de género. Se enfrenta a ellas como todo un esgrimista de la retórica y desde una base cultural amplia. Resulta algo poco usual, incluso dentro de la intelectualidad de nuestro tiempo.
Al mismo tiempo sabe el escritor distanciarse de ciertas formas de conservadurismo que poco o nada aportan, cuando no resultan inconvenientes, en la lucha contra estos progresismos.
Su disidencia, y eso es lo raro en la era de la corrección política, no ha evitado que se les reconozca su aporte a las letras hispanas en más de una ocasión. Por ejemplo, con la entrega del Premio Castilla y León de las Letras en 2021. En su discurso del pasado 22 de abril, con motivo del galardón, Prada aprovechó la ocasión paras plantear su definición de lo que es un pueblo tradicional:
“Los pueblos auténticamente tradicionales no son los que se aferran a formas de vida periclitadas o se obstinan absurdamente en revivir el pasado (aunque, desde luego, tampoco los que pretenden instaurar utopías quiméricas). Los pueblos auténticamente tradicionales son los que empeñan sus esfuerzos comunes en revitalizar el presente, con los pies afirmados en el pasado que nos constituye y la mirada clavada en el futuro, dispuesta siempre a avizorar nuevos finisterres. Frente a la parálisis de quienes se afanan por preservar incólume la cáscara, mientras el meollo se pudre por completo, la tradición auténtica nos enseña a mantener vivo un meollo de convicciones que puedan regenerar constantemente la cáscara.”
Son palabras para pensar, sobre todo entre quienes, decepcionados con otras “sensibilidades”, buscan en el tradicionalismo el último reducto contra los males de nuestro tiempo. ¿No es cierto?
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